Cuando este miércoles el vuelo de ITA Airways sobrevolaba suelo español camino de Lisboa, donde Francisco se encuentra celebrando la Jornada Mundial de la Juventud católica, un par de periodistas le preguntaron si esto debería contarse como “visita a España”. “Puede ser, puede ser”, contestó entre risas el Pontífice. Más allá de la broma, lo cierto es que el de esta semana supone el viaje número 60 de Francisco en diez años de pontificado (17 de ellos por Europa) y nuestro país es el único de los denominados países católicos que no ha pisado. ¿Por qué?
La versión oficial, dada por el mismo Papa en varias entrevistas, es que los objetivos de sus visitas son países “en las periferias”. Así, se entienden los 12 viajes a Asia (serán 13 tras Mongolia, a finales de agosto), siete a América Latina o cuatro a África (a lugares tan emblemáticos como Sudán del Sur, Centroáfrica, Madagascar, Uganda, Kenia o Mozambique). No entra en ese argumentario su presencia en grandes potencias como Francia o Portugal.
El Vaticano explica que, en estos y otros casos, se trató de visitas circunscritas a actos concretos, como la JMJ de esta semana, la visita del Papa al parlamento de Estrasburgo en 2014, o los 70 años del Consejo Ecuménico de las Iglesias que le llevó a Ginebra (Suiza) en 2018. Sin embargo, y aunque es cierto que Francisco no ha viajado ni a Reino Unido (desde la ruptura de Enrique VIII hace cinco siglos solo un Papa, Benedicto XVI, visitó el país) ni a Alemania, la ausencia de viajes a España llama, y mucho, la atención. Especialmente, porque su antecesor Ratzinger vino a España hasta en tres ocasiones: Valencia, Santiago y Barcelona y, finalmente, Madrid, donde se celebró otra JMJ, la de 2011.
Además, en España se han realizado actos muy relevantes desde el punto de vista religioso: el doble Xacobeo postpandemia (donde se habló de una invitación a tres del entonces presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, el jefe del Ejecutivo Pedro Sánchez y la Casa del Rey), a la que el Papa dio su visto bueno, pero que acabó truncándose por la polarización política existente. O los 500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola (un acontecimiento especial para un Papa jesuita). O el cuarto centenario de la canonización más famosa de la historia que aglutinó a santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y san Isidro Labrador, cuatro grandes santos españoles). Pero no hubo manera.
Lo cierto es que España es una pequeña 'isla' de ausencia papal: Portugal (en dos ocasiones, 2017 y 2023), Marruecos, Francia (Estrasburgo y, en septiembre próximo, Marsella), Irlanda, Hungría (también en dos ocasiones), Grecia (el país que más ha visitado, salvando Italia, con tres viajes apostólicos), Malta, Polonia, Rumanía o Suiza son algunos de los destinos europeos de Francisco.
¿Por qué no viene Francisco a España? A estas alturas, incluso quienes tanto han presionado a Bergoglio para que accediese a un viaje, han tirado la toalla. Sin embargo, todos también se preguntan qué razones hay detrás. La primera la explicó el mismo Papa en 2019, durante su vuelo a Marruecos: “Iré cuando haya paz (...). Primero tienen que ponerse de acuerdo ustedes”, y quedó reiterado en 2022, cuando finalmente no se oficializó su visita a Compostela.
Peleas, elecciones y obispos conservadores
La polarización política es un tema que preocupa mucho a Francisco, que no quiere ser utilizado en polémicas partidistas. Y ejemplos en los que su figura ha servido de palanca de pelea hay unos cuantos, como las polémicas tras las visitas de Pedro Sánchez o Yolanda Díaz al Vaticano. O el sonoro “ciudadano Bergoglio” con el que se refirió al Papa el presidente de Vox, Santiago Abascal, tras las críticas papales al discurso xenófobo de la ultraderecha española. Fuentes vaticanas apuntan, en este sentido, a que seguramente el Papa será preguntado sobre España y la situación postelectoral en la tradicional entrevista de regreso de Portugal.
La otra gran razón es que, pese los múltiples intentos y los últimos nombramientos –especialmente José Cobo como nuevo arzobispo de Madrid, y cardenal–, Francisco sabe que una gran parte del episcopado español no ve bien el proceso de reformas emprendido en la Iglesia. O, al menos, no muestra ningún entusiasmo. Entre los obispos españoles, hay varias decenas (al menos un tercio, aseguran los expertos) de prelados reaccionarios, pegados a la férrea doctrina y que, diez años después, continúan pensando en Bergoglio como una tormenta que pasará, y volverán los buenos tiempos. Obispos como Sanz, Munilla o Demetrio mantienen un fuerte predicamento en la Conferencia Episcopal que, además, el próximo mes de marzo celebrará elecciones a la presidencia.
Aunque Francisco no propone candidatos para ese puesto, el hombre señalado por Bergoglio es Cobo, al que hizo de una tacada arzobispo de Madrid y cardenal desde un puesto de simple obispo auxiliar. Sin embargo, por el momento la mayoría episcopal se decanta por que el sucesor de Omella (que ya ha anunciado que no repetirá) sea el arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, conocido por sus posturas conservadoras. No sería la primera vez que sale elegido un candidato diferente al favorito papal.
Lo cierto es que España se ha convertido en una suerte de búnker de posiciones reaccionarias (ya sea sobre la eutanasia, el aborto o los colectivos LGTBQ+) y de grupos que están causando más de un dolor de cabeza al Pontífice. Las últimas polémicas con el Opus Dei (una realidad netamente española) o el Camino Neocatecumenal, así como la investigación ordenada por el Papa a los seminarios españoles dan buena muestra de la realidad de una Iglesia, la española, que al menos en sus estructuras más elevadas, tiene más reservas que cariño por el Papa Francisco.
Los problemas de Roma para encontrar candidatos al episcopado (al menos tres de cada diez candidatos dicen no a la oferta tal y como admitía el ya ex prefecto de la Congregación de Obispos, Marc Ouellet, en una reciente entrevista), la falta de vocaciones al sacerdocio y la procedencia de estas (la gran mayoría de los que entran en los seminarios, diocesanos o de los kikos, tienen una tendencia ultraconservadora) hacen que España no sea un lugar cómodo para Bergoglio.
Cúpula vaticana española
Paradójicamente, Francisco sí está echando mano de nuestro país para designar a sus hombres de confianza en el gobierno de la Iglesia mundial. De hecho, hay dos españoles en el G-9 (el grupo de cardenales que asesora directamente al Papa): el cardenal Omella, que decididamente parece ser el español con más peso en el Vaticano en estos años; y Fernando Vérgez, el presidente del Governatorato del Vaticano. España es el tercer país en número de cardenales, con 14 (de los que solo votarían ocho en un hipotético Cónclave), solo superado por Italia y Estados Unidos. Incluso, se rumorea que uno de ellos, Ángel Fernández Artime, actual rector mayor de los salesianos y que dejará su puesto por orden papal el año que viene, podría ser su nuevo Secretario de Estado o, al menos, formar parte de su círculo de confianza.
¿Vendrá el Papa a España? Salvo sorpresa, todo parece indicar que no. El panorama indica que tampoco serán fáciles cambios en el estilo de la Iglesia española en la línea que marca Francisco. Aunque como el mismo Papa dijo en el vuelo de ida a Lisboa, “puede ser, puede ser”.
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