Las plantas de Ayuso en el balcón: una medida “frívola y sin evidencia científica” frente a la crisis climática

David Noriega

17 de mayo de 2023 22:48 h

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Hace apenas medio año, Isabel Díaz Ayuso afirmó en la Asamblea de Madrid que el cambio climático son ciclos y que, por lo tanto, “no se puede ir contra la evidencia científica”. Mientras los expertos alertan de un aumento acelerado de las temperaturas y de niveles de contaminación perjudiciales para la salud, la presidenta madrileña advertía que la región “no depende de si hay olas de calor”. Este martes, en el único debate electoral de cara al 28 de mayo, la líder popular ha propuesto una medida para llevar “naturaleza y salud a todos los vecinos, a las familias”. “Vamos a hacerlo de esta manera: que cada balcón de Madrid tenga una planta”, aseguró.

La de poner macetas en los balcones o ventanas es una medida estética que, en la práctica, no tiene ningún efecto en la lucha contra el cambio climático. Tampoco en la adaptación a los efectos del calentamiento global. “Desde el punto de vista de la mitigación, la adaptación y la gestión del riesgo en salud del cambio climático nos parece irrelevante y sin ninguna base científica ni fundamento. Tampoco lo vemos plausible científicamente en cuanto a la disminución de la contaminación atmosférica química”, señalan los directores de la unidad de cambio climático, salud y medio ambiente urbano de la Escuela Nacional de Sanidad, Julio Díaz y Cristina Linares, que llevan años estudiando los efectos de la crisis climática en la salud.

“Como medida aislada, con el objeto de luchar contra el cambio climático y mejorar la salud de la población, parece frívola e ingenua, no se basa en el conocimiento científico ni en todas las evidencias de la emergencia climática”, coincide la jefa del grupo de investigación en adaptación al cambio climático del Basque Centre for Climate Change (BC3), Marta Olazabal. Esta experta en gobernanza climática urbana indica que para mitigar las olas de calor en las ciudades, donde se alcanzan cada vez temperaturas más elevadas, es fundamental “la frondosidad y la extensión de las infraestructuras verdes, los parques y los árboles”.

Reducir los efectos del calentamiento global en la salud de las personas y del planeta, indica Olazabal a elDiario.es, no puede responder a “intervenciones puntuales de parterres de plantas”, mucho menos de macetas en los balcones, “sino a lugares de sombras, de confort térmico y humedad donde los árboles crezcan con salud y se puedan incluir plantas autóctonas, que requieran poca agua y nos ayuden a regular el clima”. “Poner un geranio en el balcón no va a hacer que tu casa tenga menos temperatura”, añade.

“No vamos a decir a la gente que no tenga plantas, porque alegran la ciudad, pero el impacto es insignificante, tanto en la capacidad de captación de gases de efecto invernadero como en la de adaptar las ciudades”, apunta, sin fisuras respecto al resto de expertos consultados, el coordinador de clima y energía de Ecologistas en Acción, Javier Andaluz.

Cemento frente a suelo verde

Las grandes urbes se han convertido en islas de calor por culpa de materiales como el cemento, el hormigón o las telas asfálticas, que absorben más calor cuanto más oscuras son y mantienen una temperatura mayor. Cuanto mayores son las ciudades, mayor suele ser esa isla y la Comunidad de Madrid cuenta con una decena de municipios de más de 100.000 habitantes. “No son capaces de evacuar como lo haría un suelo verde porque esas hojas o esa capa foliar de las plantas alcanza determinadas longitudes de onda, de sombra directa y evita esa radiación tan constante. Además, tienen su ciclo de evaporación y transpiración que va eliminando ese calor de las ciudades”, explica Andaluz.

El calor en las ciudades tiene un efecto directo en la salud de las personas. La mortalidad se dispara en las olas de calor, que son cada vez más extremas, más largas y más numerosas. Y esas zonas verdes, que no nacen de una maceta, también tienen un efecto en el bienestar de los ciudadanos. “La luz directa en estas grandes plazas donde pasa mucha gente, que recibe el sol directo en verano, sin ningún espacio de sombra ni masa verde, como podría ser la Puerta del Sol, no solo consigue que el suelo esté más caliente, sino que impacta directamente, pudiendo generar golpes de calor, quemaduras en la piel, etc.”, añade el experto de Ecologistas en Acción.

Precisamente, los parques pueden actuar como refugios climáticos, tan en el debate público y político. “Esto de la emergencia climática y de los refugios climáticos me parece que es una estrategia predeterminada para imponer un sentimiento de miedo y por lo tanto imponer determinadas medidas de manera obligatoria”, llegó a decir el pasado mes de junio el portavoz de Ayuso en la Asamblea, Pedro Muñoz Abrines, quien consideró entonces que el calor de ese mes “es de lo más natural”.

“Este año esperamos olas de calor bastante intensas y extensas. El pasado, París decidió abrir los parques como refugio climático y Madrid lo que hizo fue cerrarlos”, explica el director de la cátedra de cambio climático de la Universidad de Málaga, Ángel Enrique Salvo, que considera que el argumento esgrimido por el Consistorio de José Luis Martínez Almeida de riesgo de rotura de ramas “no estaba demostrado desde el punto de vista científico”.

Para el profesor, la medida planteada por Ayuso “ridiculiza las necesidades de responder a una emergencia climática como la que tenemos en la actualidad”. “Aquí tenemos un triple efecto combinado: el calentamiento global, que el ecosistema urbano amplifica todavía más ese calentamiento por la isla de calor y el efecto humano y que la península ibérica se ha convertido en la zona cero del cambio climático porque tenemos el Sáhara muy cerca”, explica sobre la urgencia de poner en marcha acciones contundentes y no estéticas.

Ceguera botánica

“La única forma que se me ocurre para justificar la medida es la ceguera botánica”, indica Salvo, que lleva años dedicando su investigación al medio ambiente urbano. “La gente (en las ciudades) no suele ver plantas y tienen el efecto de que nos acercan al mundo vegetal. En ese sentido se utilizan para la gente mayor, que ve efectos beneficiosos por el hecho de cuidarlas, pero no hay otro tipo de efecto desde el punto de vista de calor urbano o de tiempo de absorción de CO2”, matiza.

“Es cierto que la cercanía al verde, a las plantas, tiene beneficios psicológicos y educacionales por el cuidado, si se enmarcan dentro de programas más amplios”, añade Olazabal, que pone como ejemplo la 'Estrategia Urbana València 2030'. Este programa piloto incluye una serie de medidas, que marcan la hoja de ruta durante los próximos siete años. Incluye “un uso racional del suelo, fomentar la cohesión social, evitar la dispersión urbana y favorecer la economía urbana, prevenir y reducir los efectos del cambio climático, garantizar el acceso a la vivienda y hacer una gestión sostenible de los recursos”.

Dentro de esas medidas contra el cambio climático, el Ayuntamiento de València también incorporaba plantas en los domicilios privados, pero dentro de una estrategia más amplia que incluye huertos urbanos, tejados verdes y programas de educación. En cualquier caso, mitigar los efectos del cambio climático en las ciudades requiere de una “planificación seria basada en datos generados, conocimiento científico y participación de la ciudadanía”, continúa la experta en gobernanza global.

En un encuentro con periodistas organizado por el Science Media Center la semana pasada, Olazabal ya advertía de la importancia de los sectores de edificación y movilidad en cuanto a la adaptación al cambio climático, mientras reconocía que aún “estamos aprendiendo”. Pero ponía algunos ejemplos, como el de Pontevedra, que ha reducido la circulación de vehículos privados y el asfalto en favor de nuevas estructuras verdes. O el de Barcelona, con una gobernanza que integra los temas climáticos de forma transversal en sus políticas. “Es importante entender que la adaptación no es solo un nicho, sino que se tiene que integrar en todas las políticas”, explicaba.

Andaluz apunta también a otras intervenciones. “Una de las más claras es eliminar el tráfico rodado, cuyas fuentes de combustión generan gases que pueden tener efectos locales, como irritabilidad e irritación de mucosas, pero también contribuyen a generar una especie de microclima que hace difícil evacuar el calor que se va reteniendo en la superficie”, apunta. Y continúa: “Luego están las medidas que tienen más que ver con el diseño urbano y esos modelos de ciudad mediterránea, donde las calles son más estrechas, ayudan a que el sol incida menos en la superficie y dan sombra dentro de las propias calles”.

Los expertos apuntan también la importancia de puntos azules, como fuentes en las calles, o el aislamiento térmico de los edificios. “Lo tenemos muy claro para el frío, pero actúa igual para el calor”, señalan desde Ecologistas.