Europa se recalienta más rápido que cualquier otro continente. En lo que va de 2022, ha soportado el segundo junio más caliente registrado con una temperatura media 1,6ºC por encima de la media, según el sistema de observación por satélite europeo Copernicus. Nada más comenzar la temporada de alto riesgo, se sucedieron los incendios forestales de “alta intensidad”. En España llovió la mitad de lo esperable. Italia ha decretado el estado de emergencia por la peor sequía en 70 años. El 3 de julio se derrumbó el glaciar alpino de la Marmolada.
“Los científicos sí esperábamos que ocurriera esto. Los investigadores lo han advertido desde hace 40 años, así que no nos pilla de nuevas. Lo llamativo es que los gobiernos y la población se sorprendan”, reflexiona Alejandra Morán del Centro de Investigaciones Ecológicas (CREAF).
La temperatura promedio anual en la superficie terrestre europea en la última década estuvo entre 1,94 y 2,01 ºC por encima de la época preindustrial, según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA). La directora adjunta de Servicio de Cambio Climático de Copernicus (C3S), Samantha Burguess, incluso elevó ese recalentamiento a 2,2ºC durante la conferencia climática de la ONU en Glasgow en noviembre de 2021. La cuenca mediterránea gana calor un 20% más rápido que el globo “y en lo meses de verano un 50% más”, añade Alejandra Morán, experta en esta región.
Si el análisis de la situación es preocupante, las perspectivas no son mejores. “En Europa, la frecuencia e intensidad de las temperaturas extremas, incluidas las olas cálidas marinas, ha crecido y va a seguir creciendo”, informa el Panel Científico de la ONU (IPCC). “Es previsible que las olas de calor similares a las que se han vivido este año se hagan más severas y habituales en los próximos años”, afirma el director del C3S, Carlo Buontempo. La Aemet avisa de que se avecina una nueva oleada inusualmente cálida.
Incendios de récord
La ola de calor adelantada que barrió España entre el 11 y el 18 de junio llevó aparejada una secuencia nefasta de incendios forestales. Ardieron en esos días más de 40.000 hectáreas. Francia y Alemania también tuvieron fuegos de “alta intensidad”.
El Centro Conjunto de Investigación (JRC) de la UE, a finales de marzo pasado, hacía notar que “los impactos del cambio climático se hacen más evidentes cada año: la sequía prolongada en el sur de Europa ha resultado en que se hayan producido numerosos incendios prematuros”.
El JRC evalúa que 2021 fue la segunda peor temporada de incendios en Europa desde 2000 –inicio del Sistema Europeo de Información de Incendios Forestales–. “Los daños de 2021 solo fueron superados por los de 2017”, ha concluido el Centro tras revisar los datos. “Incendios grandes y extremos afectaron a muchos países especialmente de la cuenca mediterránea”, dice.
Se registraron fuegos en 22 de los 27 países de la UE a los que se le unieron los países fuera de la Unión y la ribera sur mediterránea: “Se quemaron 1,1 millones de hectáreas”. La peor parte se la llevó Turquía, seguida de Italia. “Con un calentamiento de 2ºC o más se multiplican las condiciones propicias para el fuego”, recuerda el IPCC.
Glaciares derretidos
El 3 de julio un enorme bloque de hielo se desprendió del glaciar de la Marmolada en los Dolomitas italianos. La avalancha mató, al menos, a diez personas. Los hielos perpetuos en las montañas europeas desaparecen fundidos por el calor atrapado en la capa de gases de efecto invernadero: casi todos los glaciares de los Alpes han perdido aproximadamente la mitad de su volumen de hielo desde 1900. “Con una clara aceleración desde 1980”, atestigua la Agencia Europea del Medio Ambiente.
Y, a medida que se derriten, se hacen más inestables. Los Alpes europeos, en los que se incrustan los Dolomitas, es una de las regiones donde los glaciares han encogido más. De media han perdido más de 24 metros de espesor entre 1997 y 2017, según los datos del Servicio Mundial de Vigilancia Glaciar (WGMS).
Desde 1960, la alteración de la masa de los glaciares está estimada en una media de “23 metros de agua”. Esto quiere decir que se ha fundido el hielo equivalente a esa cantidad de líquido “teniendo en cuenta que el hielo es menos denso”, explica el Centro Copernicus. Para Europa, la pérdida de hielo varía de un mínimo de dos metros en Escandinavia a un máximo de 34 metros en los Alpes.
En España, los únicos glaciares que sobreviven están en los Pirineos y también se están quedando sin hielo. Entre 2011 y 2020 perdieron un 25% de su extensión. El mismo ritmo que en las décadas anteriores.
Se sabe el qué, pero no el porqué
El veredicto científico es claro: “Independientemente de los niveles futuros de calentamiento, las temperaturas en Europa subirán a un ritmo mayor que la media global”. Lo que todavía está por determinarse con claridad es por qué.
Los científicos intentan resolver este puzle. Una de las científicas del Cs3, Francesca Guglielmo, explica que “las causas se están investigando, pero el fenómeno no es del todo inesperado”. En el servicio climático del Instituto de Tecnología de Massachussets (MIT) apunan que “muchas tendencias locales aún no se comprenden bien”. “Los registros de temperatura nos dicen qué partes de la Tierra se recalientan a mayor velocidad, pero no la razón”, añaden.
Con todo, algunas respuestas hay. “El Mediterráneo es un mar casi cerrado, por lo que no dispone de las mismas corrientes que los océanos para cambiar el agua y absorber CO2”, apunta la investigadora del CREAF Alejandra Morán sobre la región en la que está inscrita España.
Guglielmo añade que, dos aspectos juegen un papel: por una lado un mayor calentamiento en la superficie terrestre que en el mar y la proximidad al Ártico“.
El Ártico presenta un calentamiento todavía más acelerado: multiplica por tres el general. Lo que barajan los investigadores es que, al derretirse el norte helado, el flujo de aire conocido como corriente de chorro, que regula el clima en el hemisferio norte, se ve afectado.
Al ritmo actual “para finales de siglo, el 75% de España va a tener un clima desértico o semidesértico”, explica Morán. “Todavía podemos hacer muchas cosas, aunque podrían haberse hecho mucho antes. Aún estamos a tiempo de parar la inercia del clima en el escenario menos malo”, remata la investigadora.