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Numerosos organismos, entre los que se incluyen los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés), están tratando de desarrollar una vacuna para esta nueva cepa de coronavirus, conocida por la comunidad científica como 2019-nCoV.
Si bien los expertos se enfrentan a un virus desconocido hasta ahora, la estrategia de desarrollo de la vacuna se puede ver beneficiada por el trabajo realizado con virus similares, como el SARS y el MERS, así como por los avances tecnológicos alcanzados en el ámbito de las vacunas. Prueba de esto último son las vacunas de ácido nucleico, creadas a partir de ADN y ARN y encargadas de producir el antígeno en nuestro propio cuerpo.
No, pero sí se habían llevado a cabo avances respecto a otros coronavirus muy similares que han provocado enfermedades en humanos, como el MERS (Síndrome respiratorio por coronavirus de Oriente Medio) y el SARS (Síndrome respiratorio agudo grave). Los científicos no estaban al tanto de esta nueva cepa, ya que no se conocía su existencia ni su potencial peligrosidad en humanos hasta que surgió el brote.
Históricamente, el desarrollo de vacunas para contener los coronavirus agudos comienza una vez que los virus empiezan a infectar a las personas.
Dado que este es el tercer brote significativo de un nuevo coronavirus en las últimas dos décadas y teniendo en cuenta la gravedad de las enfermedades provocadas por estos virus, deberíamos considerar invertir en el desarrollo de una vacuna que nos proteja contra todos ellos.
El trabajo implica el diseño de la fabricación de la vacuna (por ejemplo, la producción de la cantidad adecuada de antígenos, las proteínas virales frente a las que responde el sistema inmunitario), al cual sigue la fase de experimentación con animales para comprobar la eficacia y la seguridad de la vacuna.
Cuando ambas hayan sido garantizadas, la vacuna debe ser probada en humanos mediante ensayos clínicos. Si la vacuna produce la respuesta inmune esperada y se ratifican su seguridad y capacidad protectora, se da luz verde a su producción masiva para las campañas de vacunación de la población.
Actualmente, carecemos de las cepas o muestras víricas que nos permitan probar la vacuna, como tampoco disponemos de los anticuerpos precisos para comprobar que la vacuna sea realmente eficaz. Necesitamos el virus para averiguar si funciona la respuesta inmune provocada por la vacuna. De igual manera, debemos decidir los animales sobre los que probar la vacuna. La experimentación podría llevarse a cabo con ratones y primates no humanos.
Es probable que la vacuna no esté lista hasta dentro de varios meses.
Se espera que este tipo de epidemias surjan a intervalos irregulares en el futuro. Si pretendemos evitar pandemias y brotes de una envergadura considerable, debemos mejorar la supervisión tanto de humanos como de animales en todo el mundo, así como invertir en una evaluación de riesgos que permita a los científicos estimar la amenaza potencial de los virus detectados sobre la salud de las personas.
Consideramos necesaria una acción a nivel mundial para invertir en el desarrollo de vacunas que puedan ser aplicadas rápidamente en el momento en que emerja un nuevo virus, como el coronavirus u otros virus similares, como el del Zika, el del Ébola o la gripe. En la actualidad, las respuestas frente a patógenos emergentes son, en su mayoría, reactivas, lo cual significa que suceden tras el nacimiento del brote. Necesitamos una financiación constante para abordar un enfoque más proactivo de los tratamientos.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés.inglés
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí
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