¿Has oído alguna vez el neologismo “nomofobia”? Quizá hasta lo padezcas: es el miedo irracional a no llevar el móvil encima.
Hay estudios que sostienen que la “no mobile phone” fobia afecta a uno de cada cuatro adolescentes. El uso problemático de los móviles entre los jóvenes –que trasciende a los teléfonos, aunque se ha personalizado en estos aparatos– se extiende, aseguran los expertos y parece respaldar los números, aunque la raya entre uso excesivo, problemático o adictivo a veces es difusa.
¿Es normal que tu hijo se moleste porque le pidas que guarde el móvil en un determinado momento? ¿Debes preocuparte porque tu hija se encierre en la habitación a whatsappear y deslizarse por la pendiente infinita del scroll de Instagram? Tu sobrino, como el 70% de los adolescentes, pasa más de cinco horas al día usando el teléfono móvil: ¿es una señal de alarma? ¿Tiene mi hijo, hija, sobrino o nieta una adicción al móvil?
Un poco contraintuitivamente, el tiempo de uso de un móvil no es por sí mismo un indicador absoluto, coinciden todos los especialistas consultados para elaborar este reportaje. “No por usar el móvil mucho tienes un problema”, sostiene Rosa Fernández-Marcote, psicóloga clínica experta en adicciones y patología dual. “No es una cuestión de cantidad, sino en cómo te repercute. Ahora mismo muchas cosas se gestionan a través del móvil. Hay que ver para qué lo utilizo: para mi beneficio o mi perjuicio. Hacer ejercicio, leer, hasta el coche se maneja con el móvil. Hay que ver el uso que se le da”, insiste en un argumento que compartirán sus colegas.
Cuando hay un comportamiento irregular, que se escapa a la voluntad y se pierde el control sobre esa conducta, de una manera mantenida, no puntual, eso ya es una adicción. Y significa que hay un cambio neuroadaptativo a nivel neuronal que hará que esa conducta sea parecida a la que tenemos con otras sustancias
Por eso Ramón Nogueras, psicólogo sanitario, cree que no se puede hablar de adicción al móvil. “En las adicciones comportamentales [las que no son a sustancias] la única que cumple los criterios técnicos de adicción es el juego de azar, que por sus características altera el normal funcionamiento. Esto no ocurre con los móviles, videojuegos, el porno y otras adicciones comportamentales. Pero podemos hablar de un uso problemático del móvil, de gente que usa mal el móvil”, explica.
Fernández-Marcote no está de acuerdo con la literalidad de Nogueras, aunque comparte la mayoría de su diagnóstico. “Cuando hay un comportamiento irregular, que se escapa a la voluntad y se pierde el control sobre esa conducta, de una manera mantenida, no puntual, eso ya es una adicción. Y eso significa que hay un cambio neuroadaptativo a nivel neuronal que hará que esa conducta sea parecida a la que tenemos con otras sustancias”, razona.
Técnicamente, tercia su colega Gregorio Montero, médico psiquiatra especializado en salud mental infantojuvenil y director de Growfulness, la adicción al móvil “no es una categoría diagnóstica en las clasificaciones médicas, pero muchos especialistas estamos proponiéndola, igual que a los videojuegos”. Su apuesta es que se incluirá más tarde o más temprano.
Las señales de alerta
¿Dónde se traza, entonces, la línea del abuso, la que diferencia un uso quizá inapropiado de una adicción? “La diferencia son sobre todo las consecuencias negativas (sobre el día a día). Que un chaval pase tres-cuatro horas un domingo que no tiene nada que hacer jugando un videojuego puede no ser problema. Pero que cada día lo coja a las 23h y se acueste a las 24h le está quitando una hora de sueño, le hará más agresivo, discutirá más, estará más desmotivado, saldrá menos, dormirá menos”, explica Montero.
Que un chaval pase tres horas un domingo jugando un videojuego puede no ser problema. Pero que cada día lo coja a las 23h y se acueste a las 24h le está quitando una hora de sueño, le hará más agresivo, discutirá más, estará más desmotivado, saldrá menos, dormirá menos
Un poquito más aterrizado: “Los cuatro síntomas antesala de una adicción o ya directamente de una adicción son la agresividad, tener discusiones en casa, desmotivación por los estudios y aislamiento social”, elabora el psiquiatra. “El limite (de un uso problemático) está en que no entorpezca tu vida. Las áreas vitales de las personas son las relaciones familiares, las relaciones sociales, las relaciones laborales. Que no se deterioren por esa conducta”, coincide Fernández-Marcote.
Ignacio Civeira, psiquiatra infanto-juvenil del Centro de Adicciones Comportamentales del Hospital Gregorio Marañón, lo baja a cuestiones concretas: “El fracaso académico. No solo de resultados, el poco esfuerzo. La tendencia al aislamiento, la falta de comunicación con su entorno cercano. Dificultad para encontrar otros intereses, la necesidad de la hiperconectividad. Los cambios bruscos de humor. La anestesia emocional digital. Y lo que vemos a nivel empírico es el excesivo uso e implicación de las redes social”, desgrana.
“Un gran criterio para ver si tu hijo tiene mal uso del móvil es ver si está dejando de hacer actividades para que para él son importantes para usar el móvil. Otro es ver si tiene dificultades para dejar el teléfono”, zanja Nogueras.
Parte del problema, sostiene Montero, es que “los adolescentes usan el móvil de una manera más indiscriminada. Los adultos lo tenemos más asociado a una herramienta, pero la generación Z no asocia el móvil a llamar, sino a internet, a las redes sociales, al streaming y los videojuegos. Para ellos es mucho más difícil hacer un uso de herramienta del móvil y lo hacen de manera indiscriminada”.
Y ahí se descontrola el uso, porque las apps, apunta Nogueras, están diseñadas para maximizar el tiempo que está el usuario en ellas. “Antes no existían estas adicciones”, recuerda Montero, tampoco en el inicio de Facebook. “Ahora está Instagram, Tik Tok, los shorts (pequeños vídeos cortos) de Youtube, etc. El problema no son tanto los teléfonos como la plataforma”, añade. Con el teléfono solo sucede que lo llevamos en el bolsillo todo el rato y nos permite acceder a todo al instante.
Género y edad, factores de riesgo
Con carácter general, los usos problemáticos del móvil afectan a personas vulnerables, que se están desarrollando (adolescentes), “introvertidas, que tienen una relación excesiva con las tecnologías”, sostiene Civeira. También predispuestos a caer. “Hay gente a la que con diez minutos de móvil ya la has matado porque es incapaz de desconectar”.
Pero también tienen una mayor prevalencia entre las mujeres, cuentan los especialistas. Igual que los videojuegos son cosa de hombres [la adicción, si es que se puede llamar así], en esta esfera son ellas las más perjudicadas. “La combinación de smartphone y redes sociales se relaciona con un aumento de las conductas problemáticas, autolíticas incluso”, cuenta Montero. “Es complicado hablar de consecuencia o de correlación, pero las chicas pueden tener una mayor vulnerabilidad, presión sobre el físico, sobre su autoestima. Y eso puede llevar a que los síntomas propios de la adolescencia se multipliquen”, explica.
"El riesgo es mayor [de caer en un mal uso] cuánto más pequeños son", sostiene el psicólogo Montero, "pero en la adolescencia son más graves"
El riesgo de la adicción, o del mal uso si no se quiere utilizar ese término, también es más alto cuanto más joven es el sujeto en cuestión. “El riesgo es mayor [de caer en un mal uso] cuánto más pequeños son”, sostiene Montero, “pero en la adolescencia son más graves”. Civeira explica que no considera “capacitado para afrontar las nuevas tecnologías de manera eficaz” a nadie menor de 12 años.
“Capacitar y supervisar es la clave”, repetirá el experto durante la entrevista. Capacitar al pequeño para que sepa realizar un uso responsable del móvil, “para lo que es necesario implicar al entorno”; supervisar porque nadie sabe capacitarse a sí mismo.
Retrasar la compra
Antes de eso, Montero recomienda retrasar la edad de compra del primer teléfono lo más posible. Y unas ciertas reglas que en su día aplicaban para los ordenadores pero hoy quizá han caído en desuso. “Hay que prevenir. Que no les dejen tener redes en el móvil. Instagram, en el salón. No permitir que sobre todo las chicas adolescentes utilicen Instagram en su cuarto de noche. Se usa en el ordenador del salón para que no estén colgando fotos desde su cuarto a las 12 de la noche”, recomienda. En resumen: “Poner límites”, coincide en la palabra con Fernández-Marcote: “Ordenar los tiempos. Cuándo sí, cuándo no, más que la cantidad”.
Casi cualquier cosa que evite las peores consecuencias de las conductas adictivas. “Es cuando se produce anorexia, trastornos depresivos, etc. en niños estamos pervirtiendo su desarrollo. Necesitan estar en la calle, dormir...”, enumera Montero. Los riesgos son diferentes según la edad“, sostiene Fernández-Marcote. ”En la pubertad son los de un abuso, un uso exagerado, el riesgo es que los contenidos no sean adecuados para su edad y la no socialización. El cerebro está muy expuesto a los estímulos exteriores. En la adolescencia posterior están los riesgos vitales, las autolesiones, etc.“. ”Estos chicos están perdiendo calidad de vida“, cierra Civeira. ”Están perdiendo libertad, porque estos medios te acaban diciendo lo que tienes que hacer. Contribuyen a los problemas de salud mental y el desarrollo de problemas a esta edad puede cronificarse“, advierte.
Nogueras cierra remarcando que el discurso no es contra la tecnología. “No defiendo que el móvil sea el mejor uso de cada uno, podríamos hacer cosas mejores. No voy a defender que nos hace bien (aunque hay estudios que establecen que puede ser beneficioso para la socialización de ciertas personas que no lo tienen fácil en su entorno más cercano). Pero no confundamos que lo usamos más de lo que nos gustaría (porque es muy cómodo) con que está hecho de droga”, exagera Nogueras.