Hay que empezar por mirarlos. Lo defiende Pep Garrido, y habla sobre las personas sinhogar: él (junto con su compañero Xesc Cabot) ha dirigido este año una película, Sin Techo, que define como una “hibridación entre los modos del documental y la ficción”. El porqué lo han hecho: “Entendemos el cine como un arma de transformación social. Y lo que nos preguntamos es qué significa vivir en el tardo-capitalismo, en una sociedad que hace que unos u otros no encajemos. Primero hay que mirarlos, tomar conciencia y luego cambiar la vida, la manera en la que nos organizamos y vivimos todos: sin cambio estructural profundo, vamos a expulsar a cada vez más personas”.
Como quisieron hacerlo así, en los límites entre la realidad y la ficción, trabajaron con personas que habían vivido en la calle en algún momento pero que actualmente tenían techo. Fueron a la Fundación Arrels y ahí encontraron a Enric Molina, el protagonista absoluto, aunque esta no sea exactamente su historia. Enric ahora vive en un piso de Arrels, que consiguió a través de la iniciativa Housing First. Housing First es un modelo que nació en los años 90 en Nueva York y que está ahora muy extendido entre las organizaciones. Surge como respuesta a otros más tradicionales y que, tal y como definen en Arrels, “empieza por el final, facilitando una habitación de forma permanente e independiente” para reconocer “el derecho a la vivienda y a la autodeterminación”. Una vez cubierto lo esencial se sigue “con las necesidades, ritmos y opciones de la persona”.
Lo cuenta el propio Enric en primera persona: después de “cinco o seis años” en la calle, en el piso en el que ahora vive solo tiene “mi independencia, mi lugar para cocinar, no tengo a nadie que me moleste… es la base de todo para reconstruir las cosas”. Pasa una cosa: “Las personas sin hogar no dejamos de ser personas, con nuestras manías, historias pasadas y ganas de cumplir sueños”. Él, por ejemplo, ahora se está dedicando a la interpretación. “Cada uno tenemos nuestras circunstancias determinadas por las que estamos así. Es verdad que necesitamos que nos miren: normalmente la gente no lo hace”, sigue.
También lo pensaron así los directores de la película que protagoniza, que le encontraron en el taller de teatro de la sede de Barcelona de Arrels: “Lo que comparten todos es que viven o han vivido en la calle, pero están cargados de estereotipos. No todos son alcohólicos, ni enfermos mentales, no todos han roto con sus familias. Todos tienen sus singularidades únicas. Se les ha visto como una especie de mueble urbano. Hay que pasar a sujetos”.
Una estrategia caducada y sin presupuesto
Lo de Garrido y Cabot es una película pero este año ha habido otros acontecimientos que han traído cierta presencia mediática a un fenómeno generalmente invisibilizado. Quizá el más relevante, por venir, precisamente, de las afectadas, fue la acampada de personas sin hogar que se plantó en abril frente al Ministerio de Sanidad. Pedían precisamente eso: “Solo una casa y demostrar que no somos invisibles”. Les desalojaron en octubre, sin ninguna respuesta institucional.
“Desde la prudencia: sí creemos que cada vez tiene más presencia en la agenda mediática o política. Pero desde el momento en el que, para empezar, faltan datos, no podemos estar conformes”, explica Arturo Coego, Responsable de Proyectos Housing First de Provivienda. Desde su organización recuerdan que va a hacer 8 años, desde 2012, que el Instituto Nacional de Estadística no hace una encuesta para recabar datos serios sobre cuántas personas en nuestro país no tienen casa. Ni siquiera se sabe exactamente si el número ha descendido o no con la recuperación económica.
Provivienda, parecido a otras entidades como Rais, calcula más de 33.000 personas sin casa en España, “pero si no se hace rigurosamente es muy difícil: lo sabemos por los ayuntamientos, y muchas personas viven en lugares inaccesibles”. Coego también señala que hay tantas personas sin hogar como circunstancias personales, “incluso un sinhogarismo indirecto, feminizado y muy invisibilizado: mujeres víctimas de violencia de género en casa, pero que tienen miedo también de acabar en la calle por ser agredidas ahí”.
Coego recuerda otra cosa: la Estrategia Nacional para Personas Sin Hogar caduca este 2020. Nació en 2015 y nunca se ha ejecutado porque nunca ha tenido presupuesto. “Tenía algunas ideas buenas y recogía muchas necesidades, pero nunca tuvo músculo”, lamenta. Por eso, este año y un nuevo gobierno sería “el momento idóneo” para realizar una nueva, “reactivar los grupos de trabajo y conversar con entidades. Pero tiene que estar dotada de presupuesto”. En el documento programático de PSOE y Unidas Podemos se avanza, sin especificar los detalles, que “se aprobará una estrategia que aborde la problemática del sinhogarismo de forma integral desde el enfoque de derechos en colaboración con las comunidades autónomas y los ayuntamientos”.
Pero para Coego, lo que se aborde con el sinhogarismo no se puede diseccionar de todo lo relativo a lo que se haga con la vivienda: “Apostamos por el Housing First, pero no puede utilizarse como un parche. Las instituciones han de actuar así en el corto plazo”. Desde Rais lo sostenían igual: “Necesitamos medidas específicas que sigan la metodología de housing first, la vivienda como derecho humano y con un apoyo flexible. En Finlandia así se ha conseguido sacar a alrededor del 35% de las personas que estaban en la calle”.
“Pero como segundo paso, la prevención”, continúa Coego, “una reestructuración social de la vivienda”. ¿Cómo? “Limitando los precios del alquiler y ampliando el parque de vivienda social. Esto es el último eslabón, la punta del iceberg, de un problema de vivienda transversal. Todos conocemos a alguien que hace años pagaba el 30% de alquiler, hoy más del 50% y mañana puede no tener casa. Hace falta conocer la magnitud del problema y actuar. Con que una persona esté en la calle en España por no poder hacer frente a una casa ya es grave. Pero es que hay más de 33.000”.