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El papa Francisco decreta el fin de la era Rouco

Francisco decreta el fin de la era Rouco. Este jueves la Santa Sede ha hecho oficial el nombramiento del hasta ahora arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, como sucesor del todopoderoso cardenal al frente de la diócesis de Madrid. El actual vicepresidente de la Conferencia Episcopal, de 69 años, es el hombre elegido por el papa argentino para remodelar una Iglesia española, que durante el pontificado de Rouco Varela se ha caracterizado por su carácter hosco, la dinámica de la condena y una orientación política escorada hacia los postulados de la extrema derecha.

La designación de Osoro es para Rouco una doble derrota, ya que va unida a la del cardenal Antonio Cañizares, su histórico contrincante, como nuevo arzobispo de Valencia. Esto supone el cierre de una etapa en la que la Iglesia española ha perdido buena parte del prestigio que atesoró cuando, durante la Transición, el episcopado presidido por el cardenal Tarancón apostó por la reconciliación. En este sentido, se espera que Osoro –quien, como el cardenal Tarancón, también fue obispo en Asturias– provoque un cambio de imagen en la estructura eclesial. A imagen y semejanza del cambio impulsado por Francisco desde Roma.

La decisión de Francisco también respeta el sentir mayoritario de los obispos españoles, quienes el pasado mes de marzo eligieron por abrumadora mayoría al tándem Blázquez-Osoro para liderar la Conferencia Episcopal. Una muestra de una Iglesia “en salida” y que apuesta por una mayor comunicación con la sociedad, alejada de la idea de la “resistencia numantina” acaudillada por Rouco Varela. Carlos Osoro ya fue obispo de Orense y arzobispo de Oviedo, antes de recalar en Valencia, la segunda diócesis en número de fieles de España. Sin ser considerado “progresista”, el talante de Osoro es muy parecido al del propio Francisco.

El futuro arzobispo de Madrid es un hombre cercano, que apuesta por el diálogo y que muestra un rostro de una Iglesia que, sin renunciar a sus postulados en defensa de la vida o del matrimonio tradicional, pretende entrar en contacto con todas las sensibilidades (entre los católicos, pero también con el resto de la sociedad), sin excluir a nadie.

Un modelo de Iglesia más propositiva y amable, que se traducirá también en su relación con los medios de comunicación. A diferencia del cardenal Rouco, se espera una mayor presencia de Carlos Osoro, y cambios en los medios propiedad de la Iglesia en los que, como ya publicó eldiario.es, se intentará frenar la deriva hacia la extrema derecha política.

Presiones del Gobierno

El cardenal Rouco, por su parte, intentó, hasta última hora, postular tanto a su auxiliar Fidel Herráez como a los arzobispos de Sevilla, Juan José Asenjo; y Toledo, Braulio Rodríguez, para la sede de Madrid. Finalmente, no hubo caso, y el propio Rouco, que hasta la llegada de Francisco controlaba todos y cada uno de los nombramientos episcopales en nuestro país, ha tenido que enterarse por la prensa del nombre de su sucesor.

La designación de Osoro supone, también, una llamada de Roma a la independencia respecto del Gobierno de Mariano Rajoy, que había presionado a través del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, para que el elegido fuera el cardenal Cañizares, más conservador que el finalmente elegido. Pese a todo, el Ejecutivo ya ha mostrado su disposición a mejorar las relaciones institucionales al más alto nivel, prácticamente inexistentes dada la animadversión mutua que se profesan Rouco y Rajoy.

“Tengo un nombre para usted, don Carlos: el peregrino”, le dijo Francisco a Osoro cuando le recibió el pasado mes de marzo. Y es que la sintonía entre el papa y el todavía arzobispo de Valencia es total, hasta el punto de que a Osoro se le conoce como “el Francisco español”.

Parecidos incluso físicamente, Carlos Osoro es uno de esos prelados con olor a oveja, y con demostradas dotes para el gobierno eclesiástico. Su edad (69 años) es la ideal para un gobierno en la diócesis de Madrid que no sea de transición y que, a la vez, permita el encuentro y la búsqueda de consensos con todas las sensibilidades de una comunidad eclesiástica fragmentada.