“Billy el Niño era un sádico. Era evidente que disfrutaba con lo que hacía”

Se le ve contento, satisfecho, pero baja la mirada. Quizá porque, cauteloso, no quiere que se le note la euforia que le provoca la decisión de una juez argentina de pedir la captura internacional de quien fue su torturador, Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño. O quizá la mirada baja se deba a que, por muy cicatrizada que Jesús Rodríguez Barrios tenga aquella herida, siempre cuesta hablar de dolores y miedos pasados.

Este profesor de Economía de la UNED de 59 años es miembro de La Comuna, la asociación de expresos franquistas que es una de las principales impulsoras de la querella que por primera vez imputa a tres miembros de la Policía franquista (el cuarto es un escolta de Franco) por delitos de lesa humanidad.

¿Cuándo fue detenido en la Dirección General de Seguridad?

Me detuvieron tres veces. La primera, con 18 años, por manifestarme contra el asesinato de dos obreros en Ferrol. La segunda, dos años después, por reunión ilegal. Y la tercera, en 1975, acusado de asociación ilegal, por pertenecer a un pequeño partido, la Liga Comunista Revolucionaria. En las dos últimas detenciones permanecí tres días en los calabozos de la DGS. Yo era un estudiante de la Complutense, era muy joven.

¿Cómo era la España de aquellos años?

España era en blanco y negro. No se parecía nada a la caricatura que han hecho en series como Cuéntame, en las que parece que la gente se lo pasaba bien. Los que luchábamos contra el franquismo vivíamos en un permanente estado de terror. La inmensa mayoría de las personas detenidas en aquella época era por el ejercicio de derechos fundamentales, con lo que la vida que hacíamos no era normal ni mucho menos. Yo pude acabar mi carrera, incluso estudiando en la cárcel, pero muchísimos no. Y otros incluso perdieron años de libertad o la vida.

¿Cómo lo vivió su familia?

Mi madre murió cuando era pequeño. Mi padre, que era un hombre conservador por edad y por educación, se convirtió en antifranquista a golpe de ver a sus hijos (mi hermano menor también estuvo preso y fue represaliado) perseguidos y reprimidos. Y no por criminales y terroristas, sino simplemente por defender derechos básicos.

¿Cómo era la DGS?

La primera vez que entré a la DGS me impresionó: era un sitio lúgubre, horrible. Estuve allí un día y medio. Descubrí que lo habitual era que te recibieran con golpes los policías que te cruzabas por los pasillos. Pero eso no fue nada. Cuando de verdad se sentía aquello era cuando entrabas por un delito que consideraban grave, como pertenecer a un partido político. Los golpes y la tortura se practicaba en los interrogatorios de oficio. En los calabozos no había ni un resquicio de luz. Sólo una bombilla con una luz mortecina y la sensación de que las horas no pasaban. A veces podías adivinar el momento del día por la comida que te traían. A ves ni eso. La primera vez que salí de la DGS a la Puerta del Sol, mi cuerpo me decía que era de día, pero cuando salí estaba completamente oscuro. Había perdido la noción del tiempo.

¿Qué tipo de torturas le practicaron?

En mi caso se trató de golpes en todo el cuerpo, con los puños, con porras, pero en la querella se describen extensamente las modalidades que usaban: el submarino (meter la cabeza del detenido en agua hasta que estuviera a punto de ahogarse), la picana, los electrodos, colgar a los presos y golpearles en la planta de los pies... todo el repertorio imaginable desde la Gestapo hasta las dictaduras latinoamericanas. Pero la tortura mayor era no saber cuánto iba a durar la pesadilla. La sensación de indefensión que generaba la impunidad con la que se manejaban los policías. La cárcel era para nosotros una liberación, porque al menos allí veíamos a un abogado, había una ficción de legalidad...

¿Qué secuelas le han dejado aquellas 'sesiones interrogatorias'?

Sobre todo psíquicas. Durante años he vivido con la sensación de estar constantemente vigilado, incluso hasta bien entrada la democracia. Y hay imágenes que no se olvidan. No podré borrar nunca esa sensación de terror cuando me llevaban a la sala de interrogatorios y me cruzaba en el pasillo con el que sacaban de allí, con la cara desencajada y golpeada. Y aunque fuera un íntimo amigo, mirar para otro lado como si no le conociera. Porque lo importante era que no nos relacionaran. Podías condenar a alguien con sólo mirarlo.

Uno de esos interrogadores a los que se refiere era Billy el Niño. ¿Qué lo hacía tan famoso entre los suyos?

Era un sádico. Yo recuerdo especialmente a dos de los que me interrogaron y golpearon. Uno era Conrado Delso, alias El gitano, que era muy corpulento, el más temido por todos. Y el otro era Antonio González Pacheco, Billy el Niño. No era muy alto. Más bien pequeño. Y tenía una cara muy desagradable, con un rictus raro. Era evidente que disfrutaba con lo que hacía, como muchos otros en la DGS. Era joven. Tenía apenas ocho años más que yo cuando me interrogó, con 21, y hasta llegó a amenazarme con un arma. Me dijo: “Te pego un tiro ya y no se entera nadie”.

Los dos viven en Madrid. ¿Has pensado en todos estos años en la posibilidad de cruzártelo en la calle?

Sí, aunque Madrid es grande y ciertamente no frecuentamos los mismos círculos (sonríe). Pero han pasado muchos años. Creo que si me lo encontrara hoy no haría nada. Salvo mirarlo con desprecio.

¿Qué es lo que espera de esta causa judicial en Argentina?

No nos mueve el odio ni el deseo de venganza. Lo hemos superado. Es una cuestión de dignidad moral. De que quede claro que los delincuentes no éramos nosotros, los perseguidos. Los delincuentes eran ellos y nosotros las víctimas. Pero no me gusta la palabra víctima. Prefiero hablar de resistentes.