“Con mi hijo pequeño descubrí la cantidad de elementos de distracción que podía haber entre el dormitorio y el baño”. El hijo de Fulgencio se distraía con facilidad y le costaba mucho mantener la atención en cualquier tarea. No era simplemente algo despistado, “había algo que no iba bien”, reconoce su padre. A los siete años de edad, y “un poco por casualidad”, se le diagnosticó lo que se conoce como trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), una condición que, según algunos estudios, podría afectar a entre el 3 y el 7% de la población infantil.
Hace ya más de 10 años que Fulgencio Madrid decidió que era necesario hacer algo “para que este tipo de diagnósticos no dependieran de la suerte” y hoy, este doctor en Derecho preside la Federación Española de Asociaciones de Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad (FEAADAH), responsable de la organización de la VIII semana europea del TDAH que se celebró en octubre.
El TDAH es un trastorno cuyos síntomas incluyen dificultad para concentrarse y prestar atención, dificultad para controlar la conducta e hiperactividad. Los primeros síntomas de esta condición fueron descritos en un artículo científico de la revista The Lancet en el año 1902. Desde entonces se han realizado muchos estudios y algunos de ellos vinculan los síntomas con una disfunción de ciertas áreas del cerebro. Sin embargo, no todos los especialistas comparten esta visión y, más un siglo después de la publicación del aquel estudio, la clasificación de estos síntomas sigue siendo objeto de controversia científica.
Enfermedad o problema de conducta
“Todos estamos de acuerdo en la existencia de unos síntomas, lo que ponemos en duda es que se identifiquen esas conductas con una enfermedad”, explica Fernando González, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y el Adolescente. Para este psiquiatra del servicio de salud del País Vasco, “el origen de este síndrome se debe a un conjunto de factores diversos” y considera que “no hay datos concluyentes” que indiquen que el TDAH tenga “un origen neurológico”.
Las dos principales referencias que utilizan los especialistas en psiquiatría son el Manual de Diagnóstico y estadístico de los trastornos Mentales de la Asociación de Psiquiatría Americana, llamado DSM, y la Clasificación Internacional de las Enfermedades y Trastornos relacionados con la Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud, llamado CIE. La última versión del DSM sí reconoce explícitamente el TDAH como un trastorno del neurodesarrollo. Sin embargo, en el CIE, principal referencia en Europa y adoptado por el Ministerio de Sanidad español, el llamado trastorno hipercinético se sigue considerando un trastorno de conducta.
“Indudablemente es un trastorno del neurodesarrollo”, asegura a eldiario.es la doctora María Jesús Mardomingo, presidenta de honor de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y del Adolescente y pionera en crear una unidad de Psiquiatría infantil en España. Según Mardomingo, el TDAH es “uno de los trastornos psiquiátricos más investigados de la historia” y asegura que diversos estudios muestran que “hay una vulnerabilidad genética”, lo que hace que se de más en determinadas familias. Aún así, esta especialista explica que también hay factores del tipo ambiental y que ambos factores, los genéticos y los ambientales, “no van por separado, sino que se repercuten mutuamente”.
Dificultades en el diagnóstico
Precisamente el diagnóstico es otro de los puntos controvertidos del TDAH. Los principales manuales establecen una serie de criterios para poder establecer un diagnóstico preciso, que incluye un análisis exhaustivo del entorno del niño. Sin embargo, las primeras valoraciones se hacen a través de los testimonios de terceras personas, especialmente padres y profesores, lo que, según González, “cuestiona la fiabilidad diagnóstica de esos criterios”. Esto puede llevar, afirma este especialista, a que haya “muchos niños que son diagnosticados con TDAH en cuanto tienen algún tipo de problema”.
Pero no todas las pruebas diagnósticas que realizan se basan en la apreciación de los padres. Según el doctor Celso Arango, jefe de la Unidad de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón y director del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental, “a los niños también les hacemos pruebas objetivas para intentar detectar sus posibles problemas de atención, además de hacer una intervención psicosocial mediante la que se eliminen todas aquellas posibles causas que puedan estar generando esta circunstancia”.
Sin embargo, el doctor González asegura que “no todos los especialistas tienen la formación ni el tiempo necesario para establecer una relación con el niño y la familia lo suficientemente buena como para ver de qué se trata y entender los posibles orígenes de los problemas del niño”.
El doctor Arango coincide en señalar la falta de tiempo y de formación específica y recuerda que hasta hace poco la especialidad de psiquiatría infantil “ni si quiera existía en España y que los primeros especialistas formados no saldrán hasta 2019”. No fue hasta el año 2014 cuando por real decreto se estableció la psiquiatría infantil como especialidad autónoma e independiente de la psiquiatría general, circunstancia que ya existe en casi todos los países de la UE.
Según la doctora Mardomingo, los errores en el diagnóstico se pueden dar “igual que en cualquier otra área”, pero aclara que los síntomas se tienen que manifestar de una forma “intensa”, hasta el punto de que repercutan claramente en el desarrollo emocional del niño y afecte a su adaptación social y escolar. “Que un niño sea inquieto no quiere decir que tenga TDAH”, asegura esta especialista.
Las cuatro patas del tratamiento
Los especialistas realizan tratamientos que se basan en lo que se conoce como intervenciones multimodales, que se apoyan en cuatro puntos básicos. En primer lugar está el tratamiento farmacológico, que ayuda a reducir los síntomas en aquellos casos más acusados. Por otro lado está la intervención psicológica, con la que se enseñan al niño herramientas para aprender a controlar su conducta. La tercera pata del tratamiento es la psicoeducativa, que permite una mejor adaptación al entorno escolar. Y por último, la intervención familiar.
Según la doctora Mardomingo, “las medidas que hay que tomar en cada paciente dependen de la realidad personal de cada niño y su entorno”. Respecto al posible uso excesivo de medicación a la hora de tratar a los niños, Mardomingo puntualiza que “el tratamiento farmacológico asilado en medicina y en psiquiatría no existe” y que lo habitual es “suspender la medicación cada cierto tiempo (entre 3 y 6 meses) y comprobar cómo responden”.
El doctor Arango va un paso más allá y considera que “el objetivo es optar por una terapia integral en la que la medicación no sea siempre la primera opción y se dé solo en aquellos casos en los que hayan fallado las demás alternativas”. Una opinión que comparte el doctor González, quien considera que se debe poner más énfasis en la psicoterapia, dado que “la medicación es puramente sintomática y no resuelve los problemas de base”. Además, González alerta del “preocupante” aumento del consumo de fármacos, “que se ha multiplicado por 10 durante las últimas dos décadas”.
Pero más allá de las diferencias entre los especialistas, todos coinciden en afirmar que el tratamiento del TDAH, llámese enfermedad o problema de comportamiento, debe ser individualizado y que no se debe recurrir a la medicación por defecto. Para el presidente de la FEAADAH el debate es algo que se debe mantener en el ámbito científico y asegura que su principal interés es que se hagan diagnósticos y tratamientos precisos. “Como padre, que lo llamen trastorno hipercinético o TDAH me trae sin cuidado”.