La polarización política afecta a tus niveles de atención, a tu memoria y atiza tus emociones generando una espiral que nubla la razón. También puede provocar consecuencias físicas: ansiedad, trastornos del sueño y hasta taquicardias. Y, aunque es contagiosa, su transmisión no se parece a la de un virus, sino a la de un fuego que debe ser alimentado constantemente con mensajes de refuerzo y confrontación.
Estos son algunos de los efectos de este fenómeno político en el que están enredadas muchas democracias occidentales y que en España protagoniza en parte la campaña electoral del 23J. Neurocientíficos de todo el mundo investigan en este campo en busca de una explicación a esta espiral irracional que amenaza los pilares de nuestra convivencia. Y buscan estrategias para combatirla.
“Entenderlo y encontrar la forma de evitarlo es nuestro santo grial”, confiesa Daantje Bruin, psicóloga cognitiva de la Universidad de Brown. Tratando de entender las bases neurobiológicas de la polarización, en un trabajo reciente ella y su equipo registraron la actividad cerebral de votantes de distinto signo en Estados Unidos y hallaron que aquellos que estaban alineados con las mismas ideas presentaban patrones de actividad neuronal similares. De paso, también vieron que los sujetos más ideologizados aplicaban el filtro ideológico desde el propio momento en que se le exponía a una información, dijera esta lo que dijera. “Si leen el mismo artículo, diferentes personas extraen conclusiones totalmente distintas”, explica Bruin. “La polarización influye claramente en cómo procesamos el mundo exterior”.
La polarización influye claramente en cómo procesamos el mundo exterior
Sus resultados coinciden con los que ha obtenido la psicóloga española Helena Matute en experimentos en España y Reino Unido. En estas pruebas, a los participantes se les presentaba el resultado de una política en un país ficticio y a la mitad se le decía que el gobierno era de derechas y a la otra que era de izquierdas. Una mayoría juzgaba el resultado según su ideología previa: la ilusión de causalidad, de que las mejoras se debían a la acción del gobierno, era mayor cuando el partido era de su signo político. “Incluso con los mismos datos, la interpretación de cada individuo no tiene nada que ver”, explica. “Y esto es un círculo vicioso porque, gracias a los sesgos de confirmación, todo lo que veas te dará la razón”.
En el cerebro del votante de Vox
Clara Pretus, investigadora del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) que estudia fenómenos como el extremismo yihadista, ha realizado recientemente un estudio con 36 votantes de Vox. Para el trabajo, cuyos resultados preliminares adelanta a elDiario.es, ella y su equipo registraron la actividad cerebral de los voluntarios mediante resonancia magnética funcional mientras les mostraban diferentes tipos de contenidos de redes sociales, desde más neutros a más polarizados.
Un estudio con 36 votantes de Vox mostró que su actividad cerebral se disparaba con contenidos polarizantes
“Cuando el contenido es polarizante, vimos una diferencia de actividad cerebral muy grande”, explica. “Y pensamos que lo que ocurre es que estos contenidos tienen un gran valor social para ellos, para quiénes son delante de su grupo, para los demás, algo que pasa también con los votantes de izquierdas”. Porque entre las preguntas que hacían a los voluntarios estaba la de si compartirían este tipo de tuits ideológicos con otros y la respuesta era casi siempre afirmativa. “En general –sostiene Pretus– cuanto más polarizado es el contexto, más importante es que la persona lo señalice mediante mensajes polarizantes, más necesario es que te posiciones”.
Exacerbación emocional
El neurocientífico Mariano Sigman es uno de los especialistas que más ha indagado sobre estos fenómenos de polarización. A su juicio, se trata de una estrategia que explota el modo de respuesta inmediata del cerebro vinculado a las emociones. “Y, cuando eso pasa, afecta a tu percepción”, explica. “Además, esa exacerbación emocional se vuelve adictiva, se convierte en algo que se alimenta a sí mismo”. Este es el terreno que algunos políticos están abonando para conseguir adeptos, indica. “Como han hecho la industria de la alimentación o la del entretenimiento –asegura– la política ha encontrado que la exaltación de ciertas emociones genera adhesión, y lo están explotando”.
De la misma opinión es Luis Miller, doctor en Sociología y científico titular del CSIC, que acaba de publicar un libro monográfico sobre el tema, Polarizados. “Lo que ocurre es que todas estas tendencias populistas y polarizadoras explotan nuestra cognición, con posiciones egoístas y cortoplacistas”, explica. “El objetivo último es movilizar a los tuyos y en la medida de lo posible desmoralizar a los otros”. Para ello se utilizan las vías rápidas de las que habla el psicólogo Daniel Kahneman, mensajes que se adaptan muy bien a nuestra forma de funcionar cognitivamente.
La polarización se produce cuando una de tus identidades sociales acaba anulando al resto
Para Miller, son claves otras dos cuestiones. La explotación de nuestra tendencia natural al tribalismo, y la forma en que los políticos se aprovechan de nuestro conflicto de identidades. “Todos tenemos una serie de identidades sociales (soy español, del Madrid, de un barrio de Córdoba…) y la polarización se produce cuando una de tus identidades sociales acaba anulando al resto”, subraya. También se pone en marcha lo que Étienne de La Boétie llamó en el siglo XVI la “servidumbre voluntaria”, recalca Sigman. “Esto es lo que sucede en un concierto de rock, que un tipo toca unos acordes y te entregas”, explica. “Nos pasa ante un movimiento de Mick Jagger o una arenga de Donald Trump. Los dos usurpan el mismo sistema, te convierten en una marioneta emocional”.
Palabras que incendian
La investigadora española Clara Pretus también ha estudiado las prácticas de los partidos en España para generar polarización y sacar réditos electorales. “Los políticos utilizan un montón de estrategias que nosotros sabemos, por estudios, que hacen llegar su mensaje a más gente y consiguen que se vinculen más afectivamente a sus postulados”, asegura.
Una de las técnicas más efectivas es usar el lenguaje moral y emocional. “Cada palabra moral o emocional (”culpable“, ”asesinato“) potencia las posibilidades de aumentar su uso en un 15% en redes sociales”, explica Pretus. Como ejemplo, la especialista cita un tuit de Isabel Díaz Ayuso durante la precampaña de las elecciones autonómicas de 2023 que suele enseñar en sus clases, en el que la presidenta de la Comunidad de Madrid utiliza seis o siete de estas palabras morales, en el contexto de la polémica por las listas municipales de Bildu. “Es una combinación explosiva”, afirma la experta. “A veces veo cosas tan buenas que pienso: esto es científico”.
La polarización se consigue mediante palabras que apuntan a nuestras emociones con enorme precisión, coincide Mariano Sigman. “Se utilizan herramientas que están muy afinadas, como Twitter, que es un sistema de exaltación del odio, un ecosistema en el cual ese fuego se enciende rápido, como esas pastillas que aceleran la combustión”. “Esto es lo que se llama polarización afectiva, que se basa en emociones y sentimientos, y tira de todos estos atajos cognitivos que tenemos todos”, apunta Miller. “Son cuestiones que las ciencias del comportamiento han estudiado y se están utilizando”.
La “tormenta perfecta”
Algunos especialistas, como el investigador de la Universidad de Nueva York Jay Van Bavel, han alertado de que estas dinámicas “suponen un serio problema para el sano funcionamiento de las democracias”, pues se genera un caldo de cultivo en el que los hechos ya no importan y la gente pone su lealtad a unas ideas por encima de la verdad.
Cuando activamos circuitos más afectivos e identitarios se inhiben los circuitos de deliberación, un circuito estrangula al otro
“Cuando activamos circuitos más afectivos e identitarios se inhiben los circuitos de deliberación, un circuito estrangula al otro”, asegura Pretus. Al añadir tensión al sistema, defender las ideas de tu grupo se puede convertir en un valor de supervivencia. “En experimentos en los que indujimos sentimientos de exclusión social en un grupo de origen magrebí”, describe, “vimos que las personas reaccionaban a los valores más mundanos como si fueran valores polarizantes”. En otras palabras, hasta lo más cotidiano adquiere una significación ideológica, lo que explica a veces por qué algunos colectivos votan en contra de sus intereses más inmediatos y se mueven por la defensa de símbolos o identidades.
Todos estos elementos, explica Miller, se combinan con fenómenos como la crispación y el populismo, y se van configurando bandos ideológicos predispuestos al choque. “Llevada al extremo, esta situación conduce al enfrentamiento social directo”, asegura. “Si unes una división social, y le insuflas esos discursos populistas en uno o en los dos bandos, tienes la tormenta perfecta”. A su juicio, la clave está en que la política se ha saltado las normas sociales que nos hemos impuesto para restringir nuestro comportamiento tribal, y se ha instalado en un “todo vale” como el que han protagonizado los trumpistas y los defensores del Brexit.
Salir de la espiral
¿Es posible romper esta espiral irracional en la que cada vez menos gente parece dispuesta a atender a los argumentos del otro? “Nuestro trabajo y otros muestran que escapar de esta dinámica es menos fácil de lo que pudiera parecer, porque está muy arraigado y no es tan fácil como presentar a la gente datos correctos”, responde Daantje Bruin. Los estudios más recientes, de hecho, muestran que entre los conservadores no funcionan las estrategias de “fact checking”, ni en Estados Unidos ni en España, y que en sujetos muy polarizados presentarles información del otro lado solo fortalece lo que ya creen.
Como han hecho la industria de la alimentación o la del entretenimiento, la política ha encontrado que la exaltación de ciertas emociones genera adhesión
Helena Matute y sus colaboradores han puesto en marcha talleres de metodología científica en centros educativos para aportar herramientas que reduzcan el impacto de la comunicación polarizante, con resultados muy positivos, pero sería difícil de aplicar a gran escala. La visión más optimista la pone Lluis Miller, quien cree que a la larga la sociedad se cansa de estos movimientos políticos que dividen, y en algún momento hay una nueva oportunidad para los liderazgos moderados. “El peligro –advierte– no vendría tanto de los movimientos más estridentes, sino de los procesos más grises como los que se viven en Hungría o Polonia, donde un partido va socavando poco a poco el sistema hasta anular la división de poderes y, cuando te quieres dar cuenta, ya no tienes vuelta atrás”.