Casi 8 millones de ciudadanos van a recibir estos días, o ya han recibido, o podrán pedir, la citación para su primera dosis de la vacuna de la COVID-19. Son los nacidos entre 1971 y 1981, los que tienen ahora de 40 a 50 años. Un grupo que ya no tiene tanto riesgo de sufrir la COVID-19 grave como las generaciones que le preceden, pero que conforma parte del grueso de la sociedad activa española y es por tanto clave para frenar la circulación del virus. Se les va a poner Pfizer/BioNTech, Moderna o Janssen/Johnson&Johson, todas las vacunas disponibles menos la de AstraZeneca/Oxford, que está actualmente suspendida para menores de 60 por motivos de seguridad. La semana que viene llegan 2,8 millones de dosis entre las tres primeras compañías, una cifra elevada pero que no es ni siquiera la mayor de un 2021 que empezó con 300.000 dosis cada 7 días. Han llegado a arribar del reparto europeo 4 millones en una sola semana.
Todas las comunidades autónomas han empezado o empiezan estos días con los mayores de 40 y menores de 50. Madrid fue la más rezagada, pero finalmente anunció el martes que iniciaban. Estas personas son importantes porque, aunque ya no tienen peligro elevado por el virus, “son la franja de población más numerosa hasta ahora y personas con bastante movilidad”, resume José Antonio Forcada, presidente de la Asociación Enfermería y Vacunas.
La vacuna frena la infección y los datos lo demuestran: “El porcentaje de mayores infecciones y hospitalizaciones está ahora entre 50 y 59, y luego entre 40 y 49. Lógico, son los grupos menos vacunados. Es importante vacunar por edad por eso. Los de 40 no son como los más jóvenes que no dejan de moverse, pero sí tienen mayor movilidad que los grupos mayores”, añade Forcada. La letalidad de la enfermedad, según los informes del Instituto de Salud Carlos III, se ha concentrado entre los mayores de 60 años; y es casi cuatro veces menor entre los de 40 que entre los de 50.
De entre 25 y 39 años hay alrededor de 9 millones de ciudadanos; de 18 a 24 , unos 3 millones. Serán los siguientes si se quiere alcanzar al 70% del total en agosto, como fija el Gobierno y la Unión Europea. Pero los cuarentañeros pueden ser de los últimos organizados en la campaña de manera generacional. Varios expertos, y comunidades, plantean que a partir de menos de 40 pierde algo de sentido ir gestionando por cohortes de 5 o de 10 años, porque las diferencias entre el riesgo que tiene de sufrir COVID-19 grave una persona de 36 años y el que tiene otra de 26 son ya irrelevantes. Ni la mortalidad entre los de 20 ni la mortalidad entre los de 30 tiene apenas representación en el total de fallecidos de esta pandemia. Las comunidades, en julio y agosto, periodo vacacional en el que le toca a esa población joven, apuestan por el sistema de autocita, implantado ya en algunos territorios. Es decir, que el sistema de salud ya no envíe un mensaje de texto al ciudadano, sino que el ciudadano fije su calendario. Organizarlo del todo y que salga bien es otra tarea pendiente. También lo es definir la vacunación de los migrantes sin tarjeta sanitaria, que en muchas comunidades siguen con trabas, y para lo que el Gobierno no tiene un plan coordinado. Está por ver, por último, si entre las personas de menor edad aumenta o no la reticencia vacunal, que hasta ahora es casi nula.
Récords que no deberían sorprender
Las enfermeras y enfermeros no dejan de marcar récords. Esta semana, 654.232 dosis en un solo día. En la última semana, cada día han puesto una dosis al 1% de la población española. “2,4 millones de dosis en una semana, un millón más que la anterior”, subrayaba la ministra de Sanidad, Carolina Darias, este miércoles. El 25% de la población española, 12 millones de ciudadanos, está inmunizada frente a la COVID-19 con vacunas. Cinco meses después de que llegaran las primeras, ni medio año después de aquel pinchazo a Araceli Hidalgo.
Son los datos de un ritmo que ha sorprendido a casi todo el mundo menos al personal sanitario. Las campañas para la gripe también alcanzaban a millones de ciudadanos en cosa de semanas; este otoño, a más de 10 millones en apenas un par de meses. Había antecedentes, experiencia y profesionalidad. Expertos como Amós García Rojas, participante en la estrategia de vacunación y presidente de la Asociación Española de Vacunología, lo han repetido todos estos meses: el sistema “tiene músculo”, lo que hacía falta era que llegaran dosis. Desde sindicatos de enfermería como SATSE ponen en valor que esto se ha conseguido gracias a que muchos profesionales han estado doblando turnos, en casi ninguna comunidad del todo bien remunerados. También ha contribuido que la de España ha resultado ser una de las sociedades que mejor ha recibido estos fármacos del mundo.
Yendo al número concreto, el 90% de los mayores de 50 años tiene una dosis puesta, y más del 50% la pauta completa. En estos momentos, hay más gente vacunada con dos dosis entre 50 y 59 años (el 32%) que entre 60 y 69 (23%). El motivo es que la vacuna mayoritariamente utilizada en la franja 60-69 ha sido AstraZeneca/Oxford, que tiene una separación de tres meses entre dosis. A 50-59 se le ha dado Janssen, que es de una sola dosis, o Pfizer o Moderna, separadas las dosis solo por 3 ó 4 semanas. A los 60-69 les comienza a tocar completarse este junio, porque se les puso la primera entre abril y mayo. Y ese es nuestro próximo reto. “Completar AstraZeneca es la gran tarea por delante, además de ir bajando los grupos de edad”, comenta José Antonio Forcada. También tenemos que ver si llegan dosis suficientes de esa compañía, o, si todos los profesionales esenciales que pueden optan por AstraZeneca, no alcanzarán y habrá que darles a algunos de los de 60 Pfizer como segunda pauta, dice este enfermero experto en vacunas.
La España de los “espacios de vacunación masiva”
La España de la vacunación eficaz y masiva es también la España de los ‘vacunódromos’, esas grandes ubicaciones no sanitarias a donde los ciudadanos están acudiendo y donde las inyecciones son rápidas. Todas las comunidades tienen, cada una a su manera, ese tipo de enclaves. En Castilla y León, por ejemplo, las cabeceras comarcales tiene su punto designado para los pueblos de la zona. En Galicia, han reconvertido un antiguo y polémico macroproyecto del expresidente Manuel Fraga, la Cidade de la Cultura, para este fin. En Aragón se ha habilitado el polideportivo de la Universidad de Zaragoza. Y así hasta diecisiete.
María José García, portavoz del sindicato SATSE, reconoce “odiar” la palabra “vacunódromo” y prefiere el término “espacios de vacunación masiva”. Han sido y están siendo útiles para la vacunación de personas ya no mayores, cuenta en conversación con este periódico, pero “hay que garantizar las medidas necesarias”, especialmente ahora que suben las temperaturas en todo el país. “Que estén ventilados, a una temperatura adecuada, que permitan la vigilancia de los pacientes por si hay un efecto adverso, que tengan dotación de personal”, enumera. García también aborrece el formato de vacunar en el coche, que se está utilizando en algunas comunidades: “Siempre estaré en contra de eso. Me parece tremendamente arriesgado no poder vigilar que haya efectos adversos”.
Pese a todos estos datos tan buenos, y el sistema en marcha, la pandemia todavía no se puede dar por controlada en España. La primera meta se consiguió antes de que finalizase mayo: que prácticamente todos los mayores de 60 estuviesen protegidos con una dosis. Como es el colectivo más afectado por la COVID-19 grave, es la única manera mediante la cual se ha conseguido rebajar la letalidad de este virus respiratorio. Pero, zanja José Antonio Forcada, restan por delante “los que tienen sola una dosis, que aunque tengan menos riesgo, tienen riesgo; conocer la efectividad que tienen las vacunas con la variante india [ahora conocida como delta], que ya está circulando y no sabemos cuánta penetración va a tener; y vacunar a todos los menores de 50 y luego a los que más movilidad tienen. Tenemos muchas excusas para decir que la pandemia no está terminada en España”.