Madrid fue la comunidad en la que más muertes por Covid quedaron fuera de la estadística oficial

Once meses ha tardado el INE en publicar una estadística completa sobre la mortalidad en 2020. Los datos han suscitado gran interés porque muestran cuándo, cómo y dónde fallecieron los contagiados de COVID-19 a partir de la información que aportan los certificados médicos de defunción. Las cifras, como era de esperar, confirman que murieron más personas de las declaradas por el Ministerio de Sanidad. La brecha entre los datos evidencia cómo la primera ola dejó muchos casos y fallecidos sin contabilizar por falta de diagnóstico. Solo se notificaron al Gobierno central las defunciones con una prueba positiva.

Pero la estadística permite extraer nuevas conclusiones. Hubo comunidades que en la segunda ola siguieron registrando un desfase considerable entre las muertes declaradas al Ministerio de Sanidad y las que luego se han revelado a través de la estadística de mortalidad del INE. Madrid está a la cabeza de esa diferencia con un 34% más de fallecimientos de los comunicados. Después Castilla y León, con un 24%.

Los datos dibujan también dos pandemias por las hondas diferencias entre la primera ola que desbordó al sistema sanitario y lo que vino después. Las personas que murieron con coronavirus entre enero, cuando aún ni se sabía qué era la COVID-19, y junio lo hicieron sobre todo en núcleos urbanos, sin diagnóstico y en residencias. Sin embargo, los fallecidos a partir de julio se diseminaron por todo el territorio –el virus se extendió libre y fue especialmente lesivo en pueblos pequeños y envejecidos tras el fin del confinamiento–, tenían la infección confirmada por PCR y pasaron por los hospitales, según el análisis que elDiario.es ha hecho de los datos aportados por el INE. Lo que no varió en 2020, independientemente de la ola, fue la edad de los fallecidos: una de cada cuatro muertes se registraron en personas de entre 85 y 89 años.

En la segunda ola los datos encajan mejor, salvo excepciones

La brecha entre las cifras de mortalidad en las estadísticas de Sanidad y la que reflejan los certificados de defunción muestra dos pandemias en 2020. Una primera ola donde muchas muertes por COVID se quedaron sin contabilizar por la poca disponibilidad de pruebas para detectar el coronavirus y una segunda ola donde la llegada de las PCR y los test de antígenos multiplicó la capacidad de diagnóstico. Un ejemplo de los mayores desfases fue Madrid, epicentro de la pandemia en España. Alcanzó un pico de 300 muertes diarias en el peor momento del colapso sanitario, según los datos oficiales. Los nuevos datos publicados por el INE elevan esta cima por encima de las 500 muertes cada día. 

“Era imposible capturar todo lo que había: el diagnóstico era inabarcable y resultaba complicado tener unos registros fieles. Se hizo lo que se hizo con los medios que había y después se ve que se ha ido mejorando”, señala el epidemiólogo Mario Fontán. En los primeros meses hay que recordar que solo los hospitales realizaban PCR, y únicamente a los pacientes que llegaban con dificultad respiratoria. Las pruebas tardaron tiempo en ser accesibles para la Atención Primaria. 

Entre febrero y mayo el INE registra 46.000 fallecidos a causa de la COVID-19 mientras las cifras del Gobierno apenas incluyen 29.000 de esas defunciones. Desde julio en adelante, con el aumento de la capacidad diagnóstica, la diferencia es de menos de 4.000 fallecimientos: 28.000 según el INE y 24.500 en las cifras del Gobierno.

Las curvas, por tanto, se igualan en la mayoría de comunidades después de julio, cuando los datos de fallecimientos remitidos por las autonomías a Sanidad encajan con los certificados de defunción. El siguiente gráfico muestra esa comparación en cada comunidad: en azul, las muertes oficiales diarias según los datos del Ministerio de Sanidad, en rojo, los fallecimientos con COVID confirmado, y en naranja, todos los fallecimientos donde la principal causa de muerte es el coronavirus (posible o confirmado).

Las diferencias, sin embargo, perseveraron también en la segunda ola en un pequeño grupo de territorios donde hay muchas más muertes, según el INE, que las cifras de fallecidos comunicadas al Ministerio de Sanidad. Son los casos de Madrid, Castilla y León, Asturias, Catalunya y Andalucía.

¿Cómo se puede explicar esto? Tres de estas comunidades fueron muy golpeadas desde el principio, y se puede inferir que sus sistemas de comunicación continuaban colapsados o no contabilizaban del mismo modo, según fuentes consultadas. “Pudo darse, por ejemplo, que hubiera ingresos prolongados que terminaron en muerte por Covid como causa principal, según el médico, pero no entra en el otro sistema porque se produce más allá de los 28 días que estableció Castilla y León”, indica Fontán. La notificación diaria, en todo caso, obligaba a una rapidez para la que la mayoría de sistemas no estaban dimensionados por la escasez de personal en salud pública.

Las ciudades sufrieron primero… luego los pueblos

La primera ola de la pandemia fue principalmente urbana. La mortalidad por coronavirus entre marzo y mayo se concentró en las grandes ciudades, zonas metropolitanas y sus áreas de influencia. En ese período, el 85% de las muertes fueron en municipios de más de 20.000 habitantes. La peor situación se vivió en las capitales de provincia, donde fallecieron más de 150 personas por cada 100.000 habitantes en tres meses. “Es lógico, porque el virus necesitó aviones o barcos (en menor medida) para entrar y en las urbes se concentra la población que viaja por trabajo o que tiene tiempo y recursos para viajar. Era básicamente un problema que nos venía de fuera. En la segunda ola eso pasó y fue la movilidad interna lo que determinó la expansión”, indica Fontán. 

Eso explica que a partir del verano, superado el confinamiento más estricto y con las vacaciones, el virus se expandiera por el territorio. Entonces causó más estragos en las zonas con una población más envejecida: más de la mitad de las defunciones del resto de 2020 ocurrieron en zonas rurales. El 51% de las muertes entre junio y diciembre fueron en pueblos y ciudades pequeñas (de hasta 20.000 habitantes). En la segunda mitad del año, en los municipios de hasta 10.000 habitantes fallecieron 123 personas por cada 100.000 habitantes, una tasa similar a la que se había vivido en las urbes más grandes durante la primera ola, donde la tasa de mortalidad llegó a 133 por cada 100.000 habitantes. 

El 51% de los fallecidos sin diagnóstico estaba en una residencia

La brecha entre la primera y la segunda ola es muy evidente en otro ámbito: el lugar donde fallecieron los contagiados. Durante los meses de marzo y abril el coronavirus atacó de lleno a los centros socio-sanitarios, donde murieron cerca de 13.000 personas mayores solo en esos dos meses. Además, en las residencias se concentraron el 51% de los fallecimientos sin prueba diagnóstica de todo 2020. 

En el gráfico se aprecia cómo esta situación cambió en la segunda ola (entre octubre y diciembre): las muertes en residencias descendieron significativamente respecto a la primera oleada, y la mayor parte de los fallecimientos se dieron en los hospitales.

Las muertes en las casas fueron relativamente pocas (en relación al número total de decesos): 4.030 personas fallecieron en su domicilio, de las cuales más de la mitad (2.329) corresponden a los meses de marzo y abril, cuando se produjo el estallido de la pandemia y el colapso sanitario.

Las edades no cambian con las olas 

Aunque el comportamiento de la pandemia en España mostró diferencias entre la primera y la segunda oleadas, no fue así en el caso de las edades de las personas fallecidas en uno  y otro periodo. De hecho, las proporciones de decesos por franjas de edad entre enero y junio, por un lado, y entre julio y diciembre, por otro, son prácticamente idénticas.

Pese a que en el primer semestre del año murió casi el doble de gente que en el segundo (46.662 personas frente a 28.177), la distribución de los fallecimientos por edades es casi calcada. El grupo etario más afectado fue el de las personas entre 85 y 89 años: representan casi 1 de cada 4 muertes por COVID-19 en ambos semestres. El siguiente grupo donde más fallecimientos se produjeron fue el de las personas de 90 a 94 años, seguido del de 80 a 84. Por el contrario, los menores de 50 años no llegaron a suponer ni el 1% de las muertes en 2020. En definitiva, las personas mayores fueron las más golpeadas por la epidemia.

La mortalidad por gripe y accidentes de tráfico, las que más cayeron

¿Cómo repercutió la COVID-19 en la mortalidad del resto de patologías? La crisis y el colapso sanitario a raíz de la pandemia tuvieron como consecuencia que se dejaran de atender otras enfermedades. Para ver el impacto del coronavirus sobre las otras causas de mortalidad, hemos comparado el número de fallecimientos por cada causa de muerte a lo largo de 2020 (solo se han tenido en cuenta aquellas causas de muerte con más de 500 casos en el año) con la media de los últimos años (de 2016 a 2019).

La gripe es la causa de muerte que más baja, incluso por delante de los accidentes de tráfico, que cayeron en picado (23%) por las restricciones a la movilidad. En 2020 fallecieron por gripe un 30% menos de personas que el promedio de los últimos años. 

Pero no todas las muertes cayeron. Aumentaron significativamente los fallecimientos asociados a enfermedades del sistema genitourinario (un 32% más), a la senilidad y a los trastornos mentales (un 22% y un 21%, respectivamente) o a las enfermedades hipertensivas, entre muchas otras. Por ejemplo, los tumores: las muertes por tumores neurológicos, de la piel, de las vías urinarias o respiratorios se incrementaron en 2020.

En esta tabla interactiva es posible ordenar la información por número de defunciones totales en 2020, o su variación o diferencia respecto al promedio de los últimos años, así como introducir términos de búsqueda para consultar el detalle de cada causa de muerte en concreto.