El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha condenado a quien fuera su vicario general (número dos de la diócesis), Juan Cruz Mendizábal, por dos casos de abusos acaecidos entre 2001 y 2005, cuando el religioso ejercía como sacerdote en la parroquia de San Vicente, en la parte vieja de la capital donostiarra.
Las denuncias llegaron hasta Munilla en marzo del año pasado. Pocas semanas después, y como medida cautelar, el prelado destituyó a Mendizábal de su cargo, aunque oficialmente se dijo que se había tomado “un año sabático”.
La nota de obispado aclara que los hechos se refieren a “tocamientos deshonestos”, cuya veracidad “ha sido probada”. El proceso eclesiástico se ha cerrado con “una declaración de culpabilidad del reo y la imposición de diversas penas expiatorias” previstas en el Derecho Canónico.
En una nota enviada por las víctimas, éstas recuerdan que tanto el obispo como otros cargos eclesiásticos les recomendaron denunciar civilmente los hechos, pero que ellos decidieron no hacerlo y esperar a la resolución del procedimiento eclesial, que ha llegado a Roma y que es firme tras la confirmación de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
“Pensando que el nuestro era un caso aislado y por llevar las cosas con el mayor sigilo posible, por voluntad propia decidimos ir por la vía eclesial”, explican. Sin embargo, ante la posibilidad de que haya una tercera víctima, los afectados decidieron, de común acuerdo con el Obispado, hacer público su caso.
“Nos parece que ha llegado el momento de manifestar la verdad de los hechos, para que no se digan medias verdades; y sobre todo, para animar a las posibles víctimas que pudieran permanecer ocultas a que salgan a la luz”, subrayan en la nota, enviada a la televisión pública vasca EiTB.
Los dos afectados (ahora ya mayores de edad) destacan que desde el momento en que denunciaron los abusos sufridos el trato ofrecido por el obispo y la Iglesia fue “correcto” y piden “compresión” para que se respete su intimidad.
La nota del Obispado concluye pidiendo “a todos perdón” y expresando “su compromiso para que en la medida de lo posible estos actos no se repitan.
Sobre el abusador relata que “después de haber manifestado su profundo arrepentimiento por los hechos cometidos y habiendo acogido con espíritu sacerdotal la mencionada decisión, sigue en estos momentos un proceso terapéutico psicológico y espiritual, colaborando en la reparación de lo ocurrido”.