A la pesca de plásticos en el corredor de ballenas del mar Mediterráneo
La especie marina más fácil de capturar en el Mediterráneo no es ningún pez. Ni algún cefalópodo o cetáceo. Tampoco las tortugas, corales o algas. Lo más sencillo de pescar es el plástico. Multitud de pequeños fragmentos que flotan sin más. En el mar entre la costa valenciana y las Islas Baleares, basta con pasar las manos o un filtro por la superficie de agua para sacar decenas de microplásticos.
“Y eso que estamos bastante alejados de la costa. Imagina si estuviéramos al lado de una ciudad”, comenta Luis Francisco Ruiz, investigador del Centro de Estudio Avanzados de Blanes del CSIC justo después de volcar una muestra de agua en su tamiz. Gómez está a bordo del buque Rainbow Warrior de Greenpeace haciendo el primer muestreo de restos plásticos específicamente asociado al corredor de cetáceos del Mediterráneo: la autopista migratoria de ballenas y delfines camino al Océano Atlántico. “Se trata de hacernos una primera idea de cómo está la zona”, explica.
El barco se ha parado tras 70 millas de navegación. Una larga red en forma de embudo toca el agua y conduce los restos que entran por su boca hasta un pequeño contenedor. Ahí se quedan los plásticos que están flotando. Desde la borda, a solo unos metros por encima de la superficie, no se ve nada. “¿A que parece limpia?”, es el comentario de algunos de los operarios. No lo está.
La maniobra ha entrañado su dificultad. La red no debe tocar el casco o la cubierta del barco para no contaminarse. Solo el plástico que porte el mar tiene permiso para alojarse en la red. Y, además, nada en un buque que discurre por alta mar es sencillo.
La red traga agua durante 15 minutos. Una vez fuera, el depósito tiene un material viscoso y de color rosado. ¿Gelatina coloreada? ¿Tan mal está la cosa? “Eso es el zooplancton”, aclara el investigador. Se cruzan algunas miradas de alivio entre los legos que ya veían el fin de la vida marina a la vuelta de la esquina.
Con todo, el material está completamente granulado de piececitas azules, blancas, transparentes... También de virutas de papel de plata y filamentos blancuzcos. La primera toma refuerza la idea que se ha traído desde tierra: el mar está lleno de microplásticos. Mezclados con uno de los primeros nutrientes marinos (ese plancton rosado) multitud de partículas indigestibles y potencialmente tóxicas van juntos e inseparables a la cadena trófica del mar. Después, adonde vaya el pescado.
La escena se va a repetir varias veces durante la singladura promovida por la organización ecologista. Un intento de puntuar este corredor, todavía no declarado oficialmente, por el que discurren rorcuales, cachalotes, mulares... Dotar de protección específica a a vía marina es un anhelo de los ambientalistas desde hace tiempo.
A mediados de mayo pasado entró en el Congreso una proposición de ley para “la protección del mar Mediterráneo bajo jurisdicción española” de la industria de extracción. Dos meses antes, en marzo, los diputados de la Comisión de Medioambiente aprobaron instar al Gobierno para que blinde ese corredor y dé por terminados los proyectos de empresas petrolíferas que buscan yacimientos submarinos.
Sin embargo, el Ministerio de Energía acaba de informar negativamente sobre esta propuesta. Ha considerado que “la exploración e investigación de hidrocarburos es una actividad de innegable interés estratégico” y que si “se garantiza” la protección “debe permitirse”.
Aguas en disputa
Las aguas por las que navega desde el 10 de junio el Rainbow Warrior han estado en disputa durante décadas. Por un lado, los técnicos de medio ambiente las consideraron de especial relevancia en 1999. Por otro, el Ministerio de Industria ha estado autorizando proyectos de prospección petrolífera en todos estos años.
La protección demandaba, según indicaron los investigadores, que no se realizaran estas actividades, pero empresas como Spectrum Geo Limited y Schlumberger han ido obteniendo licencias o sondeando el fondo. De hecho, el informe de Energía asegura que las exploraciones “tienen un carácter puntual en nuestras aguas” y que una prohibición genérica impediría a las empresas solicitar prórrogas “como establece la ley”. Así que, por lo que al Ejecutivo se refiere, estas aguas sí están en proceso de declararse Zona de Especial Importancia Marítima (ZEPIM) pero no se va a acotar la actividad minera submarina.
En esta situación, Luis Francisco Ruiz ha estado extrayendo con la costa norte de Ibiza en el horizonte rumbo a Mallorca –más adelante pondrá proa a Barcelona, de nuevo remontando la franja del corredor– mientras estaba flotando y moviéndose por el agua de la futura ZEPIM. Así que estará entrando en todos los organismos que filtran agua para alimentarse. En los que confundan los microplásticos con alimento. En los que, a su vez, depreden sobre ellos. Y, de ahí, la lonja de pescado no está tan lejos.
Con paciencia, el científico ha extraído algunas piezas con pinzas, empujado otras con agua destilada y rellenado un pequeño bote que, visto a la luz del sol, muestra los microplásticos en suspensión. “Cuando tomemos en Barcelona, los botecitos se van a convertir en garrafas”, advierte el investigador del CSIC que se dedica a medir la basura plástica del Mediterráneo. Al fin y al cabo el 80% de los restos llegan desde tierra.
Lo que se recopila durante estas jornadas en el mar se procesará en un laboratorio. El recuento cuantitativo por volumen de agua analizado se realizará en España. El análisis cualitativo que establecerá qué tipo de plástico ha estado flotando se hará en la Universidad de Exeter que colabora con la investigación. Todo es una parte infinitesimal de lo que sigue viajando a lomos de las corrientes.
Nota:
El enviado especial de eldiario.es ha sido invitado por la organización Greenpeace a la campaña 'Menos Plástico, más Mediterráneo' a bordo de su buque Rainbow Warrior III.