La pandemia llena de dudas y temores la llegada de los más pequeños a las escuelas infantiles en septiembre

Rocío Niebla

5 de agosto de 2020 22:09 h

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El cuidado de los más peques siempre es una tarea ardua y de equilibrios. Llegados a un punto, si los padres trabajan, hay un planteamiento que formará la estructura de los cuidados en los primeros años del bebé. ¿Quién le cuida? ¿cómo le cuida? ¿Cuántas horas? Con la pandemia las decisiones se complican. Ya no es cuestión de dinero y tiempo, se le añade la incertidumbre y el miedo al contagio. A un mes vista del inicio del curso escolar, las familias deciden entre protocolos complicados de cumplir, nuevos focos y posibles rebrotes, y sobretodo, procurando proteger a sus abuelos y familiares vulnerables.

Paula vive en Aluche, un barrio de Madrid, y su niño Gael va llegando a los ocho meses. Requiere a su madre cada tres minutos y medio y le mira a los ojos implorándole teta. El marido de Paula trabajaba en una autoescuela del barrio, pero cuando empezó fuerte el coronavirus se quedó en paro. Paula cuenta que su primera idea fue meter a Gael en la guardería en septiembre, tanto para descargar a los abuelos (que su ayuda solo sea puntual) como para poder trabajar en la oficina con calma. Con la pandemia ha pegado un volantazo. Los padres de Gael consideran que en una escuela infantil es imposible controlar distancias. Tienen pavor a que el peque se contagie, y a su vez, él se lo pase a los abuelos. Paula además es asmática. Es por eso por lo que, para proteger a su familia, ella va a hacer malabares. “De momento sigue con la lactancia materna. Hasta que el padre encuentre trabajo tendrá que ponerse las pilas con el peque y los bibes. Yo voy a teletrabajar desde casa, así que me temo que acabaré con el niño pegado a mí y rezando para no tener muchas reuniones en skype”. Teclear y cantar a Gael a la vez, toda una gesta.

Las escuelas infantiles cerraron en la primera fase, el jueves 12 de marzo, como medida inicial de contención de la transmisión. El Gobierno de Pedro Sánchez, meses después, cuando la curva iba doblando, consideró que, para familias que acreditasen que los progenitores tenían que realizar un trabajo presencial sin posibilidad de flexibilización, los niños podían volver a las guarderías. Estas, por tanto, por imperativo con las ratios mermadas, priorizaron a los padres y madres con imposibilidad de trabajar y cuidar en casa.

La reapertura, tanto las privadas como las públicas, se hizo de manera desigual por comunidades autónomas. En Navarra o Aragón desde el 1 de junio estaban abiertas, mientras que, en Madrid, hasta un mes después no hubo posibilidad. La presión de las familias, así como de la Asociación de Pediatría de Atención Primaria y la organizaicón Save the Children tuvo mucho que ver. Un informe redactado por ambas pedía la pronta apertura dado que “la pérdida del contacto personal con el profesorado ha supuesto para todos los niños y niñas una merma en su aprendizaje, en su desarrollo y su bienestar socioemocional”.

Sentido de rutina y habilidades para el desarrollo

Los pediatras consideran que las escuelas infantiles aportan sentido de rutina, conocimiento y las habilidades necesarias para el desarrollo. UNICEF puso el acento en la labor de protección en casos de especial vulnerabilidad, además de servir de puente para cerrar brechas sociales, económicas y educativas entre los más pequeños. 

Sara es la mami de Marina, de nueve meses. Es de la escuela de la crianza con apego, el respeto de los ritmos de aprendizaje y de las pedagogías alternativas. Marina ha revolucionado su amor y el de Domingo, el abuelo. “Hasta que Marina tuviera un año, mi padre, que es el cuidador de la familia, quería dedicarse a ella. Como un privilegio más que como una obligación. Yo pensé en cogerme una excedencia, soy funcionaria y para mí Marina es un regalo, pero la ilusión de mi padre era demasiado”. La COVID-19 y la insistencia de la administración pública por el teletrabajo, a Sara y a Mario (su pareja) les han trastocado planes. Sara ha arrancado horas a su sueño para poder estar con la cría y teletrabajar a la vez. “He dormido muy muy poco, noches que cuatro horas. Por el día estoy con mi niña y en cuanto se duerme, al ordenador que me voy”. Sara y Mario miraron (para después del año) un espacio amable para que la cuidaran. No es una escuela infantil al uso. Han pagado la matrícula, pero Sara tiene terror al virus. “Hoy, no sé qué va a pasar con la atención a Marina. Cuando cumpla el año según los datos del virus, cómo funcionan las escuelitas y los estudios de la incidencia en críos, decidiremos”. Si todo va regular o el miedo se apodera de la mami, seguirá teletrabajando, y con el apoyo del abuelo, criando.

Las madres y los padres están a la espera de la regulación del teletrabajo. El Ministerio de Trabajo presentó hace unos días una propuesta de regulación en el que considera que los trabajadores pueden negociar teletrabajar con la empresa, así como, en acuerdo, establecer horarios flexibles. El Ministerio de Trabajo está también elaborando con Igualdad la Ley de Tiempo Corresponsable con el objetivo de garantizar el derecho a la conciliación y el derecho al trabajo en condiciones de igualdad.

Lluc vive en el barrio barcelonés de Gràcia. Tiene una hija llamada Aïna y no mucho margen de maniobra. “Irá a la escuela infantil porque los abuelos no pueden dedicarse. Además, el cargo es nuestro, y es importante que Aïna aprenda a relacionarse y estar con otros niños”. Lluc cuenta que no está obsesionado con el virus, “es un riesgo que hay que asumir. El riesgo cero es no salir de casa, y así no podemos vivir”. Dice que en la presentación de la escuela infantil por skype, más de la mitad de las consultas de los padres a los docentes fueron sobre los protocolos de actuación. Llegaron a pedir una prueba PCR diaria. “Hay miedo, pero la vida por imperativo sigue.

En una escuela infantil de Sans (Barcelona) trabaja desde hace dieciséis años Arancha Plazas. Cuenta que se enteraron una hora antes del cierre temporal de la escuela. La Generalitat tardó muchísimo en comunicarlo, y llegaron los padres y madres a recoger a las criaturas asegurando que el día siguiente había que quedarse en casa. Cuando volvió a abrir, ella fue con intranquilidad por si, después de casi tres meses, los niños tuvieran aborrecida las dinámicas del centro. Pero no. Los padres y madres y los peques llegaron con energía, aunque sí es cierto, con temores. “Los padres ahora son más responsables y comprensivos. Si el niño tiene mocos antes te lo traían. Ahora no. Para proteger a sus compañeros y a nosotras. Por si acaso. Pero ¿con quién dejan a los niños? ¿con los abuelos? ¿no son población de riesgo? o ¿el padre o la madre se queda en casa teletrabajando? ¿se puede trabajar y criar a la vez?” Arancha lo hace con mascarilla, obsesionada con el lavado de manos y aunque abrazos sí les da, los besos (por el bien de todos) están censurados. “Bichito malo y personas buenas” así le cuentan mientras se frotan con jabón las manitas.

La opción de la madre de día

La Asociación de Pediatría hizo cinco propuestas higiénico-sanitarias para la apertura de las escuelas infantiles: el distanciamiento físico de seguridad y el uso de mascarilla, el fomento de higiene personal, la limpieza diaria de las instalaciones, planes de aislamiento ante casos de sospechosos, e, información y formación a la plantilla del centro. La Consejería de Educación y Juventud de Madrid elaboró unas instrucciones basándose en las cinco directrices y añadiendo otras: no se puede acceder al centro con zapatos de calle, los menores y las educadoras tendrán que utilizar un calzado específico, el personal debe llevar el pelo recogido, no se puede entrar carritos al centro, lavado de juguetes dos veces al día y entradas y salidas de los pequeños escalonadas. Ni la comida ni los juguetes se pueden compartir. Todas las comunidades autónomas establecen prioritario la medida de metro y medio de distanciamiento, y dos metros en los entre colchones de echar la siesta. Lo que no se ha movido son las ratios, todas las Comunidades menos Castilla -La Mancha, Baleares y Aragón tienen la misma: 8 bebés por clase, 13 de 1-2 años y 18/20 de 2-3 años.

Nacho es el padre de Martina, a la familia les recomendaron una “madre de día”. La cuidadora está cerca de su casa y el modelo de educación poco dirigida y fluida, así como respetuosa con el desarrollo armonioso del aprendizaje, hizo que se decidieran a probar. Habla sobre las ratios desproporcionadas de las escuelas infantiles, mientras la “madre de día”, cuida de cuatro peques en exclusiva. “El coronavirus ha reforzado nuestra decisión de llevar a Martina a la madre de día”.

Creciendo libre es el espacio de la madre de día Marta Moreno en la Prosperidad (Madrid). Cuida a cuatro niños. Marta trabajó durante diez años en una escuela infantil privada, “y después de parir me di cuenta de que aquello no era para mí. Hay demasiados niños para atenderlos como se merecen. No se respetan sus ritmos, funciona por imposiciones y superficialidades”. Desde hace cinco años es experta en pedagogía activa, “por supuesto no trabajo con mascarilla, no puedo perder la expresividad de la cara para con ellos. El contacto físico en la crianza es primordial”. Mucho lavado de manos, pero besos y abrazos también. Marta dice que a raíz de la pandemia ha recibido cantidad de llamadas de padres y madres preguntando por el proyecto. Sienten que los bebés podrían estar más guarecidos y menos expuestos. “Los niños perciben mi casa como una prolongación de la suyas. El miedo y el estrés les baja las defensas, por eso en las escuelas infantiles se ponen siempre malitos. Aquí tenemos un espacio de confianza para ellos y para la familia”. Pero es cierto que no todas pueden permitirse esta opción. Decidan lo que decidan, siempre es con un ojo puesto en su peque, y el otro, ahora por desgracia, en el virus.

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