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El retrato de los pueblos abandonados

pueblos abandonados

Cristina Armunia Berges / Raúl Sánchez / Alba Camazón / Carmen Bachiller / Miguel Giménez

6 de noviembre de 2021 22:02 h

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En la segunda mitad del siglo XX, consolidada la revolución industrial en España, se produjo un éxodo rural generalizado que llegó a vaciar pueblos por completo. De muchos solo quedan vestigios arquitectónicos que amenazan con caerse y terminar siendo solo ruinas de piedra, madera y arcilla. Eso pasa con los que se abandonaron antes, allá por los años 50. Algunos no llegaron a perder a todos sus habitantes en aquel primer arreón, sino que han ido haciéndolo poco a poco, década a década.

La construcción de pantanos, la Guerra Civil o el cierre de minas y fábricas han sido disparadores del abandono de los pueblos en los últimos setenta años. Además, como las labores de campo tradicionales dejaron de ser rentables, muchos apostaron por irse a urbes más grandes y conseguir así mejores salarios. Otros simplemente se marcharon para poder tener acceso a servicios sanitarios o educativos, una historia que seguirá repitiéndose a golpe de cierre de colegios y de centros de salud, si nadie logra evitarlo.

Las luces de estos pueblos se fueron apagando y sus retratos vacíos se han ido extendiendo a lo largo y ancho de la geografía española. Compungen las estampas de estos lugares casi olvidados, que todavía conservan las trazas de los niños jugando en los patios, de las clases en viejas escuelas derruidas, de los encuentros familiares en salones en los que ya no hay nadie, aunque se conserve parte del mobiliario. Una chimenea negra, llena de hollín, pero apagada, da una idea de lo que fue un comedor hace no tanto. Un trastero lleno de ropa sucia hace pensar que sus dueños se fueron con prisas, como para escapar del desastre que se avecinaba. El Campo, el Barrio de las Minas de Libros, Gascas, Mas del Rogle, Les Alberedes, Camposolillo o Valle de Mena relatan parte de la historia de la España abandonada.

En todo el territorio hay 7.036 entidades de población con 0 habitantes registrados a 1 de enero de 2020, según los datos del Instituto Geográfico Nacional (IGN) recopilados por elDiario.es. Sin embargo, no son todo núcleos de población, es decir, conjuntos de más de 10 edificaciones que forman una zona urbana. 713 son de este tipo y el resto, 6.317, son diseminados, esto son, viviendas aisladas y desperdigadas por el municipio.

En el siguiente mapa puedes buscar tu municipio y localizar si en sus proximidades se encuentra alguna entidad de población, núcleo o diseminado, despoblada. También permite ampliar la búsqueda y localizar entidades con uno, dos, tres, cuatro o cinco habitantes.

Este mapa es una primera aproximación de las zonas deshabitadas en España ya que se pueden encontrar núcleos realmente despoblados, zonas habitables porque son turísticas y zonas sin empadronados, pero que se utilizan porque hay segundas residencias, por ejemplo. Además, hay que tener en cuenta que gran parte de los núcleos despoblados hace décadas ya han sido dados de baja por los ayuntamientos y no constan en los registros vigentes.

En algunos casos, los ayuntamientos identifican con el mismo nombre de pueblos y aldeas a diseminados de viviendas aisladas dentro de un municipio. Por ejemplo, pequeños núcleos que sí cuentan con habitantes pero que mantienen un diseminado aislado donde no existen habitantes registrados y que está identificado con el mismo nombre. Si quieres saber más detalles de la metodología, haz click aquí.


Fuente: IGN, INE


El Campo (en Teruel)

Casi todas las casas tienen defectos en sus estructuras. Muchos tejados se han hundido y las paredes de adobe se han ido deshaciendo con el tiempo, tormenta tras tormenta. La escuela está hundida casi por completo y desde fuera es posible ver la pizarra pintada en la pared. Resulta difícil creer que hace no tanto ahí hubiera niños estudiando. El Campo, a poco más de 30 kilómetros de Teruel capital, está deshabitado. Llama la atención por estar al lado del río Turia, que por la zona siempre baja escaso, y muy cerca de una serpenteante carretera nacional. También es curiosa la manera en la que están colocadas las casas, casi todas en la misma calle y medio derruidas. Una acequia seca recorre el pueblo. Al lugar no llegó el agua corriente. Sí la electricidad. Todavía hoy puede verse el cableado.

Este pequeño núcleo de población llegó a tener 180 vecinos en los años cincuenta, pero en 2005 perdió a todos sus habitantes. “La agricultura en un suelo mediterráneo con suelos pobres, salvo en contadas ocasiones, no daba rendimientos muy altos. Cuando el mundo se va globalizando y la gente deja de comer de lo que tiene más cerca es complicado mantener la actividad”, explica Antonio Valera, de la asociación Recartografías y coautor del libro Territorios abandonados: paisajes y pueblos olvidados de Teruel.

Según se explica en esta investigación, la causa principal de abandono de muchos de estos pueblos deshabitados fue la crisis de la agricultura y la ganadería. Aunque también muestra casos de barrios o pueblos enteros que fueron abandonados por el cierre de minas o fábricas, por la construcción de pantanos o por el abandono forzado por la Guerra Civil.

El lugar fue un barrio dependiente de otro pueblo, Villel, que hoy tiene 333 habitantes y está a seis kilómetros de distancia. “Si a la crisis de la actividad rural le unimos la falta de infraestructuras, la poca colaboración de las administraciones para llevar servicios mínimos como la sanidad –continúa Valera– los núcleos pequeños o más alejados se van vaciando. El proceso de éxodo rural es general, salvo que tenga alguna actividad industrial o turística”, añade.

“La gente se marchó a las capitales porque la agricultura no era suficiente. Les faltaban muchos servicios. Para ir al médico tenían que subir a Villel o bajar a Libros y claro, la gente empezó a irse. Se quedó todo desierto”, reconoce el alcalde de Villel, Juan José Gómez Pérez. “Es una pena, pero qué vas a hacer. Es lo que hay. Lo que pasa es que esto para arreglarlo un poco haría falta mucho dinero. Aparte, son casas de particulares y muchos no quieren hacer nada. Para recuperar lo que había antes hace falta bastante dinero. Un dinero que no tenemos”. 

Barrio Las Minas (Teruel)

No muy lejos de El Campo se ubica el Barrio de Las Minas de Libros, que llegó a tener 2.000 habitantes, muchos más que en los pueblos cercanos, y que quedó completamente deshabitado en el año 1956. Los primeros mineros de este asentamiento del que se extraía azufre levantaron casas en la zona. Pero cuando se quedaron sin espacio, muchos construyeron casas-cueva arriba en la montaña. Llegó a haber más de 130, según recoge el libro de Valera. La parte alta del lugar está sembrada de viviendas excavadas en la piedra y en algunas todavía es posible entrar. No son más que un salón y una habitación con techos semicirculares y, sin embargo, parecen casas de verdad. Auténticos hogares.

En muy pocos años esta colonia logró tener más vecinos que muchos pueblos de la provincia, que se sigue vaciando poco a poco, y su época de esplendor se enmarca desde la Primera Guerra Mundial hasta la posguerra, momento en el que más demanda hubo de azufre para la fabricación de explosivos.

Los alrededores del Barrio de las Minas están sembrados vestigios de pasado. Muy cerca está Riodeva, en cuyas inmediaciones se encontró el fósil del mayor de los dinosaurios europeos conocidos, el Turiasaurus riodevensis.

Gascas (Cuenca)

En Gascas se desarrolla la trama de la novela Magdalenas sin azúcar (Letrame, 2018), de Paco Arenas. La historia es ficción; el lugar no. El municipio existió hasta que en 1950 quedó bajo las aguas del que hoy es el pantano de Alarcón. Con capacidad para albergar 1.118 hectómetros cúbicos, es uno de los más grandes de España. Hoy el pueblo no son más que piedras y humedades que lo cubren todo. “Un próspero pueblo sacrificado en beneficio del desarrollo”, describe el historiador y maestro Ramón Madrigal García. Un caso tan desconocido como habitual en provincias del centro del país donde se encuentran los embalses más grandes.

De 30 vecinos en el siglo XVI pasó a tener 437, según el censo de 1920. Pero su historia se truncó apenas 20 años después, cuando el régimen franquista optó por construir un embalse, con presa, que afectaría a 17 municipios en el valle del Júcar conquense. “Hoy Gascas es un montón de piedras mohosas que por encima del treinta y tantos por ciento de la capacidad del embalse quedan invisibles bajo las aguas”.

Pocos se acuerdan ya de su existencia, aunque Madrigal logró recuperar hace dos décadas parte de la memoria colectiva. Fue en febrero de 1941 cuando la asociación valenciana Usuarios Agrícolas e Industriales del Júcar dirigía un escrito al ministro de Obras Públicas solicitando la construcción de un pantano con presa en Alarcón, cuenta el historiador en un artículo para el 50 aniversario de la construcción, en 2002. Ofrecieron pagar el coste de la obra, la mitad por cuenta de los agricultores y la otra mitad los industriales. Lo permitía la Ley de Grandes Presas de 7 de julio de 1911.

Gascas estaba condenado. Primero con el proyecto de 1932 durante la II República, que llegó a empezar las obras en 1936 (inauguradas formalmente en mayo de 1937 ya en la Guerra Civil) y después con la decisión final que tomó el régimen franquista. “La población de Gascas y el valle que lo alimentaba, quedaban anegados”, pero con una diferencia clara entre proyectos. El de la República “era más respetuoso con el territorio y con las gentes que lo habitaban”, salvando parte del valle del río Gritos y las comunicaciones. En cambio, el proyecto durante la dictadura lo convertiría en un caso único en nuestro país: la propiedad del agua es de uso exclusivo de los regantes de Valencia. Es decir, un bien de dominio público pertenece a una entidad privada. Y eso será así, si no cambia con la nueva planificación hidrológica del Júcar, hasta 2060. En 2002, Madrigal contaba que había podido hablar con uno de los últimos de Gascas, Eduardo Herreros Zamora. “Las aguas lo habían echado de su casa cuando tenía 18 pero había querido irse lejos. Desde entonces ha vivido en Olmedilla de Alarcón, a una legua de allí, dedicado a la agricultura”.

Mas del Rogle (Castellón)

La vegetación va ganando terreno a los caminos y a las edificaciones de piedra. Los árboles se adueñan de los espacios y las malas hierbas se apoderan de lo que antes, previsiblemente, fueron huertas y sembrados. En la mayoría de los casos se trata de aldeas o conjuntos de masías en zonas rurales que poco a poco fueron vaciándose por la falta de servicios hasta quedar completamente deshabitadas, un escenario que se ha multiplicado en el interior de la provincia de Castellón en las últimas décadas.

“De niña recuerdo que nos acercábamos por allí con la bicicleta”, relata Amparo, una vecina que vivía en la pedanía de Araia (L'Alcora, 10.500 habitantes), que tiene muy presente la estampa de Mas del Rogle, una aldea próxima y abandonada en la comarca castellonense de L'Alcalatén: “Ya de adultos, hemos seguido acercándonos allí como parte de nuestra ruta de paseo”.

Araia se encuentra apenas a siete kilómetros de L'Alcora y es una pedanía formada por un conjunto de pequeños núcleos urbanos de origen árabe entre los que se encuentra el Mas del Rogle, cuyos archivos fueron quemados en 1936, durante la Guerra Civil, como apunta el cronista José Manuel Puchol: “Estamos ante uno más de los muchísimos pueblos despoblados y en ruinas después de emigrar sus vecinos en busca de mejores condiciones de vida”.

Como en otros lugares próximos “como Figueroles, Costur, Les Useres o Llucena”, al finalizar la guerra (1939) las familias se trasladaron a L'Alcora, una localidad en crecimiento por el aumento de industrias dedicadas a la producción cerámica. Ya en la década de los sesenta del siglo pasado, el cierre de la escuela en Araia, apunta Puchol, supuso su muerte definitiva: “Fue la puntilla final”.

Les Alberedes (Castellón)

Junto al río La Cuba, su último habitante abandonó la aldea en 1990. Les Alberedes, con su treintena de viviendas, está situada en el término municipal de Portell de Morella, en la comarca de Els Ports, en el límite entre las provincias de Castellón y Teruel. En la pedanía destaca la Ermita de Sant Marc, de estilo gótico, que data de los siglos XIII-XIV, con su techo de madera decorada y el suelo empedrado con cantos de río formando una flor de lis. En otros tiempos mucho más prósperos contó con una herrería, una carpintería y una taberna. El camino, después de tantos años, sigue despejado. Y las casas, al igual que en la trama urbana de Portell, todavía siguen en pie. Eso hace resonar con más fuerza el eco de lo que fue, de los pobladores que ya no están. La pasada primavera, una familia comenzó el titánico proceso de intentar recuperar este enclave como un espacio de turismo de interior. Empezaron reformando una de las viviendas, pero quieren recuperar el resto de edificaciones para darle a Les Alberedes una segunda oportunidad.

Camposolillo (León) 

Diferentes momentos de abandono, huida hacia ciudades más grandes, el vacío. Camposolillo, en León, ha vivido un éxodo largo y con varias fases, que se ha dilatado durante años y que concluyó definitivamente a principios de los años 2000. A finales de los sesenta el Gobierno expropió las viviendas de porque iban a quedar anegadas con la construcción de la presa del Porma. La gente no tuvo más remedio que abandonar sus casas y marcharon a Madrid, Gijón, Avilés, León o hacia algunos pueblos de los alrededores. “Pero finalmente no quedó anegado, y se convirtió en un pueblo fantasma”, explica Alberto Díez Valbuena, informador turístico en Puebla de Lillo, el municipio al que pertenecía Camposolillo.

Antonio el hojalatero fue su último habitante. Regresó en 1970 y subsistió sin luz ni alcantarillado. Había tenido que dejar su casa por culpa de la presa, pero como allí no se construyó nada, decidió volver y vivir en soledad. Las tierras eran de la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD) y Camposolillo quedó en el olvido hasta 1994.

Comisiones Obreras obtuvo una contrata a través de la CHD con el objetivo de reconstruir Camposolillo: la intención era contratar y formar en los oficios a los jóvenes de la zona. Fue entonces cuando un vidriero de Salamanca se desplazó con su familia para trabajar. Celestino Diez fue maestro de albañilería y recuerda que llegaron a impartirse tres ramas: “Albañilería, carpintería y fontanería” para chicos y chicas de 15 y 16 años. “Estaban implicados en la droga y allí se rehabilitaron. Les comí la cabeza y al final me lo agradecieron”, apunta Celestino.

En poco tiempo se terminó la financiación y el proyecto se paralizó: solo reconstruyeron dos viviendas, donde vivieron allí el vidriero y su familia, hasta que finalmente se mudaron a Puebla de Lillo. Celestino vio la maqueta de lo que se había imaginado para aquel lugar: “Hubiera sido un proyecto precioso. Iban a hacer casas, campos de fútbol y tenis... Se trajo agua, se metió la luz, pero no se hizo más que dos casas”. “Fue un derroche de dinero”, lamenta. Con los años, saquearon las casas y rompieron los cristales. “Cuando voy a verlo me pregunto para qué trabajé, para que esto muriera”.

Pero Celestino en realidad recuerda aquellos dos años con cariño. Entre risas, rememora cómo tres chavales se subieron a un andamio en los primeros días a fumarse un porro. “El jefe me dijo: 'a estos no hay quién los baje' y yo le respondí: ¿Qué no? En minuto y medio les bajo”. Eempezó a mover los andamios y los chavales bajaron escopetados hasta el suelo. “Me preguntaron: '¿Nos quieres matar? Y yo les dije: '¿Quién os mandó subir?'”, recuerda. “Vaya si bajaron, con los ojos como platos”, comenta entre risas. Celestino zanja el asunto: “No hubo más cáscaras a subirse al andamio a fumar. Se acabó el problema”.

Valle de Mena (Burgos)

Un amasijo de casas, dispersas como a borbotones recorren el Valle de Mena. En total, tiene 43 entidades locales menores, 129 núcleos de población y más de 260 kilómetros cuadrados. Muchos tejados están medio hundidos y los arbustos avanzan en vertical cubriendo las paredes. Son 12 pueblos deshabitados.

Uno de ellos es Río. Según un artículo publicado en el Boletín Municipal, lleva abandonado desde 1978, cuando falleció su último habitante, Jacinto Martínez Angulo. El pueblo vivió históricamente de la agricultura –trigo, legumbres, maíz y hortalizas– y ganadería –ovejas, cabras y cerdos–. En las tierras comunales de las inmediaciones, los grávidos frutales deslumbraban con sus peras, cerezas y membrillos.

En Río vivían unas 70 personas en 1752 en una veintena de casas. Algo más de un siglo después, en 1860, el número de edificios se había reducido a 16, pero solo una decena estaban habitados. En 1900 quedaban ocho viviendas y 48 personas. A finales de los años 50 solo había tres familias. Los 13 habitantes de Río se vieron en la disyuntiva de buscar trabajo en una fábrica o quedarse en el pueblo. El éxodo les ganó la batalla por cansancio. Río quedó deshabitado, como otros centenares de pueblos de la zona. Abadía, Martijana, Berrandulez, Santiuste, La Roza, Las Bárcenas de Cirión, Llano, Ro Ventades, Novales y Valle nombran lugares que ya no son. En el siglo XVIII residían en estas localidades 106 personas. En Ventades, el último empadronado falleció en 2007, aunque no residía allí. El pueblo llevaba vacío mucho más tiempo. Antes de la crisis económica hubo un conato de resurrección: un proyecto para instalar un campo de golf, para el que incluso se creó parte de la infraestructura. Pero la burbuja explotó y el proyecto se abandonó. Otro pueblo que desaparecía.

Otros pueblos no están despoblados sobre el papel, pero sí en la realidad. En Opio (que también pertenece al Valle de Mena) hay una persona empadronada, pero que no reside allí. “Se trata de un cura del que desconocemos su paradero, quizás se encuentre en el extranjero”, apuntan. Fermín, un sacerdote, quiso organizar un proyecto de desintoxicación para personas con drogodependencia, que finalmente se truncó por el rechazo de algunos vecinos de pueblos cercanos.

A pesar de todo, la población en el Valle de Mena en los últimos 25 años ha ido creciendo paulatinamente: en 1996 había 3.472 habitantes y 3.805 en 2020. Su alcaldesa, Lorena Terreros, asegura que el equipo municipal sigue trabajando para asentar población “ofreciendo servicios que hagan atractiva la residencia en el valle” y frenar así la suma de más lugares en la lista de los pueblos deshabitados.

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