El cambio de presidente en EEUU ha sido visto como una oportunidad para relanzar la lucha contra el cambio climático justo cuando 2020 va camino de ser uno de los años más cálidos registrados y cerrar un lustro con la temperatura global más alta de la era industrial. El electo Joe Biden se ha comprometido a colocar esta crisis entre las primeras prioridades de su mandato y ha llegado a poner una fecha simbólica: su país se reincorporará en 77 días al Acuerdo de París contra el cambio climático del que salió, oficialmente, el 4 de noviembre pasado. Pero, ¿en qué se va a notar?
“El cambio del inquilino en la Casa Blanca puede marcar un antes y un después. Podemos volver a unos EEUU constructivos, responsables y activos”, resume la vicepresidenta cuarta del Gobierno Teresa Ribera a la pregunta de elDiario.es.
El abandono del Acuerdo de París remitido por EEUU hace un año y materializado la semana pasada supone que una gran parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero estén fuera de los objetivos de reducción y control contenidos en ese texto. El país norteamericano supone el 20% de todo el CO2 lanzado a la atmósfera cada año: unas 5,41 gigatoneladas (5.400 millones de toneladas). Es el segundo emisor mundial en términos absolutos detrás de China y el cuarto en emisiones por habitante por detrás de Arabia Saudí, Kazajstán y Australia. Las emisiones de gases son las que conducen al calentamiento global del planeta al impedir la salida de la radiación del sol rebotada en la superficie terrestre. El exceso de energía dispara el cambio climático.
La herramienta global para intentar atajar el calentamiento de la Tierra creada en 2015 es más porosa en sentido de entrada que en el de salida. “El Gobierno de los EEUU puede reincorporarse al acuerdo en cualquier momento”, recuerda un portavoz de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El texto legal permite la salida de las partes con un preaviso de doce meses y siempre tres años después de haberse incorporado, pero también preveía la adhesión de nuevas partes por lo que EEUU “se convertiría en parte de nuevo 30 días después de que el Depositario de la ONU recibiera su nueva adhesión”, explican.
“La balanza se inclina aún más hacia un futuro de cero emisiones netas. Damos la bienvenida al regreso de Estados Unidos a la mesa de los líderes mundiales del clima”, afirma la que fuera muñidora de Acuerdo de París y actual directora general de la Fundación Europea del Clima, la francesa Laurence Tubiana.
Fin de la excusa que suponía EEUU con Donald Trump
El cambio radical de actitud que supuso la llegada de Donald Trump en 2016 no fue inocuo. Su salida de esa “mesa de los líderes del clima” que decía Laurence Tubiana fue aprovechada por estados muy anclados en la generación de energía a base de combustibles fósiles. Un ejemplo de cómo funciona esa dinámica pudo verse en la cumbre del clima de 2018 en Katowice (Polonia). Allí, el que era asesor estadounidense en clima y energía, Wells Griffith llevó este discurso: “EEUU tiene abundancia de recursos naturales y no los va a dejar bajo tierra”. Al calor de ese nuevo rumbo, Arabia Saudí, Australia o Rusia se sintieron amparados para escapar de la presión internacional creada en la capital francesa para ir renunciando al petróleo, el gas y el carbón. El Acuerdo de París descansa en la idea de que cada país contribuya a la reducción de emisiones de CO2 para limitar globalmente la capa de gases que fuerzan el efecto invernadero. A más países comprometidos, más emisiones se eliminan. Y viceversa. Pero no se dictan umbrales o porcentajes obligatorios. Las partes se comprometen a hacer lo que ellas mismas consideren. Esa fue la fórmula escogida para incorporan el máximo número de estados.
Las subvenciones a los combustibles fósiles
Uno de los compromisos que ha anunciado Joe Biden es “terminar con los subsidios a los combustibles fósiles”. También ha afirmado que demandará “una prohibición mundial” de estas subvenciones para lo que, ha dicho, prepara un recorte de las ayudas en su país en el primer año de su presidencia y “redirigir ese dinero a una inversión histórica en infraestructuras de energías limpias”.
Las subvenciones a los combustibles que emiten gases de efecto invernadero son un asunto peliagudo. La reducción de las ayudas fiscales al diésel no profesional prevista por el Gobierno español para los Presupuestos Generales de 2021 ha levantado reticencias por parte del PNV y Ciudadanos a la hora de plantearse un apoyo a las cuentas a pesar de que la OCDE y la Comisión Europea han señalado reiteradas veces la debilidad de los impuestos verdes en España y, en especial, la poca justificación que sustenta la bonificación del gasoil
Entre 2017 y 2019 los países del G20 destinaron 584.000 millones de dólares al año para la producción y el consumo de petróleo, gas y carbón, según un reciente análisis del Instituto Internacional de Desarrollo Sostenible. Era un promedio algo menor que la tendencia registrada entre 2014 y 2016, pero, en 2020, los fondos diseñados para fomentar la recuperación de la crisis económica provocada por la COVID-19 han destinado ya 233.000 millones de dólares a industrias de combustibles fósiles, según el mismo informe.
La relación con China o Brasil
“Estados Unidos es importante en la agenda multilateral, pero también en la bilateral con las potencias emergentes”, cuenta la vicepresidenta Teresa Ribera al analizar el papel de este país en la acción climática. “El presidente Obama fue fundamental para llegar a un acuerdo en París y entenderse con China”, recuerda. Biden, al menos durante la campaña electoral, propuso crear un fondo de 20.000 millones de dólares ideado para que Brasil detuviera la deforestación del Amazonas con fines económicos. La destrucción del bosque tropical es una de las principales fuentes de emisión de carbono al liberar todo lo que almacenan los árboles.
Y dirigió este mensaje al presidente brasileño Jair Bolsonaro: “Deja de derribar el bosque y si no lo haces vas a tener consecuencias económicas significativas. Bolsonaro respondió que Biden era ”cobarde“, pero entonces todavía esperaba una victoria de su afín Donald Trump.
En la línea de lo que expresaba Ribera sobre la relación EEUU-China, en la agenda climática del presidente electo norteamericano aparece la negociación de un “acuerdo de mitigación de carbono como el que facilitó el camino para el Acuerdo de París y exigir el fin de las ayudas chinas para la exportación de carbón”. Entre estos dos estados lanzan cada año más de 15 gigatoneladas de gases de efecto invernadero, el 43% del total mundial. Es decir, más de cuatro de cada 10 toneladas lanzadas a la atmósfera y responsables de la crisis climática mundial provienen de estos dos únicos estados.
2021, una año crucial en la lucha climática
2020 estaba marcado en el calendario climático porque era la fecha para evaluar los compromisos de reducción de emisiones de cada país derivados del Acuerdo de París. Una cita para examinar los planes nacionales e incrementar la ambición de las reducciones. Al fin y al cabo, la combinación de todos los planes depositados en la ONU por las partes del acuerdo parisino solo sirven para limitar el calentamiento de la Tierra a algo mas de 3ºC. El objetivo mínimo es 2ºC y el preferible 1,5ºC. Los científicos de la ONU ya avisaron en 2019 que para llegar a ese nivel, en la próxima década era preciso cortar a la mitad la cantidad de gases de efecto invernadero lanzados a la atmósfera. Con EEUU fuera del acuerdo, este país no tenía ninguna necesidad de revisar su situación o modificar sus compromisos. La cita para poner en común todos esos trabajos era la COP26 de Glasgow en noviembre de este año.
Sin embargo, la pandemia de COVID-19 ha hecho que esa cumbre se haya pospuesto a noviembre de 2021. Este retraso ha diferido en cierta medida esa evaluación global de cómo van los esfuerzos contra la crisis climática. Con el resultado de las elecciones presidenciales de EEUU, al menos, el segundo emisor mundial sí participará de ese proceso.