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La falta de inmunidad de los niños no pone en riesgo la 'vuelta al cole' si se mantienen las medidas sanitarias

Si hubiese que elegir los dos grandes triunfos del control de la pandemia en España serían el ritmo de la vacunación y la gestión de los contagios en los colegios. Ni en los momentos más difíciles de la tercera ola se planteó cerrar los centros, a diferencia de lo que ocurría en otros países, y en todo el año hubo menos de 45 colegios confinados a la par, un 0,2% del total. La enseñanza presencial pasó el examen con nota, y por eso el Ministerio de Educación ha decidido repetir la fórmula el próximo curso.

Las expectativas son aún mejores ahora. Con el 70% de las personas totalmente inmunizadas para septiembre y la transmisión del virus reduciéndose, se espera que el impacto en los colegios sea menor que en anteriores olas. El problema es que prácticamente toda la población sin vacunar se concentrará en las aulas. La pandemia está a punto de enfrentarse a una nueva y desconocida fase en la que los niños menores de 12 años jugarán un papel fundamental.

Hasta ahora el papel de los niños en la transmisión se ha seguido atentamente desde un segundo plano. Los menores se pueden contagiar y ser vectores de la enfermedad, pero un 50% de ellos pasan el coronavirus de forma asintomática y son “peores contagiadores” que los adultos, explican los epidemiólogos. Tampoco parece que sufran de COVID persistente. Eso ha provocado que los esfuerzos epidemiológicos, sobre todo en la quinta ola, se hayan centrado en los grupos adolescentes y jóvenes de mayor edad que protagonizaban el pico de positivos. Los niños, mientras, se han seguido contagiando. Y aunque la mayoría presentan cuadros leves, en la última oleada se han multiplicado los ingresos hospitalarios en menores de 9 años y preadolescentes.

La incidencia en menores de 12 años es de 387 casos por cada 100.000 habitantes. Hace unas semanas llegó a ser de 550, por lo que está bajando al igual que el resto de grupos. La vuelta al cole, si mantiene las normas sanitarias del año pasado, puede ayudar a reducir ese número o puede suponer que proporcionalmente suban los casos y los centros se conviertan en el kilómetro cero de la pandemia. “Yo entiendo que las medidas cuestan dinero y que hay que contratar a más personal, pero si no se aplican como el curso pasado estaremos jugando a la lotería”, cree Fernando García, coordinador de Ética en la Sociedad Española de Epidemiología. 

A pesar de que quedan dos semanas escasas, no se conocen muchos detalles del protocolo de regreso a las clases. Los alumnos mayores de seis años llevarán mascarilla tanto dentro como fuera de las aulas; la distancia interpersonal se reduce de 1,5 metros a 1,2 metros, y tanto en Infantil como en Primaria se mantendrán los grupos burbuja. Sin embargo, la ratio de alumnos aumenta y vuelve a los establecidos antes de la pandemia. Esto implica que los desdobles y los refuerzos de profesorado que hubo el curso pasado desaparecen y con ellos se van una de las mejores herramientas que tenían los centros para cortar la transmisión. Ahora, las clases de infantil podrían llegar a los 25 niños y las de primaria a los 30 –aunque la mayoría de las comunidades tienen el límite marcado en 25–.  

“Las ventajas son obvias: menos alumnos por docente, mejor atención. Pero algunas ya han anunciado su supresión para este curso”, reivindican varias plataformas educativas como el Pupitre de Pilu. Comisiones Obreras también ha exigido a las consejerías de Educación que mantengan menos niños en las aulas y que “la reducción de la distancia no sea aprovechada para volver a aumentar las ratios, y justificar un recorte en el número de profesores”. No es solo una cuestión de la calidad formativa, sino de control epidemiológico. “Tenemos una experiencia muy positiva de todo lo que se hizo bien el año pasado. No creo que haya que plantearse cosas novedosas, pero sí mantener las que funcionaron”; defiende Mario Fontán, médico de Preventiva e investigador.

Yo entiendo que las medidas cuestan dinero, y hay que contratar a más personal, pero si no se aplican de la misma manera que el septiembre anterior, estaremos jugando a la lotería en los colegios.

El experto pide replantearse la idea de “normalidad prepandémica” en los colegios porque “el virus sigue circulando y el control de la transmisión no puede depender solamente de la vacunación”. “Puede suponer un problema que un alto porcentaje de población, entorno al 11% que representan los menores de 12 años, no vaya a vacunarse en un futuro cercano”, añade Fernando García. Sin embargo, ambos reconocen que también hay razones para el optimismo de cara al próximo curso. 

Razones para el optimismo

La “sexta ola” que pudieran representar los contagios en los menores de 12 años, al ser el único grupo que queda sin vacunar, no es equiparable con la vivida entre los veinteañeros y treintañeros. “Se va a suceder en ambientes muy distintos y con personas que tienen unas dinámicas diferentes de relacionarse”, explica García. Además, la mayor parte de los casos en los colegios tenían su origen en los entornos familiares, donde la circulación del virus se habrá reducido mucho gracias a la vacunación. “El impacto de una posible onda será menor si todo el entorno de los niños está vacunado”, afirma Fontán.

“Con los colegios siempre ha habido un sesgo. El educativo ha sido un entorno ultravigilado en comparación con otros como el ocio nocturno o los lugares de trabajo. También son un foco sensible, pero su papel en la transmisión está sobredimensionado porque los brotes allí son más fáciles de identificar”, recuerda el especialista de Medicina Preventiva. Pero es verdad que “un niño infectado puede contagiar a una persona que esté vacunada”, recuerda García.

Un estudio a cargo de una agencia de salud pública canadiense demostró que los bebés y los niños de 0 a 3 años tienen una mayor probabilidad de transmitir la COVID-19 que los de más edad. “No sé si tiene una explicación en virología o es que los niños tan pequeñitos tienen más contacto con los padres y abuelos y necesitan un cuidado de cercanía”, distingue el portavoz de la Sociedad Española de Epidemiología. 

El educativo ha sido un entorno ultravigilado en comparación con otros como el ocio nocturno o los lugares de trabajo, y el papel de los colegios en la transmisión está sobredimensionado.

“Lo ideal es que los padres y los abuelos estén vacunados y protegidos y que, si se registra un caso, se apliquen las medidas clásicas de aislamiento, prioritariamente con la gente de más edad”, pide el experto. No en vano, las personas ancianas son las que muestran mayor “inmunosenescencia” o rechazo a los anticuerpos de la vacuna, sobre todo ante la variante Delta. “Además de mantener las medidas en los colegios, la mejor fórmula es alcanzar la máxima cobertura vacunal”, opina Fontán. En cualquier caso, si hubiera que tomar medidas no farmacológicas en el futuro, “el cierre de los colegios tiene que ser la última”.

La vacunación de los niños, aún lejos

Lo que parece claro es que no se puede poner una fecha para la vacunación de los menores de 12, ni siquiera la seguridad de que vaya a ocurrir. “Va a ser muy difícil que se vacunen por una cuestión de beneficio-riesgo. Los ensayos clínicos realizados en niños no tienen potencia estadística suficiente para registrar todos los contraefectos y el beneficio que ellos van a obtener es limitado. No es como el sarampión, que puede matar a muchos niños. Lo mejor para proteger a los niños es que se vacunen todos los demás”, opina Fernando García.

Sobre esto mismo, Daniel López Acuña, epidemiólogo y exdirectivo de la OMS, también cree que “la evidencia científica va rezagada”. “Es cierto que necesitaríamos una cobertura plena para alcanzar la inmunidad de grupo superior al 85% o 90%, pero no tenemos clara la efectividad y la seguridad de las vacunas en los grupos de menor edad”, reconoce. En su opinión, lo más coherente es esperar a que se pronuncien las agencias internacionales del medicamento, como la EMA (europea). 

Los niños y niñas menores de 12 años serán los últimos en ser inmunizados si en algún momento los fármacos en prueba logran el visto bueno de las agencias reguladoras. A día de hoy la prioridad es alcanzar altas cuotas de inmunización de adultos y adolescentes, que apenas acaban de empezar, pero el grupo de los más pequeños anticipa un complejo debate científico y ético.