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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Parir y nacer en plena crisis del coronavirus: “Mi hijo está sano, pero apenas puedo tocarlo”

El coronavirus ha sido capaz de paralizar actos de nuestra realidad cotidiana que jamás habríamos imaginado. Por fortuna, hay uno al que no se le pueden imponer restricciones, aunque inevitablemente se haya visto alterado por la situación actual.

Parir y nacer en estado de alarma, con los hospitales volcados con los pacientes de COVID-19 y una enfermedad desconocida campando por el mundo, no es el escenario ideal, pero la OMS ha advertido que las embarazadas pueden estar tranquilas porque no hay evidencias de que el virus se transmita por la placenta. No obstante, surgen nuevas preguntas sobre el momento de dar a luz que las autoridades médicas han tenido que atajar sobre la marcha.

¿Qué ocurre si la madre da positivo en coronavirus? ¿Es seguro sacar al bebé del hospital incluso después del alta? Y, en caso contrario, ¿se le debe llevar otra vez para hacerle las pruebas de seguimiento de la primera semana? El Ministerio de Sanidad recuerda que cada caso es distinto, pero que siempre se extremarán las precauciones con las parturientas y los neonatos. Y esto, en ocasiones, se convierte en un viacrucis como el de Helena para salvaguardar su salud y la de su bebé.

El 12 de marzo –un día antes que el Gobierno declarase el estado de alarma– Helena entró al Hospital Josep Trueta de Girona con unas décimas de fiebre y un embarazo de 38 semanas. Rompió aguas mientras le ponían las correas de monitorización del feto y, horas después, dio a luz a su hijo, Enric, sin saber todavía que estaba infectada de COVID-19.

Aun así, tras el parto madre e hijo pudieron hacer piel con piel hasta que subieron a la habitación, donde los médicos le informaron de que le harían el test y habría que tomar precauciones mayores. “Iba con mascarilla y estaba dos metros de distancia del bebé, sin tocarlo”, relata. Luego llegó la confirmación de que ella era positiva, se llevaron al bebé a una sala aislada para hacerle la prueba también y mandaron al marido a casa. “Las enfermeras me enseñaban fotos del niño”, cuenta Helena sobre esas primeras horas.

Al día siguiente, mientras que a ella le dieron el alta y se fue a casa a cumplir con el aislamiento domiciliario, el recién nacido se tuvo que quedar en el Trueta hasta que se confirmó que era negativo. Desde entonces, y de acuerdo con el protocolo que le han dado desde el hospital, Helena debe extremar las medidas de higiene y de distanciamiento social. Esto significa que solo puede tocarlo cuando le da el pecho, porque el amamantamiento está recomendado incluso para aquellas mujeres que están infectadas por COVID-19.

“Lo que hago es alargar el pecho y me lo quedo más rato, es muy duro”, confiesa. Y, a pesar de que al inicio recibía informaciones contradictorias –“primero me decían que tenía que sacarme leche y dársela en biberón, luego que ya podía dar de mamar”–, remarca que no tiene reproches hacia su hospital, con cuyos médicos y psicólogos mantiene contacto diario.

Su principal angustia ahora mismo, diez días después, es que ha de mantener unas medidas de aislamiento que le impiden besar o dormir junto a su recién nacido. “Mi bebé está sano, pero apenas puedo tocarlo”, se lamenta. Por no hablar de las demás complicaciones asociadas a este aislamiento: “Mi pareja tiene que lavar mi ropa a 60 grados, no puedo tocar nada, él lo va desinfectando todo, cada vez que cojo el móvil lo he de esterilizar y el niño solo me ha visto con mascarilla”, enumera.

El caso de Helena coincide en buena medida con lo que recogen los protocolos de Sanidad en cuanto a madres contagiadas, aunque los ginecólogos confiesan que se revisan cada día y que se tiende a favorecer cada vez más el contacto entre madre e hijo, sobre todo a medida que se tiene mayor conocimiento de la enfermedad. “Al principio se incorporó el amamantamiento y ahora se debate si hacer lo mismo con el piel con piel, porque esto va modificándose en cuestión de horas”, valora Francesc Figueres, jefe de Ginecología del Hospital Clínic de Barcelona.

El médico reconoce que probablemente llegará el momento en que se acepte que los recién nacidos pueden estar con la madre aunque sea positiva, lo que refuerza la sensación de injusticia en mujeres como Helena. Más aún cuando existen algunos centros que optan por dejar a los bebés en la habitación, como ocurre en el Complejo hospitalario de Navarra. “Depende de los síntomas que muestre la madre, pero si es positiva asintomática y el bebé da negativo, el aislamiento puede ser conjunto”, aseguran fuentes del área de Ginecología.

“Es un protocolo que cambió hace solo unos días. Se empezó a valorar la depresión posparto, que es relativamente frecuente, unida al hecho de que las madres que se encuentran clínicamente bien se sientan infectadas y sobre todo culpables por poder contagiárselo a sus hijos”, desvelan desde el complejo navarro. “Da rabia: imagina lo que es que tu hijo llore y no poderlo acunar. Pero, a la vez, quiero estar convencida de que no le transmitimos nada”, relata Helena, que cuenta los días para acabar con la cuarentena.

Con todo, por ahora lo que recoge el último protocolo de la Sociedad Española de Neonatología, a fecha de 23 de marzo de 2020, es que en supuestos de madres infectadas asintomáticas, “se valorará la posibilidad de alojamiento conjunto en régimen de aislamiento de contacto y gotas entre madre e hijo”, lo que incluye higiene de manos, mascarilla facial y cuna separada a 2 metros de la cama de la madre. “Según la situación epidemiológica, se puede valorar continuar en régimen de aislamiento domiciliario bajo seguimiento telefónico”, concluye el texto.

Sin COVID-19, pero marcados por el coronavirus

El mismo día que Helena paría en el Josep Trueta de Girona, lo hacía otra mujer, que prefiere mantener su nombre en el anonimato, en una clínica privada de Barcelona. Su suerte fue que tanto ella como su marido llegaron los dos sanos y se marcharon un día más tarde siendo tres y sin sospechas de coronavirus. De hecho, el protocolo que siguen es el mismo que si no tuviesen al bebé en casa: mucho cuidado con las manos, e higiene absoluta al salir y entrar del domicilio.

“Estábamos obsesionados con no contagiarnos. De hecho, la madre había hecho por su cuenta quince días de cuarentena. Llegamos al hospital con mascarillas y guantes y éramos los únicos. Unas horas más tarde, el panorama era otro”, desvela el padre. El parto fue a pedir de boca, pero cuando les plantearon volver a los dos días para la prueba del talón -indicada en los recién nacidos a las 48 horas-, la pareja pidió quedarse en el hospital.

“Creía que había más riesgo saliendo, deambulando por el hospital y volviendo al día siguiente, que permaneciendo allí”, cuenta él. Aunque la mayoría de padres primerizos temen el momento de dar a luz, esta pareja asegura que la preocupación ha llegado de golpe en el posparto. “Si cuando tienes un niño la paranoia alcanza cotas increíbles, ahora ni te cuento”, dice este padre durante el confinamiento con su mujer y su recién nacido, que no han salido a la calle ni para las primeras revisiones con el aval del pediatra.

“Cualquier tránsito al hospital es innecesario a menos que sea por una causa médica de vida o muerte”, opina. Por eso, han comprado una báscula y un termómetro para bebés con el que mantienen al día a los médicos de los parámetros del pequeño. Con estas citas telemáticas y una aplicación que resuelve dudas prácticas, esta familia pretende aguantar hasta que se dé por finalizado el estado de alarma. “Te da una sensación de tranquilidad. Ni ha ido al médico ni somos enfermeros, pero a marchas forzadas vamos a tener que serlo”.

Pero no todos tienen la misma suerte. Valentina nació hace ocho días en el Hospital Materno infantil de Canarias. Ni la madre ni el bebé tuvieron síntomas de COVID-19, pero a los días sus médicos le detectaron ictericia [una alteración común entre los lactantes por falta de sol]. Ahora, cada viaje al centro es una aventura que no se sabe cómo va a terminar. “Hoy, por ejemplo, no me permitían quedarme ni en el parking”, desvela Luis, padre de la criatura.

El protocolo de Sanidad establece que, en caso de ingreso, solo un familiar puede acceder al hospital con el neonato. Él y su mujer Joanna acordaron que fuera ella para seguir dándole el pecho a Valentina. “La ictericia se cura dándole el sol, cosa que ahora está difícil”, se lamenta Luis. Aunque él sí ha salido con el bebé para las revisiones médicas, admite que es un camino sobrecogedor: “Hace tres días fui al registro del hospital y parecía Chernobyl”.

Reconoce que es difícil de explicar, pero que ahora a los hospitales les envuelve un halo que hace unas semanas no existía y que produce cierto respeto. “En el mío, por ejemplo, en la sexta planta está pediatría y en la sexta los aislados de coronavirus. No quiere decir que sea peligroso, pero transmite sensación de intranquilidad”, expresa este padre canario.

Son realidades cotidianas que se han visto transformadas del día a la noche por el coronavirus. Lo mismo ocurre con las visitas de familiares y amigos, que por ahora ni se plantean. “No hace falta que lo indiquen los pediatras o Sanidad. Ahora mismo nuestra salud y la de mi hijo es prioritaria al achuchón que le quieran dar los abuelos. El momento en el que se conozcan va a ser súper emocionante, pero no sé dentro de cuánto será. 14 días, 18 o quizá meses”, confiesa el padre de Girona con un regusto agridulce.

“Es complicadísimo, porque tú mismo actúas de policía con tu familia. Pero es lo que nos ha tocado vivir”, continúa resignado. “Algún día, cuando mi hijo cumpla los años suficientes para entenderlo, alucinará, porque esto es una guerra que no se ve”.

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