No existe una única violencia machista. En momentos en los que su mera existencia es puesta en cuestión en el discurso público, estas historias buscan resaltar que las mujeres sufren, por su condición de mujeres, múltiples violencias: la violencia física dentro o fuera de la pareja; la violencia psicológica; la de las instituciones que obligan compartir la custodia de los hijos con el maltratador; la agresión sexual de un conocido (o no), el acoso callejero, el abuso económico de una pareja, de un ex. Esas son algunas formas, pero hay más. Las sufrieron Isabel, Elena, Àsia, Selena, Ana María, Rosa... y miles de mujeres en España y en el mundo. Sus relatos tienen muchos puntos en común. Por ejemplo, que ninguna fue capaz de identificar lo que les pasaba hasta que la situación se hizo insostenible; que les costó verse como víctimas. También tienen en común el final feliz. Aunque para muchas el dolor no se ha apagado, consiguieron salir de la realidad de violencia que las aplastaba. Y aquí lo cuentan bien alto para intentar que lo que les pasó no le pase a nadie más.
La deuda económica que recuerda el maltrato: “Me anuló por completo”
Àsia Selma, 35 años, Barcelona
Àsia Selma, 35 años, BarcelonaUna deuda de más de 35.000 euros a su nombre le recuerda cada día que es una superviviente de violencia machista. Cuando todavía no se identificaba a sí misma como víctima, hace más de cinco años, consiguió salir de la espiral de control y manipulaciones a la que le sometía su pareja, pero de lo que todavía no ha logrado zafarse es de sus desmanes económicos: una empresa fallida, un coche impagado y varios préstamos sin devolver, todo a nombre de ella.
Durante los dos años que duró la relación, en plena crisis, ella llegó a vender su coche y un piso en propiedad para salir del paso. Pero lo que entonces vio como algo normal –por ejemplo, montar con ese dinero una empresa que llevaba él pero que estaba a nombre de ella– se torció cuando su pareja le puso cada vez más pegas para que encontrara otros empleos o la convenció para no comprarse otro coche. “Me anuló por completo”, relata por primera vez esta mujer, que siete años después, y habiendo roto, no ha conseguido deshacerse ni de las deudas ni del miedo a sus represalias. Leer más.
“Desde el inicio existió control y posesión, pero lo normalizamos”
“Desde el inicio existió control y posesión, pero lo normalizamos”Elena, 21 años, Madrid
Elena, 21 años, MadridSu relación duró cuatro años. Al principio era “de ensueño”. Sin embargo, después de quedarse embarazada y abortar, todo fue cambiando. “Primero empezó con la ropa. En la playa, no podía ponerme una parte inferior que no tapase lo que él consideraba suficiente y mucho menos hacer topless; mi pecho era solo suyo y nadie más tenía por qué verlo, me decía. Si alguien me miraba, se enfadaba conmigo. Cuando salíamos de fiesta no podía pintarme los labios de rojo porque ‘parecía una puta’. Nada de escotes, faldas cortas o ropa sin sujetador porque 'iba provocando'. Si hablaba de ir a cenar con mis amigas, me decía que mejor me quedase con él”.
“Desapareció mi vida fuera de la que tenía con él, y pasó incluso a querer saber con quién hablaba. Después de tanto tiempo me he dado cuenta que desde el inicio existió control y posesión, pero cuando estás dentro no lo ves, o no quieres hacerlo. Él llegó a normalizarlo y yo también”, analiza Elena. “Irme fuera de España me ayudó a ver que hay cosas maravillosas fuera de una relación en la que solo hay sufrimiento. Hoy soy la mejor versión de mí misma. Todas merecemos ser felices”.
30 años guardando las apariencias: “El machismo no entiende de clases sociales”
María, 60 años, Gran Canaria
María, 60 años, Gran Canaria“El machismo no entiende de clases sociales”, asegura María (seudónimo), que no quiere dar su nombre ni que se la fotografíe por miedo a que su exmarido pueda seguir haciéndole daño. Rompió con la relación hace un año y medio y aún se está reponiendo de las heridas. Esta superviviente reconoce que en ciertos ámbitos sociales es más complicado romper el silencio y reconocer que sufres violencia de género “porque se intentan guardar las apariencias”. Y explica que otras amigas de su círculo sufrían violencia pero “se callaban por vergüenza”. Ella, de Gran Canaria, aguantó más de 30 años de malos tratos psicológicos: “Cállate”, “estás loca” o “tú no sabes de esto”, eran parte de sus desprecios constantes. “Era un hombre que un día te machacaba y al día siguiente te llenaba la casa de flores”, recuerda. Con la autoestima dañada pero “con ayuda psicológica”, ha podido recuperar el control de su vida. Una vida que, agradece, ya no es de apariencias y mentiras. Leer más.
Cuando el agresor es tu padre: “Ahora sabemos cómo es él en realidad”
Sara, 19 años, Madrid
Sara, 19 años, MadridSara recuerda que cuando sus padres aún vivían juntos “veía situaciones que no eran agradables; mi padre estallaba y rompía cosas de la casa”. “Un día escuché a mi padre gritar en la cocina y cómo se rompía algún plato. De repente mi madre entró en el salón donde estábamos mi hermana y yo viendo la televisión y detrás de ella estallaron varios platos contra la puerta”. Esta joven de 18 años cuenta que no fue consciente de la violencia que sufría en su casa hasta mucho después del divorcio, cuando “leí mis diarios de esa época en los que hablaba de él como un monstruo”.
Cuando tenía 14 años, sus padres fueron a cenar con sus respectivas parejas en un restaurante y él maltrató a la novia de su madre: “Fue la primera vez que ella me habló de él como un maltratador. Había cogido por el brazo y arrastrado a la pareja de mi madre, dejándole moratones”. “Ahí me cambió la perspectiva. Mi madre nunca denunció, por nosotras. Pero después de esto cortaron toda relación. Nosotras le seguimos viendo, pero ahora sabiendo cómo es él en realidad”.
Cuando la violencia se extiende: ''Empezó a aislar a mi hija igual que hizo conmigo''
Marianella, 38, Castro Urdiales
Marianella, 38, Castro UrdialesMarianella empezó a sufrir violencia de género por parte de su pareja cuando tenía 25 años. Comía, vestía, hablaba y decidía pensando en él. Cuando se quedó embarazada, su pareja la presionó para mudarse a vivir juntos. Durante los años en los que duró su relación, ha sido maltratada psicológica, física y sexualmente, hasta el punto de que en su segundo embarazo él la coaccionó para impedirle abortar. ''La situación fue de mal en peor: todos los días me hacía sentir inútil, se metía con mi físico, decía que no valía para nada, que no tenía amigos y que sin él no era nada. Siempre era él, él y él'', recuerda.
“Y a mi hija mayor la empezó a aislar igual que hizo conmigo'', cuenta. Eso la decidió a acabar con la situación en 2012, pero no interpuso una denuncia hasta 2018, cuando recibió una amenaza del padre de sus hijos, que pretendía ''mandar a dos sicarios'' para que acabasen con su vida. Actualmente, tanto ella como sus hijos continúan en terapia, aunque sus vidas ''han ido notablemente a mejor''. Leer más.
La víctima de trata, revictimizada: “Me daba vergüenza, no podía levantar la cara”
Aisha, 28 años, Guinea - Barcelona
Aisha, 28 años, Guinea - BarcelonaMiedo, vergüenza. Son las palabras más repetidas por Aisha (nombre ficticio). Llegó desde Guinea a España con la falsa promesa de poder estudiar. Cuando puso un pie aquí, se dio cuenta de que su tía la había engañado y la forzó a prostituirse. Con una “fuerza extrema”, dice, soportó humillaciones e insultos. Hasta el día en que cerró por última vez la puerta para salir corriendo.
Ahí fue cuando se derrumbó, al verse durmiendo en la calle, malviviendo, ganándose unos euros al día haciendo trenzas en los alrededores de un mercado. Tampoco fue fácil declararse como víctima de trata en la entrevista con los Mossos d'Esquadra. “Tenían todos la mirada fija sobre mí, me daba hasta vergüenza, no podía levantar la cara”. Aisha tampoco se vio capaz de denunciar. De nuevo, pesó el temor. “Tenía mucho miedo de ver a mi tía en el juicio”, cuenta en un documental dirigido por Sonia Ros. Sigue pendiente de que Extranjería regularice su situación administrativa. Leer más.
Compartir la cama con tu violador: “Aparento estar fuerte, pero hay mañanas en que quiero morir”
Emilia, 42 años, Santander
Emilia, 42 años, Santander“No recuerdo cuándo empezó, pero sí la primera vez en que me di cuenta”. La pareja que compartía cama con Emilia [nombre ficticio] abusó de ella en reiteradas ocasiones a lo largo de cuatro años, aprovechando momentos como cuando ella había bebido alcohol. Emilia sospechó lo que ocurría cuando empezó a despertar desnuda y con rastros en su cuerpo. Desconcertada, recibió excusas y silencios por parte de él. Pero volvieron a sucederse hasta la ruptura de la pareja en 2017. Emilia denunció los hechos y tiene dos sentencias en la que se condena a su expareja por abuso sexual, pero ella ha recurrido la última en la que no ve acreditado que hubiera penetración.
Esa es su lucha ahora: para que se haga justicia total en su caso y también por las demás víctimas. “Por el día aparento estar siempre fuerte, pero hay mañanas en que me levanto y quiero morir”, reconoce. Leer más.
“La universidad me salvó la vida”
Laura, 25 años, Bilbao
Laura, 25 años, BilbaoLaura y Andrés (nombres ficticios) lo compartían todo. Vivían cerca, iban al mismo instituto y tenían los mismos amigos. Pero esa relación con la persona que tanto la conocía y que la había visto crecer acabó convertida en tres años de insultos, amenazas, y agresiones físicas y sexuales que Andrés ejercía con la complicidad –al menos el silencio– del resto del grupo. Cuando empezó la universidad, los controles y reproches se multiplicaron: “Yo sentía que no lo hacía bien, que no le demostraba lo suficiente. La cuestión es que me quería entera y solo para él. Me esforzaba más y más para demostrar que le quería”, recuerda ahora Laura. Andrés le exigía que adelgazara y también la obligaba a tener sexo, ejerciendo sobre ella una violencia que le provocó repetidas fisuras vaginales y anales.
“Luego aprendí que era una violación en pareja; muchas veces me forzaba a bajarme los pantalones y venga. Llegué a consumir la pastilla del día después cuatro semanas seguidas, porque de no lubricar, de ser forzada, se rompían los condones”. Cuando Laura lo dejó, se convirtió en la “guarra” y la “puta” del Whatsapp de la cuadrilla. Pero contaba con el apoyo de su familia y sus nuevos amigos. “La universidad me salvó la vida”, dice ahora. Leer más.
Volver a la vida a los 60 años: “Todavía tengo miedo cuando cierro la puerta”
Selena Ruíz, 60 años, Madrid
Selena Ruíz, 60 años, MadridSelena se casó con 16 años y muchas ganas de conseguir una libertad que no tenía en casa. Pero después de la boda “comenzó la pesadilla”. Insultos, empujones, golpes... Cuando después de unos años –y dos hijos– decidió divorciarse, volvió a casa de sus padres, pero no le dieron ningún apoyo. Al final consiguió alquilar un piso a nombre de una amiga y un buen trabajo donde conoció a su segunda pareja.
Tardó en poder divorciarse de su exmarido 10 años (acababa de aprobarse la ley de divorcio), pero esa segunda oportunidad fue para Selena aún peor: “Era un hombre posesivo, machista, abusaba de mí sexualmente, me quitaba el dinero, no me dejaba trabajar, me pegaba. Pero delante de la gente era un hombre maravilloso y a mí me trataban de loca”. Tuvo otros dos hijos con él, pero la alejó de ellos durante un año a golpe de escopeta. “Tras años de intentarlo, al fin conseguí una orden de alejamiento”. También se quedó con una deuda de su ex de más de 35.000 euros. “Tengo 60 años, estoy viva y puedo contarlo. Pero todavía tengo miedo cuando cierro la puerta”.
El episodio del autobús: “Me iba haciendo cada vez más chiquitita en la ventanilla”
Yolanda, 23 años, Madrid.
Yolanda, 23 años, Madrid.“Debía de ser otoño, porque íbamos con abrigos”. Yolanda se montó en un autobús interurbano de Madrid para ir a su campus universitario. Tenía 18 años. Un hombre joven se subió después que ella, y se sentó a su lado abriendo las piernas, el conocido como manspreading. “Noté como cada vez empezaba a pegar más su cuerpo contra el mío, y yo me iba echando cada vez más hacia la ventanilla. Me iba haciendo cada vez más chiquitita”.
Entonces vio su mano dentro del abrigo. “No vi el pene, pero sí el movimiento”. Llegaba su parada, y se incorporó para salir del asiento. “No quería molestarle, sé que suena absurdo, pero me estaba muriendo del asco. No quería que él supiera que yo sabía que se estaba haciendo una paja”. Él no la dejaba pasar: “No paraba de repetir que me dejase salir, y él ni siquiera me hablaba”. Entonces elevó la voz y se giraron dos personas; aprovechó para salir. “Cuanto más joven te pasan estas cosas, más culpable te sientes. Hasta que empiezas a ver que no es culpa tuya y que es una cosa habitual. Me encantaría llamarles pirados, pero en verdad ¿hay tantos pirados o es que estamos en una sociedad patriarcal?”.
Una huelga de hambre como último tren: divorciarse y abrir la puerta del infierno
Ana María, 50 años, Sevilla
Han pasado 14 años desde que separó su vida de la de su exmarido. La comunicación de la sentencia de divorcio lleva la fecha de su cumpleaños. María sufrió el “descrédito permanente” ante los hijos. De todas, sigue recordando la amenaza: “ponte mala o te pongo mala yo”. Insultos reiterados sin descanso: puta, víbora, egocéntrica, estúpida. Interrogatorios en círculos brutales para controlar sus actos y comunicaciones. Y un largo etcétera.
Fue su hijo pequeño el que un día le dijo: “Mamá, contraataca, que papá te está hundiendo”. Lo único que ha ganado en los juzgados, asegura, fue la declaración de este hijo que no quería ver a su padre porque “lo ignoraba y lo usaba para espiar a su madre”. Su divorcio le ha supuesto ruina económica y extorsión: “el saqueo total de mi vida”. Su exmarido incluso consiguió sacarla del censo electoral y que no pudiera votar en unas elecciones. “Creo que el sistema está a su servicio y el de sus manipulaciones”. Leer más.
15 años de maltrato psicológico: “Me dijo tantas veces que no valgo nada que me lo he creído”
Silvia, 39 años, Santander
Silvia, 39 años, SantanderSilvia (nombre ficticio) está saliendo de un pozo, como ella misma lo llama, en el que le hizo caer década y media de maltrato psicológico de su exnovio. “Me dijo tantas veces que soy una mierda y que no valgo nada que me lo he creído”. Una violencia continuada durante 15 años de la que su hija y su hijo, de diez y siete años de edad, fueron testigos.
“Me insultaba constantemente, me decía que sin él no soy nada”, describe. Tras caer en una depresión, la situación llegó a ser tan insostenible que, reconoce, llegó a plantearse el suicidio. No obstante, hubo un punto de inflexión: “Una amiga me salvó la vida”, subraya. “Me buscó ayuda y se lo agradeceré siempre porque yo había empezado a tener ataques de ansiedad y a ir al hospital día sí, día también, algo que nunca me había ocurrido”. Está desde hace un año en terapia psicológica de la mano de la Asociación Consuelo Berges de Santander y comienza a ver la luz: “Allí con las mujeres, cada una con su historia, con sus miedos e inseguridades, se crea un clima alucinante que me está ayudando mucho”. Leer más.
Cuando el maltratado es tu hijo
Rosa, 45 años, Bolivia-Murcia
Rosa, 45 años, Bolivia-MurciaRosa y Juan (nombres cambiados) se conocieron por internet. Ella se vino a vivir a Murcia con él en 2008 desde Bolivia. Había celos y broncas. Rosa se quedó embarazada y tuvo a su niña en 2010. Cuando la bebé tenía un año y medio “empecé a ver cosas que no eran normales”. “La niña me empezó a tocar los genitales, primero. Otro día subía los escalones de la casa y estaba la puerta entreabierta y veo que mi ex tenía los pantalones abiertos y mi hija ahí, cerca de sus calzoncillos”, cuenta a punto de llorar. Rosa se dirigió a servicios sociales, pero Juan la siguió para hablar con la trabajadora y la educadora social. “Cuando salió, la trabajadora social me dijo que las mujeres como yo habíamos venido a este país para robarles el dinero y la casa a los españoles”. Se archivó el caso de juicio por violencia de género y el caso de agresión a menores “principalmente por el testimonio de la trabajadora social”, sostiene Rosa.
En el juicio de divorcio, ella aceptó la custodia compartida a instancias de su abogado de oficio. En una de esas visitas, la niña llegó con agresiones físicas y la madre la llevó al hospital y obtuvo un informe, pero en los juzgados de Murcia siguieron sobreseyendo la causa. Ahora la custodia la tiene el padre. Una psicóloga de parte aseguró que Rosa sufre del síndrome de Ulises, un estrés crónico que sufren los migrantes al estar lejos de su tierra. Ella sigue en los tribunales intentando recuperarla. Leer más.
Sufrió una violación en casa de su amiga: “Era como si fuese la historia de otra persona”
Sufrió una violación en casa de su amiga: “Era como si fuese la historia de otra persona”Zaida, 20 años, Madrid
Apenas hacía tres días que Zaida había llegado a Madrid para empezar la carrera cuando acudió a pasar la noche al piso que una amiga compartía con un chico de 30 años. “Él me invitó a una cerveza, mientras mi amiga se fue a su cuarto para decidir lo que se iba a poner. Yo me quedé sola con ese tío en el salón”. También le ofreció a Zaida un cubata que preparó en la cocina. “Él se sentó a mi lado en el sofá y se empezó a acercar”. Ella se empezó a encontrar mal. “¿Cómo iba a estar borracha con una cerveza y menos de medio cubata tras haber cenado?”.
“Lo último que recuerdo es que el hombre abrió la puerta del cuarto y yo al día siguiente desperté desnuda en su cama. Tengo flashes muy desagradables de esa noche”. Zaida explica que valorar la denuncia era algo “inviable”. “Iba a ser su palabra contra la mía. ”Me acuerdo que mientras me pasó esto salió la sentencia de ‘la manada’. Yo me tragué todo ese caso sintiendo que me podría haber pasado a mí. Todo lo que escuchaba parecía dirigido a mí“.
Los hijos: una línea roja
Elisabeth, 55 años, León
Elisabeth, 55 años, LeónElisabeth estaba tan enamorada de su pareja que decidió dejar su pueblo para continuar juntos. A mediados de los noventa se marcharon a León y tuvieron dos hijos. Las cosas no iban mal, tenían un negocio en común y la relación era buena, o al menos eso creía entonces. “Al principio no eres capaz de reconocer las alarmas. Normalizas cosas y situaciones que en realidad no son normales”. La violencia que su pareja ejercía fue psicológica al principio. “Me despreciaba, me decía que era una mala madre y trataba de poner a los niños en mi contra. Por dentro sabes que algo no va bien, pero aguantas sin saber bien por qué”.
Elisabeth no conocía a nadie en León, algo que su pareja aprovechó para minarla. “Yo creo que las mujeres nos enganchamos a ellos y luego no sabemos soltarnos. A veces porque existe una dependencia”. Su pareja empezó a beber y a gastar el dinero del negocio. Los desprecios se convirtieron en insultos, los insultos en golpes. Aguantó hasta el día que tocó a su hijo. “Llegó a casa y discutimos. Me agarró del cuello y me estampó contra la pared. Después fue a por mi hijo de 18 años y le hizo lo mismo”. Su hija llamó a la policía. Tenía 10 años. “Si salí de ahí fue por ellos”, dice Elisabeth. Hace diez años a él le pusieron una orden de alejamiento, y no le ha vuelto a ver.
La pareja que te fuerza a tener sexo: “Cuando él salió, metí mis cosas en bolsas de basura y me fui”
Ana, 21 años, Madrid
Ana, 21 años, MadridElla tenía 17 años y él 25. Su relación, recuerda Ana (nombre ficticio), empezó siendo muy sexual. “Pero llegó a un punto en que cualquier momento del día buscaba tener relaciones, que justificaba como una necesidad de desahogarse, casi como si yo fuese un valium. Nunca aceptaba un no, así que casi siempre acababa accediendo para evitar una discusión o un estallido violento. Me decía que cambiaría, pero siguió siendo lo mismo”. “Me llegué a replantear si era asexual ante mi poca libido con él. Y él, que tenía conocimientos en psicología, me intentó hacer ‘terapias’ de normalización. Aunque en el fondo lo sentía como una obligación, pensaba que me estaba ayudando porque confiaba en él”.
Ana acabó mostrando rechazo al sexo. Estuvo callada durante prácticamente los tres años de relación, hasta que lo habló con sus amigas y se dio cuenta que sentía que debía poner fin a eso. “Cada vez que intentaba romper, me acaba convenciendo para que me quedase, hasta que me armé de valor. Cuando él salió a dar una vuelta después de una discusión, metí todas mis cosas en bolsas de basura y me fui de su casa. Y es una de las mejores decisiones de mi vida”.
Una denuncia por abuso infantil que no prospera: “Yo lo que quiero es proteger a mi hija”
Isabel, 45 años, Bilbao
Isabel, 45 años, BilbaoUn punto de encuentro familiar es un servicio social con el objetivo de normalizar las relaciones familiares. No obstante, para Isabel (nombre ficticio) supone una auténtica pesadilla. Ahí es donde tiene que dejar a su hija dos veces por semana y fines de semana alternos, para que vaya con su padre, que estuvo procesado por abusar de la niña. Han pasado dos años desde que la Audiencia Provincial rechazara las acusaciones y ordenara que se retiraran las medidas cautelares –que dos años atrás prohibían al padre ver a su hija– a pesar de que la Fiscalía solicitaba para él una condena de 12 años de prisión por estos delitos. Todo ocurrió cuando los tres vivían juntos.
La niña le relató a Isabel lo que le hacía su padre y esta la llevó al hospital. Una vez allí, le dijeron que, o denunciaba ella, o lo haría el propio hospital. Ni los testimonios de la pediatra de urgencias, ni de la profesora de la menor, ni el de la niña cuentan como prueba válida para que conste en acta el abuso sexual. Por eso, el juez ha determinado que el padre puede ver a la niña dos veces por semana y fines de semanas alternos con pernocta. “Han demostrado que da igual, es un castigo y un aviso para todas aquellas que vienen detrás. Él dice que no ha pasado nada, que me lo inventé porque estoy celosa, pero yo no he hablado, es un testimonio de mi hija. El abogado de él intentó colar el Síndrome de Alienación Parental en el juicio, no lo aceptaron, pero por mucho que no lo llamen así, lo están blanqueando. Yo lo único que quiero es proteger a mi hija”.
“Abusaron de mí con cinco años y ahora que he roto el silencio me tachan de loca”
Nuria, 52 años, Gran Canaria
Nuria, 52 años, Gran CanariaNuria (nombre ficticio) sufrió abusos sexuales desde los cinco a los 15 años por un hombre de su núcleo familiar. Durante diez años, ir al pueblo de sus abuelos en Gran Canaria era para ella un infierno, ya que su agresor vivía a pocos metros. El episodio que recuerda con más repulsa tuvo lugar un Día de Reyes. “Me obligó a ponerme mi muñeca nueva debajo del brazo y a masturbarle. Luego me colocó un par de monedas en la mano y me dijo que no podía contárselo a nadie”. El miedo a destruir su familia y los chantajes de su agresor la obligaron a callar durante 34 años, guardando para sí misma las secuelas de las agresiones: trastorno obsesivo compulsivo, ansiedad, depresión, ideas de suicidio, instintos violentos, y sobreprotección hacia su hija pequeña.
Una reunión familiar la empujó a romper el silencio con 49 años. La hija pequeña de una de sus primas desapareció durante un rato y tiempo después la encontraron en el coche con el pederasta que destruyó su infancia y que ahora tiene 70 años. “Mi caso ya está prescrito, pero mi objetivo es que ninguna niña más sufra lo que yo pasé”, afirma Nuria. Hablar le ha costado el desprecio familiar. Solo su madre, su hermana, su marido y su hija le creen. El resto la tacha de “loca”. Leer más.
Huir de tu país para escapar de un destino de violencia
Adama, 18 años, Málaga
“Todas las chicas tienen que decir no a la ablación, y si hace falta que se vayan de su país”. Adama tiene 18 años y nació en Gambia. Cuando a los 16 supo que su familia quería finalizar el proceso que no se había culminado con cinco, no dudó en salir clandestinamente a Senegal, su primera parada hacia España, donde ha obtenido el estatus de refugiada. La mutilación genital femenina, denuncia, “afecta de muchas formas”. Menciona el placer sexual, la proliferación de infecciones y las complicaciones a la hora de tener hijos.
Quienes han sufrido esta violación de los derechos de las mujeres tienen el mismo derecho a solicitar asilo y obtener protección que las personas que huyen de un conflicto armado. Adama inició un largo camino para huir de un país donde “no tenía derechos ni voz”, según relata en un testimonio recogido por CEAR. Tras unos meses en Senegal, ayudada por unos amigos, pasó por Mauritania y Marruecos, donde se introdujo en un contenedor y llegó por vía marítima a España. El principio, recuerda, fue muy duro. “No conocía a nadie y tenía que dormir en la calle”. Fue trasladada a un centro de menores en Almería, donde hizo amigos españoles y comenzó a aprender el idioma: “Me ayudaron mucho para ser fuerte, me llevaron al colegio y no me dejaban estar sola”. Adama cortó el contacto con su familia. “Mi vida estaría en peligro si volviera a mi país”, afirma. Ahora, con 18, vive en un centro de acogida en Málaga y que cree que en España tendrá una vida mejor, pues puede estudiar y valerse por sí misma. “Quiero ser enfermera”, asegura.
El peso de la violencia psicológica: “Deseé que me pegase, lo deseé intensamente”
María, 29 años, Murcia
María, 29 años, MurciaCon su carrera recién terminada y con interés por explorar otros campos, María se marchó al extranjero, donde fue encadenando un trabajo con otro y conoció al que se convertiría en su compañero. “Creo que si hubiera estado aquí, la situación habría sido diferente, hubo cosas que no habría permitido, pero allí no tenía dónde ir”. El ser mujer migrante y encontrarse en una etapa de integración, explica, fue determinante. “No contaba con un círculo de contactos sólido, ni un espacio físico al que ir fuera de su casa o mi trabajo, estaba desprotegida”. Su empleo se convirtió “en una válvula de escape”.
“Hubo momentos en los que deseé que me pegase, lo deseé intensamente, y era un pensamiento aterrador; pero quizás así todo habría sido más evidente. Pensaba que así habría tenido más razones para marcharme”. En junio volvió a Murcia y dejó atrás cinco años de ataques psicológicos. “Decidí hablar porque en los medios de comunicación siempre se publican los casos extremos de violencia física, y aunque se ha empezado a hablar de la violencia psicológica todavía no es tan visible; en realidad es una primera etapa”. Leer más.