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Las razones por las que en España ha habido menos reticencias a las vacunas

Belén Remacha

4 de junio de 2021 22:10 h

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España ha alcanzado este viernes los 10 millones de ciudadanos inmunizados con las vacunas frente a la COVID-19. Son cerca del 22% de los que conforman el total del país. Lograr esta cifra esta semana era uno de los objetivos marcados en el calendario del presidente del Gobierno, en el camino hasta la –por ahora– meta final: alcanzar al 70%. Se trata de una cadena con muchos eslabones. La Unión Europea envía dosis; el Gobierno central las reparte entre las comunidades y coordina la estrategia; las comunidades, con competencias en sanidad, diseñan su planificación final y ejecutan; los profesionales de enfermería se encargan del trabajo; y la población acude a la llamada. Sobre lo último: prácticamente el 100% de los mayores de 80 años tiene pauta completa, y más del 95% de los mayores de 60 una dosis. Los que han dicho 'no' suponen un número anecdótico.

Mientras, en Francia, donde reciben de forma proporcional exactamente el mismo suministro que nosotros y donde también empezaron de mayores a menores aunque ya lo han abierto a todos los de más de 18, tienen una dosis el 76% de los de más de 80. La media europea está en torno al 80%. En EEUU, donde tienen más suministro, tienen un pinchazo solo el 65% de los mayores de 65. Los datos han sorprendido incluso en el Ministerio de Sanidad. Esperaban un buen recibimiento entre la población dada la virulencia con la que nos ha arrasado el virus y jamás se plantearon hacer la vacuna obligatoria, pero no tanto como para que el rechazo entre esas edades fuese tan residual como ha resultado, cuentan fuentes del organismo.

La vacunación contra la COVID-19 en España empezó a ir rápido precisamente en el momento en el que tuvimos dosis suficientes. El plan de empezar por las edades más avanzadas, común con muchos países, funcionó, y consiguió que esta primavera las muertes por coronavirus bajaran. Las enfermeras y enfermeros estaban preparados para llevarlo a cabo (muchos han estado doblando turnos durante todos estos meses, recuerdan los sindicatos). Y los ciudadanos también. Todos los profesionales repiten que la explicación a todo esto es que España tiene una larga tradición de buenas campañas (sobre todo con niños y niñas) y buena predisposición de la población. Pero, ¿por qué? La clave parece estar en la robustez del sistema público de salud y en la relación de confianza entre pacientes y médicos.

En España se comenzaron a utilizar vacunas en el siglo XIX, contra la viruela. Se generalizaron en los años 40 y 50, con la ley de Bases de Sanidad, primero también contra la viruela (la única enfermedad humana totalmente erradicada con vacunas de la historia) y la difteria; en los 50 y 60 fueron exitosas las campañas de la polio. La cronología local no tiene grandes diferencias con la de otros países occidentales. Pero “en lo sanitario, los españoles, en general los mediterráneos, seguimos siendo muy tradicionales”, argumenta Juan Ayllón, responsable del área de Salud Pública de la Universidad de Burgos, para explicar las variables. “En otros países, como Francia, la autonomía del paciente ha ganado peso, algo en parte bueno, pero que hace que crezca la desconfianza. El ejemplo más característico es EEUU, donde practican medicina defensiva, el médico teme que el paciente le denuncie”, añade este virólogo. En Francia tienen problemas con el escepticismo ante las vacunas. En algunas zonas de EEUU, están ideando sorteos de premios para fomentarlas, porque han llegado a lo que parece el tope de gente que quiere ponérselas espontáneamente.

Esa “vieja relación” entre paciente y médico que existe en España, que por el lado malo se puede entender con un punto “paternalista”, se da en sistemas de salud pública fuertes, como nuestro Sistema Nacional de Salud, que resiste como institución entre la comunidad a pesar de los recortes sufridos durante años y que lo han debilitado. “La Atención Primaria es cercana, generamos confianza y los usuarios se fían del sistema y de nosotros”, continúa Ayllón, refiriéndose también a la red de centros de salud que destaca sobre otros países. Él observa un fenómeno parecido en Reino Unido, donde el National Health Service (Sistema Nacional de Salud) es la institución mejor valorada por los ciudadanos. En el Barómetro anual del Ministerio de Sanidad de España, el sistema nacional de salud se quedaba este 2021 cerca de un 7 de nota; dentro de él, lo mejor valorado era la Atención Primaria, con un 7,29.

El antes y después de la COVID-19

En septiembre de 2020 hubo un susto. Aquel mes, el 40% de la población declaraba que no se quería poner la vacuna frente a la COVID “inmediatamente” en cuanto saliera. Es decir, no querían ser los primeros. Josep Lobera es sociólogo de la Universidad Autónoma de Madrid e investigó entonces para el Ministerio de Ciencia la desconfianza sobre estos fármacos. Y menciona que interfieren cinco factores en el fenómeno: la confianza en el sistema sanitario; la mentalidad conspirativa; la autopercepción del riesgo; los costes; y, el que menos afecta según él, el comportamiento del entorno más inmediato. La inclinación en todos los países europeos ha sido finalmente favorable a las vacunas, con la campaña ya en marcha y una vez la población ha comprobado que son seguras. Pero que España finalmente se haya diferenciado y esa aceptación haya sido aquí mayor también lo achaca Lobera a la “alta confianza en el sistema sanitario. Se valora muy bien el trabajo de los enfermeros y enfermeras. Hay críticas a los recortes, no a la sanidad pública”.

Se ha visto con la COVID-19, pero la cobertura vacunal de los niños y niñas también alcanza cada año prácticamente el 100%. Desde el otro lado, José Antonio Forcada, presidente de la Asociación Enfermería y Vacunas, lo relaciona con lo mismo que los investigadores: “Entre los pediatras, la aceptación cultural de las vacunas es generalizada. Y si un sanitario te recomienda una vacuna, tu posibilidad de aceptación aumenta. Si te dice 'póntela si quieres', sin aconsejarla explícitamente, fomenta el rechazo. El refuerzo positivo de pediatras y enfermeras ha sido muy importante en España”. Ahora queda por ver cómo afecta la sobreinformación acerca de la COVID a futuras campañas y si la pandemia no cambia en algún aspecto una tendencia de décadas. La 10ª Encuesta de Percepción Social de la Ciencia, del Ministerio de Sanidad, sí concluía un cierto aumento de la desconfianza hacia estos medicamentos en menores, pero solo el 4% se negaba a ponerse una frente a la COVID. Durante esta campaña, solo tras las suspensiones temporales de AstraZeneca/Oxford hubo amagos de rechazos, pero no resultaron relevantes.

Un mensaje que ha escapado de la polarización

Todo lo anterior ha logrado que históricamente el mensaje antivacunas no haya calado tanto aquí como en otros países y la gente no tenga demasiadas dudas, o no demasiado poco razonables. Lo desarrolla Lobera: “Los mensajes antivacunas han llegado más tarde, y han llegado menos. En otros países empezaron en los 70 y 80, incluso a veces ligados a cierta perspectiva intelectual que cuestionaba todo lo científico y buscaba vías alternativas; aquí, a finales de los 90, y hemos resistido bien, al menos en cuanto a vacunas infantiles. Ha aumentado más respecto al consumo de terapias como el reiki o la homeopatía, aunque siguen siendo minoritarios los casos problemáticos. Las redes sociales no ayudan ahora, pero la llegada es muy anterior a ellas”.

Pero con la COVID-19 han pasado otras cosas, que recuerda Juan Ayllón: “En España no se ha hecho oposición con la vacunación. En EEUU, sí. Los seguidores de Donald Trump no se vacunan, es una cuestión ideológica. Aquí se ha polarizado todo con la pandemia, pero vacunarse no. Se ha discutido sobre AstraZeneca sí o no, o unas comunidades han dicho que se les dan pocas vacunas, por ejemplo, pero no sobre el hecho de vacunarse. Ninguna administración lo ha puesto en duda. Se consiguió igual con las mascarillas, hubo un amago, pero finalmente no ha pasado ni con ellas ni con la vacunación”. Solo Vox titubeó sobre el tema, cuando vio que buena parte de su electorado tenía dudas, pero no llegó a consolidarse como partido en esa postura.

Y además, sigue Ayllón, “lo hemos dicho de broma”, pero cree que han podido ayudar, a su manera, los políticos que en enero se colaron en la fila de la vacunación. “Aquí la picaresca, también por nuestra herencia mediterránea y católica, no se repudia como en otros países. Así que hubo quien pudo entenderlo como que, si quienes tienen la información privilegiada, los listos, se vacunan, es porque es bueno”.

En todo caso, no hay que cantar la victoria final. La reticencia vacunal aumenta conforme baja la edad. Es decir, es normal que entre los grupos con más años haya habido poco rechazo, por su percepción alta del riesgo, y eso ha sido lo más importante para que se reduzcan las hospitalizaciones y la mortalidad. Pero toda la Unión Europea se ha fijado llegar al 70% este verano, y para eso ya vamos a comenzar con los de entre 40-50 años. A partir de esos tramos de personas que temen menos por su vida se asume que al menos un 15% no querrá pincharse. “Probablemente sea más difícil con gente más joven. Aunque nos podemos llevar también una sorpresa e igual hay más aceptación de la que prevemos”, piensa José Antonio Forcada. “Sí creo que veremos, bajando la edad y con el verano avanzado, a grupos más reticentes”, rebate Lobera, que tiene, sin embargo, una mirada optimista: “Afortunadamente en España esos grupos serán menores que en otros países con verdaderos problemas. No creo que aquí tengamos que regalar cerveza, como en EEUU, para que la gente vaya”.