La falta prolongada de lluvias desde inicios de 2019 ha cortado la tregua que los bosques españoles hallaron el año pasado en el proceso continuado de deterioro que padecen desde, al menos, 1991. La lluvia permitió iniciar una recuperación en el estado de las masas forestales que habían llegado a su pico negativo en 2017. Los árboles con perjuicios relevantes pasaron de suponer el 24,8% al 20,2%, según el Inventario de Daños Forestales. “Probablemente, el periodo de recuperación sea largo y se demore varios años”, ya avisaba esta última evaluación del Ministerio de Agricultura.
Sin embargo, las principales condiciones que permitieron esa recuperación –ya de por sí lenta– han desaparecido. Los técnicos explican que “los altos porcentajes de defoliación registrados en 2017 podrían estar relacionados con el hecho de que los periodos de sequía sean más extremos y prolongados en nuestro país”. Y añadían que, al remitir la sequía, la situación mejora. Pero la tregua terminó si se atiende a las escasas precipitaciones registradas en 2019.
Entre enero y septiembre de este año ha llovido un 39% menos que en el mismo periodo de 2018, según los datos del Boletín Hidrológico del Ministerio de Transición Ecológica. La situación ha derivado en la declaración de sequía meteorológica en varias zonas de Canarias y la península. El curso hidrológico de octubre a septiembre ha sido el tercero más seco de la década y el cuarto del siglo XXI.
La sequía está detrás de gran parte de los problemas de los bosques. El año pasado, casi la mitad (el 44%) de los daños en los árboles más débiles, aquellos con más de un cuarto de su copa con caída de hojas anormal, estaban provocados por “agentes abióticos”, es decir, en su gran mayoría la falta de agua, describe el Inventario. Es casi el doble que el siguiente causante: insectos que se alimentan de las partes tiernas de las hojas como la procesionaria. De hecho, las fichas técnicas del análisis del Ministerio describen que “las defoliaciones moderadas y graves que se detectan (…) están asociadas al acusado estrés hídrico padecido la temporada pasada y que aún son patentes”. Traducido: los efectos nocivos de un 2017 muy seco todavía se dejaron sentir sobre los árboles en un curso muy húmedo como 2018.
El grado de sequía está relacionado con una mayor o menor mortalidad de los árboles. El aumento en la intensidad y frecuencia de este fenómeno –alertado como efecto constatado del cambio climático por los expertos del IPCC de la ONU– ya supone una amenaza para los bosques de todo el mundo, según halló la investigadora Sarah Greenwood en un estudio global en 2017.
En su análisis, Greenwood incluía algunos casos específicos de España: “La mortalidad está bien documentada en el área mediterránea. Por ejemplo, la alta mortalidad de Pinus halepensis [pino carrasco] en el sureste”, explica. Y concluye: “Hemos hallado evidencias de un mayor riesgo de mortalidad por sequías más severas”.
La investigación del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo y la Universidad de Alicante que estudió la muerte de esos pinos explicaba que, en el contexto de subida de temperaturas y menores lluvias anuales, “los ecosistemas forestales estarán afectados severamente”. La intensidad del estrés hídrico también influye “causando una considerable pérdida de la capacidad para transportar agua de los árboles debido a la cavitación del xilema”. Esta cavitación es una embolia en el tejido que la planta utiliza para conducir el agua y sustentarse (xilema). ElPinus halepensis es muy sensible a este proceso inducido por la sequía y si llega en un pico al 95% “hay muy pocas probabilidades de recuperación”.
Pino negral y alcornoques
A partir de 1991 se constata un decaimiento sostenido en los árboles. Aquel año, el porcentaje de árboles con defoliación superior al 25% de su copa fue de 3,1%. Al llegar al año 2000, había saltado al 13%. En 2005 superó por primera vez la barrera del 20%. Así hasta el pico histórico de 2017 que rozó el 25%.
El deterioro se ha acentuado por la combinación de falta de agua, debilitamiento y plagas. Plagas que, además, se han visto favorecidas a su vez por las nuevas condiciones climáticas. En esa lista se encuentra las explosiones de los hongos que atacan los pinos californianos plantados en Euskadi para alimentar la industria maderera, los brotes de procesionaria o la irrupción en la península ibérica del gusano asiático del pino.
El Inventario de Daños muestra que las dos especies con peor comportamiento el año pasado fueron el pino negral y el alcornoque. Del primero, los técnicos avisan de que “viene presentando valores cada vez más bajos de arbolado sano”. De hecho, los pinares de negral son los bosques con un promedio mayor de defoliación en España, seguidos de las masas de coníferas en el área mediterránea, los encinares y las mezclas de especies frondosas también en el Mediterráneo. Sobre el alcornoque, la evaluación subraya que es la única especie de esta familia de árboles que no mejoró durante la tregua de 2018.