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Los pueblos contra el fuego en Zamora: “Es un infierno, pero se veía venir”

Víctor Honorato

Comarca de Tábara (Zamora) —
19 de julio de 2022 15:20 h

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Las llamas iluminaban la noche del lunes en el campo zamorano cerca de Tábara, en las estribaciones de la sierra de la Culebra. Los mismos montes que ya ardieron hace un mes, a unos 40 kilómetros de Zamora.

Tres hombres, que llevan horas afanándose en abrir cortafuegos, en regar los campos de centeno y alfalfa para que el fuego no prenda, coinciden cerca de la una de la madrugada en que ya basta, que han hecho lo que han podido y ahora solo queda cruzar los dedos y contemplar el espectáculo. A cien metros, un bulldozer avanza despacio, arrastrando tierra sobre una lengua de fuego para extinguirla. Ceferino Legido, de 40 años, los brazos cruzados, responde: “En la vida había visto algo así. Esto es un infierno, pero se veía venir”.

Legido está junto a Juan José Gasol, de 51 años, que estaba en Alicante visitando a un hijo y se vino a toda prisa por la mañana para hacer lo que fuera contra las llamas. Ambos son de Pozuelo, uno de los 32 pueblos desalojados por el incendio, originado en Losacio, en el que en poco más de un día, por culpa del calor, del viento, de la falta de cuidado de los montes, de la falta de medios de prevención, de la falta de premura en la extinción, ardieron cerca de 20.000 hectáreas y fallecieron dos personas, un brigadista y un ganadero.

El trío que observa el fuego lo completa Santiago Riego, de 26 años, que vive en Santa Eulalia, muy cerca también. Ninguno de los tres debería estar aquí, porque la carretera esta cortada. “¿Quién deja toda su vida en el pueblo así porque sí?”, opone Santiago. “No está nada cuidado. Ni se desbroza”, lamenta Gasol.

Muchos vecinos de la comarca sienten lo mismo. En el pueblo deTábara, solo el esfuerzo de los lugareños consiguió evitar que ardiese la gasolinera. En otro lado se salvó una nave con cerdos. “El encinal se ha librado”, celebra Gasol. Todo con medios propios, insisten los tres. En este punto, hasta las 23.00 no habían aparecido las brigadas, aseguran. Al rato aparece un coche de la Guardia Civil. El agente que no va al volante parece muy contrariado. “¡El puto aire este ya podía parar! ¡Es que no tiene lógica!”, se desahoga con los paisanos, que lo miran y asienten.

También debería estar desalojado Perilla de Castro, a unos cinco kilómetros, y sin embargo, a la entrada del pueblo, sentada en un banco ante la fachada de la casa de sus padres, está una mujer mirando al frente, en silencio. Se llama Maru, de María, no dice su edad ni su apellido, tiene un hijo emigrando en EEUU opina: “Aquí no le importamos a nadie”, censura.

Maru continúa: “Cuando yo me crié, había cuatro escuelas, ahora ni panadero tenemos”, lamenta. En Perilla hay censadas 160 personas. La treintena de pueblos afectados suman unos 5.000 habitantes. La familia de Maru se dedicó siempre a la ganadería de ovejas. Recuerda que antes, cuando había incendios, los vecinos se organizaban, iban a las fuentes, la comunidad hacía retroceder al fuego. “Tocaba la campana e íbamos todos”, dice. Ahora ya no es así. Hay una apatía, una sensación de inevitabilidad. A Maru no le parece muy bien que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, pasase por la zona a “hacerse la foto”, pero la visita tampoco la enardece. “Antes te daba por rabiar; ahora ya ni se les hace caso, cada cuál a su película”. Aparece otra vecina, Begoña, que se lleva a Maru. Las llamas se alejan de Perilla, la localidad está a salvo.

Cautela al alba

Al día siguiente, con muchas precauciones, porque el viento es caprichoso y sigue veloz, aunque las temperaturas máximas hayan bajado, las brigadas de la Junta de Castilla y León, la Unidad Militar de Emergencias, helicópteros e hidroaviones intervienen en el monte donde se levantan las hélices del parque eólico de Valmediano, en Faramontanos.

Tres brigadistas, uno de ellos ya bien entrado en la cincuentena, peón de montes desde los años 80, confirman lo inusualmente virulento que está siendo el incendio. Aparece en una camioneta Victoriano Blanco, antiguo concejal. “Aquí hay mucho pasotismo, por aquí le llamamos andacio”, lamenta. Él vino ayer a echar una mano con el tractor y quería comprobar que se había salvado un colmenar, una pequeña victoria a la que agarrarse. “Con eso ya tuve una satisfacción”, constata.

Victoriano no se fía de que el fuego se extinga este martes. Dice que tiene coordinados a cuatro agricultores con tractores para empezar a arar cortafuegos al primer indicio. Una humareda en el paraje de El Vallón le preocupa, se sube a la camioneta y se va a echar un vistazo. Mientras, los helicópteros antiincendios vienen, descargan y se van, para volver al rato. El peligro continúa y queda mucho trabajo.