El 26 de noviembre de 2015, María Luisa vació 16 blísteres de medicamentos en dos vasos de agua para acabar con su vida y la de su hijo. Él murió y ella sobrevivió al cóctel de pastillas que le han llevado este viernes a ser condenada a seis años de libertad vigilada y tratamiento psiquiátrico tras llegar a un acuerdo con la Fiscalía, que pedía pena de cárcel. La misma edad que tenía su hijo, 64 años, llevaba ella cuidándolo debido a la discapacidad mental y física que sufría y por la que era totalmente dependiente de su madre.
De acuerdo con el Ministerio Público, la mujer tomó la decisión “con sus facultades volitivas y cognitivas gravemente afectadas” al verse imposibilitada para seguir cuidando de su hijo “debido al empeoramiento de su estado de salud a consecuencia de su avanzada edad”. Al verse “mermada en sus capacidades físicas y con el fin de evitar que sus otros hijos tuvieran que asumir la carga futura del mismo cuando ella faltase tomó la decisión de acabar con su vida y con la de su citado hijo”.
El caso ha destapado una realidad escondida. Algo que rara vez se nombra cuando salen a la luz casos de personas, normalmente varones mayores que se encargan de sus cónyuges, que acaban con la vida de un familiar al que cuidan. Y es que las cuidadoras –una enorme mayoría son mujeres–apenas cuentan con apoyos, ni económicos ni emocionales, y con el paso de los años la soledad y el abandono va lastrando su estado físico y psíquico “hasta llegar a situaciones de desesperación”, apunta la psicóloga Olga Ramírez, especializada en género y cuidados.
La situación, dice la experta, es que hay una escasez de mecanismos diseñados por el Estado dirigidos al cuidado. “Está la Ley de Dependencia, pero es un parche porque las ayudas que dan son muy mínimas”. Esto se une a los recortes sufridos por este servicio en los últimos años que lo han convertido en un sistema casi colapsado. Según los últimos datos proporcionados por el Ministerio de Sanidad, Servicios e Igualdad, a 31 de diciembre de 2017 había 700.000 personas con el derecho reconocido en lista de espera.
El Sistema para la Autonomía de Atención a la Dependencia (SAAD) se puso en marcha en 2007, pero las organizaciones denuncian que las ayudas no son suficientes: ni la prestación económica que reciben las cuidadoras, que han dejado de cotizar a la Seguridad Social, ni la ayuda a domicilio de dos o tres horas. Los datos revelan que es una realidad feminizada: del total de cuidadores no profesionales de personas en situación de dependencia, 7.541 son mujeres y 957 son hombres. Eso contando solo los casos que han pasado por el filtro del sistema.
El coste de cuidar sin ayuda
El desgaste, la falta de recursos y la ausencia de apoyos tiene un gran coste para estas mujeres, que ven cómo su salud se deteriora con el paso del tiempo. A Cuidadanas, un proyecto de la Fundación Mujeres dirigido a mejorar la calidad de vida de las cuidadoras en el ámbito familiar, se dirigen muchas de ellas con lo que Irene Vaquero, educadora social y técnica de intervención de este servicio, define “el síndrome de la persona cuidadora”.
“Vemos su salud deteriorada, reducen sus hábitos saludables y la calidad del sueño, les falta tiempo, tienen ansiedad o depresión”, enumera. “Cuando vienen llegan en esas situaciones, ya desbordadas. Sienten un enorme desamparo por parte del Estado, que no les proporciona los recursos necesarios. Por otro lado, tienen una carga emocional tremenda”, explica Vaquero. En el caso de las mujeres cuidando a hijos durante muchos años, añade Ramírez, “tienen la sensación de que son imprescindibles para ellos y piensan que si ellas no están ¿quién los va a atender?”.
Por otro lado, emerge la falta de corresponsabilidad, apuntan las expertas, que hacen hincapié en que la mayoría de las cuidadoras experimentan un nulo o mínimo apoyo familiar, sobre todo masculino. El alargamiento de la esperanza de vida, que es mayor en las mujeres –en 2016 los hombres alcanzaban de media los 80,4 años y ellas los 85,9, según datos del Instituto Nacional de Estadística– ha dibujado un escenario de mujeres mayores cuidando de mayores. “Nos encontramos con mujeres que se encargan totalmente de sus hijos o maridos a una edad en la que deberían ser cuidadas ellas”.
¿Violencia machista?
Las consecuencias del cuidado sin apoyos de familiares con algún tipo de demencia han sido estudiadas por cuatro médicos de los Servicios de Psiquiatría del Hospital Clínico Universitario de Valencia y del Hospital de Requena. En concreto, el estudio Homicidio-suicidio en el anciano: ¿por qué el cuidador mata a su pareja con enfermedad de Alzheimer y después se suicida? ha investigado qué ocurre en casos de violencia familiar “que implica a cuidadores que matan al paciente y, en ocasiones, después se suicidan o lo intentan”.
Es el caso de María Luisa, con la diferencia de que “generalmente” el caso modelo es un hombre que acaba con la vida de su pareja mujer, aunque también se han conocido casos de hijos que matan a sus madres. Es decir, en la mayor parte de ocasiones, el autor es un hombre. Así lo confirma el estudio, que concluye que “la depresión es una característica nuclear del anciano agresor”. Pero el debate lleva años encima de la mesa: ¿Son estos casos violencia machista? ¿Entran en juego otros factores?
Las expertas suelen anticipar la dificultad de establecer una generalidad cuando se trata de casos concretos, por lo que señalan varias variables que pueden darse. Una de ellas, es que existe un componente de género que hace que las mujeres suelan cuidar hasta el final debido al rol tradicional de cuidadoras. Los hombres, sin embargo, aguantan menos por encontrarse de repente con ese rol. De esta misma manera lo explicaba Isabel Otxoa, exparticipante de la Plataforma por un servicio público vasco de atención a la dependencia e integrante de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Bizkai, en este artículo publicado en Píkara Magazine.
Otxoa defiende desviar la mirada hacia la falta de recursos para el cuidado y asegura que “ninguna sociedad se debería permitir dejar que las situaciones vitales lleguen a estos extremos”, explica a eldiario.es. “¿Si esta mujer hubiera tenido la seguridad de que su hijo iba a estar bien cuidado hubiera hecho algo así?”, se pregunta sobre el caso de María Luisa, del que hace hincapié en que “no debería haber sido juzgada ni condenada. El Estado y la sociedad tienen la responsabilidad de atender a sus miembros. Es tan habitual el caso de mujeres abandonadas de esta manera...”.