“Me fui a Madrid a estudiar telecomunicaciones y tardé dos años en salir del armario. La ciudad te permite tener referencias, ver un beso entre dos chicos no es algo tan aislado. Ir a Madrid me supuso ver otras realidades. Y ya una vez reforzado, pude salir también en Talavera”, cuenta Rubén López.
A sus 39 años, López es coordinador del observatorio contra la LTBIfobia de Arcópoli y con su historia ilustra un tipo de migración: la de muchas personas LGBTI que aprovechan su llegada a las grandes ciudades para salir del armario. Rubén cree que se trata de un fenómeno que poco a poco tiene que desaparecer. Nacido en Talavera de la Reina (Toledo), cuenta que, a pesar de ser la segunda ciudad más importante de la provincia, sigue siendo un municipio “pequeño” para la comunidad LGTBI.
Ante un contexto marcado por la falta de referentes directos y la represión que ejercen los propios familiares y vecinos, las personas LGTBI cruzan una frontera al mudarse a una gran ciudad. Es este salto el que permite muchas veces desarrollar la propia personalidad y sexualidad.
Es un cambio que “te da la vida”. Así lo describe Kevin Sánchez, de 19 años. Él es gay y natural de un pueblo de Ciudad Real pero ahora estudia en Toledo capital. Si en su pueblo se ve con otro chico, procura “quedar aparte”. “En verdad todos pensamos en ir a Madrid, en un pueblo no hay libertad”, dice.
En los últimos años la conquista de derechos de la comunidad LGTBI ha supuesto un punto de inflexión en la visibilidad del colectivo. Sin embargo, la realidad para la comunidad LGTBI fuera del entorno urbano es bien distinta: es en estas pequeñas ciudades de provincia y pueblos de España donde cuesta más romper con los prejuicios y adquirir visibilidad, lo que hace que aumente la discriminación y obliga a muchas personas a permanecer dentro del armario.
La presencia de referentes, algo determinante
Tomás Galván tiene 23 años, y dejó su Gran Canaria natal para estudiar la carrera en Madrid y Sevilla. Salir del entorno habitual y conocer otros referentes fueron para él algo determinante. “Cuando no sales del armario es como la 'caverna de Platón'; te apañas con lo que hay dentro. Ahora sí soy yo. En un ámbito diferente y con otra gente vas comprendiendo y dando pasos. Así empecé mi proceso público de visibilidad”, explica, de la mano de dos grandes amigas que lo acompañaron en este proceso de aceptación.
“Decírselo a quienes me rodeaban, verbalizarlo, funcionaba para mí como una terapia personal frente a mis fantasmas”, recuerda. El caso de Tomás pone de manifiesto que muchas veces la presión no tiene tanto que ver con la geografía sino con las personas que te rodean. A pesar de la visibilidad del colectivo LGTBI en la isla, el círculo más próximo de Tomás hacían la vida muy complicada: “En el cole, en el insti, crecí pensando que era malo. Me llamaban 'maricón' y yo ni lo afirmaba ni lo desmentía; simplemente me aislaba.”
“Cuando Rocío Monasterio habla de quitar las charlas LGTBI en las escuelas, es un error: eso da herramientas, nos libera.De lo contrario, creamos homófobos y reprimidos infelices”, concluye.
El colectivo bisexual, marcado por los mitos
El colectivo bisexual está marcado por los mitos y la falta de información. Natalia es una joven de 20 años bisexual de un pueblo de Jaén, que ahora estudia en Madrid. Para ella dar el salto de un pueblo a la capital supuso una “gran apertura”. “Allí todos comentan y es muy difícil, yo misma me censuraba. Solo pude desarrollar mi personalidad en Madrid, en ese mundo urbano”, manifiesta.
“Alguna vez he escuchado comentarios como que lo que me pasa es una etapa, o que tengo vicio”, relata Natalia. Y Alejandro, con solo un año más, reafirma esta idea: “En mi pueblo nadie sabía que yo era bisexual, se supo cuando me fui a Madrid. En la ciudad se me abrió un nuevo camino, me sentí integrado por primera vez. Cuando se instaló en Madrid Alejandro comenzó a salir con chicos una vez empezó a estudiar en Madrid, algo impensable en su pueblo, Valdepeñas. ”En un pueblo te escondes, no vas de la mano con un chico, no tienes referentes y no sabes hasta dónde vas a llegar. Te puede el miedo“, recalca.
De la ciudad al campo
Filo hizo, curiosamente, el camino inverso. De Getafe (Madrid) pasó a vivir en Cazalegas (Toledo) por motivos laborales. A sus 45 años, asegura que en Madrid vivió con plenitud su sexualidad como mujer lesbiana, pero en su nuevo hogar encontró un entorno hostil hacia la comunidad LGTBI y hacia ella misma. “Tengo que escuchar comentarios como 'aquí va la tortillera'. Me dan ganas de contestarles sí, me gustan las mujeres, no me van a callar”, confiesa. Más de una vez se ha planteado volver a Madrid, pero no puede permitirse dejar el trabajo.
“Yo te cojo, te follo y te empiezan a gustar los tíos”. Filo es capaz de enumerar ya una larga lista de comentarios homófobos de sus vecinos. Recuerda que incluso más de uno se acercó a preguntarle si era verdad que le gustaban las mujeres. “Prefiero no entrar en el juego, que con la violencia no va a ganar nada. No van a conseguir que me vaya a Madrid. Y mucho menos volver a meterme en el armario”.