No le sientan bien las despedidas. Tal vez por ello, el cardenal Rouco Varela pronunció el que fue su último discurso como presidente de la Conferencia Episcopal como si este miércoles no fuera a nombrarse a su sucesor. Como si hace ahora un año los vientos no hubieran cambiado irremediablemente en el Vaticano. El arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, el único capaz de ganar unas votaciones al todopoderoso cardenal de Madrid, en 2005, tiene todas las papeletas.
Y es que Antonio María Rouco Varela (Villaba, Lugo, 1936) hizo este martes un nuevo –y último- ejercicio de mando, obviando la Iglesia misericordiosa y alejada del poder y de las obsesiones que postula desde Roma Francisco, y retomando sus temas favoritos. A saber: la destrucción de la nación española, el laicismo, el relativismo, el materialismo y la brutal desprotección que padecen el matrimonio y la familia cristianas.
Un discurso farragoso, deslabazado y en el que no se dio una mínima concesión a la despedida o la emotividad. Y que fue recibido por la Asamblea Plenaria del Episcopado con un aplauso tenso. Tal y como fue su llegada a la sede de la Conferencia Episcopal. Mientras Blázquez, o incluso el polémico cardenal Fernando Sebastián eran recibidos con apretones de manos y palmadas en la espalda, la llegada del cardenal sólo fue recibida por breves murmullos. Triste fin de ciclo para un hombre que ha hecho y deshecho a su antojo en la Iglesia española en las últimas dos décadas.
“La nación española se encuentra amenazada por posibles rupturas insolidarias”, fue el meollo del discurso final de Rouco Varela. Una descripción de la actual situación de España en blanco y negro, casi apocalíptica. “Sufrimos –dijo Rouco- el envejecimiento alarmante de nuestra sociedad, con el matrimonio y la familia atravesando una crisis profunda; la cultura disgregadora y materialista del tener y disfrutar se percibe en muchos campos, en particular, respecto de los inmigrantes, afectados, como también las clases medias, por la crisis cultural y económica; la misma nación española se encuentra con graves problemas de identidad, amenazada por posibles rupturas insolidarias; el nivel intelectual del discurso público es más bien pobre, afectado por el relativismo y el emotivismo”.
Una España que está a punto de romperse a causa del “materialismo, del relativismo y del emotivismo”, de unas legislaciones que atacan sin compasión al matrimonio y la familia cristiana, “célula básica de todo cuerpo social”. También, la enseñanza católica en la escuela, que es “un derecho de los padres”. No se olvidó Rouco Varela de clamar contra el aborto y la defensa de la vida “tanto en los comienzos de la existencia como en los finales”, no sin advertir que “la Iglesia no reivindica ningún privilegio para ella”.
Blázquez, el probable sucesor
Este miércoles, con la casi segura elección de monseñor Blázquez, se ponen fin a casi dos décadas de mandato absoluto en la Iglesia española, que se tradujo en cuatro trienios como presidente -de 1999 a 2005 y de 2008 a 2014-, superando con creces al cardenal Tarancón. Y en un modelo de Iglesia que hoy, un año después de la elección del Papa Francisco, se presenta en franca retirada.
El adiós de Rouco -que no es definitivo, pues Bergoglio todavía no le ha aceptado la renuncia al Arzobispado de Madrid presentada en agosto de 2011, en plena efervescencia de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid- supone poner el punto y final a una etapa, probablemente la más larga que haya vivido la Iglesia española contemporánea, marcada por el poder absoluto del cardenal, que se ha convertido en los últimos 20 años en un auténtico “vicepapa” español, con mando en plaza y capacidad para nombrar y cesar obispos, imponer tesis políticas y arremeter contra congregaciones religiosas y grupos de laicos que no se plegaran a sus tesis.
Bajo su mandato, la Conferencia Episcopal se ha convertido en un órgano netamente presidencialista y centralista, donde -especialmente bajo la portavocía de su obispo auxiliar, Juan Antonio Martínez Camino- nada se hacía sin la aquiescencia del cardenal de Madrid o su fiel colaborador. El resultado ha sido la plena identificación de la Iglesia española con una opción política de derechas, un modelo de familiar único y exclusivo -el mal llamado tradicional- y una visión catastrofista de una sociedad española marcada por la secularización, y una Iglesia martirial y perseguida.
Rouco Varela ha sido el hombre de confianza de dos papas. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI confiaron ciegamente -más Wojtyla que Ratzinger- en el cardenal de Madrid, quien desde la atalaya de la Congregación de Obispos fue, durante una década, el hombre que decidía los nombramientos -y ceses- episcopales en España.
Los 'hijos' de Rouco
Hoy, buena parte de los prelados de nuestro país son hijos de Rouco Varela. Una herencia difícil para su sucesor, y para el modelo que, desde hace un año, está postulando desde Roma el Papa Francisco. Una primavera eclesial que, por el momento, se resiste a llegar a nuestro país. Rouco es, sin lugar a dudas, el tapón para los nuevos aires.
Durante dos décadas, el cardenal de Madrid ha creado un modelo de Iglesia de resistencia frente al impacto del laicismo y el secularismo. Un modelo que buscaba “ganar la calle”, para lo que se entregó a los movimientos eclesiales más conservadores -también, los más activos-, especialmente el Camino Neocatecumenal, que ha logrado llenar manifestaciones, misas públicas en Colón y también, en buena medida, la JMJ de Madrid de 2011, sin lugar a dudas, el gran éxito mundial de Rouco Varela.
A través de sus púlpitos -la Cadena Cope y, posteriormente 13TV-, el cardenal de Madrid arremetió contra aquellos que, incluso dentro de la Iglesia, no comulgaban al ciento por ciento con sus postulados. El Nuncio Monteiro, el cardenal Sistach o los obispos Sánchez o Uriarte fueron casi defenestrados desde los micrófonos episcopales, mientras se daba cancha a grupos de ultraderecha o se callaba ante las tragedias de la inmigración o de defensa de colectivos desfavorecidos.
Los teólogos, junto a los religiosos, fueron los otros sectores que más sufrieron la ortodoxia promovida por Rouco Varela. La lista es interminable: desde Castillo y Estrada a Marciano Vidal, pasando por Juan José Tamayo o, más recientemente -y ya sin alcanzar sus objetivos- José Antonio Pagola.
Editoriales, congregaciones, universidades católicas, sacerdotes “de izquierdas” también padecieron persecuciones de un hombre que, en cambio, ganaba mucho en las distancias cortas, donde se mostraba afable e incluso cariñoso. Y que se marcha sin decir adiós, tal vez pensando –no sin razón- que mientras Francisco no le jubile, seguirá manteniendo parte de su cuota de poder. Pero el tiempo del cambio en la Iglesia española ya ha llegado. Este martes, al menos, comenzó el de las despedidas.