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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Las tormentas destruyen el suelo reseco y calcinado que no puede absorber el agua de golpe

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La tierra reseca y desnuda que se extiende con la sequía y los incendios de este verano es más vulnerable a las lluvias torrenciales, cada vez más frecuentes en España. Las tormentas degradan estos suelos, incapaces de absorber mucha agua de golpe.

El terreno árido, sobre todo en pendiente, corre un alto riesgo de erosionarse por el paso violento del agua. Un suelo muy seco –más si ha sido abrasado– pierde capacidad de tragar agua: se queda sin cubierta vegetal y se compacta, con lo que filtra menos. Además puede presentar repelencia al agua, como ha enseñado estos días un popular vídeo de la Universidad de Reading.

Las imágenes muestran cómo un suelo húmedo con hierba verde absorbe rápidamente el agua de un vaso invertido. Mientras, en un herbazal agostado, el agua no penetra.

“Es un fenómeno conocido como hidrofobicidad o repelencia del agua. Aunque en España y en todos lados, con la sequía los suelos se agrietan y por ahí permiten la infiltración”, matiza Albert Solé, geógrafo vinculado a la Estación de Zonas Áridas del CSIC. “Sí es cierto que con el calor, la vegetación genera compuestos hidrofóbicos que reducen la infiltración del agua. Es algo temporal, pero puede durar un tiempo”.

El meteorólogo que grabó el vídeo, Rob Thompson, explicó en la BBC que los terrenos “están potencialmente tan secos como el asfalto y pueden comportarse así cuando llega la lluvia”.

“Los incendios, además de eliminar la cubierta vegetal, pueden alterar las características de la superficie del suelo y generar hidrofobicidad, que es como plastificar el suelo”, explica José Navarro, catedrático de Ciencias Ambientales de la Universidad Miguel Hernández de Alicante.

Y prosigue: “Eso disminuye la capacidad de infiltración de agua que es una de las funciones claves del suelo, infiltrar y depurar las aguas. Se facilita la escorrentía, y por tanto, la erosión y arrastre del propio suelo, de los restos calcinados y finalmente, facilita procesos de desertificación”, remata este químico y miembro de la Sociedad Española de Ciencia del Suelo (SECS).

La repelencia es una propiedad mucho más extendida de lo que se creía” , resume para la SECS este trabajo de sendos grupos de investigación de las universidades Miguel Hernández y de Sevilla.

La erosión, la degradación del terreno por el paso de fuegos forestales, la sequía, la agricultura intensiva son agentes de la degradación del suelo, la desertificación, que avanza por España impulsada, además, por el cambio climático.

Y con la pérdida de suelo –“que es escaso”, recuerda José Navarro– se pierden funciones y servicios ecosistémicos. “Se desencadena una serie de sucesos degradativos que influirán en la reducción de la capacidad de almacenar agua y por tanto, puede influir en futuros escenarios de sequía”.

La falta de lluvias que encadenó España desde mayo “incrementa la vulnerabilidad del terreno ante posibles precipitaciones torrenciales”, aclara el catedrático. También afecta a la capa vegetal que se pierde sin humedad. Y un terreno filtra el agua más y mejor si tiene materia orgánica.

Esta aridez dificulta, aunque no elimina, la biodiversidad edáfica (la vida, sobre todo vegetal, en los suelos). Y esta biodiversidad “es la responsable de mantener la estructura del suelo junto con la materia orgánica. Si se degrada, se pierde capacidad de retención e infiltración de agua, se facilita la erosión que es extraordinaria cuando hay lluvias torrenciales”, prosigue el investigador.

En casi cualquier circunstancia, si las precipitaciones superan la capacidad de absorber agua, el líquido correrá hacia abajo, pero “en los años secos y con lluvias mal distribuidas (escasas e intensas a la vez) el terreno reduce su cubierta vegetal, con lo que se vuelve más vulnerable a la erosión”, como expone esta ponencia de profesores de la Escuela de Ingenierías Agrarias de la Universidad de Valladolid. Es decir: sin plantas, la lluvia fuerte que envía mucha agua va a discurrir por la superficie.

La cuestión es que España ha atravesado meses de precipitaciones escasas. Los ecosistemas se han ido resecando a medida que la lluvia no aparecía y el calor, inusualmente fuerte y persistente, los deshidrataba. Y la segunda parte del problema es que las precipitaciones se están convirtiendo en más escasas pero más violentas: hay menos jornadas húmedas y en los momentos en que las nubes descargan, lo hacen en mayores cantidades. Más violentamente.

Las riadas y las inundaciones

La Agencia Estatal de Meteorología ha detectado cambios en la manera que la lluvia cae en España (sobre todo en la península y Baleares). “Llueve menos días al año y lo hace con más intensidad”. Lo que muestran los datos es un aumento “en frecuencia e intensificación de las situaciones que provocan lluvias muy fuertes o torrenciales en el Mediterráneo español”, explica el análisis del delegado de la Aemet en Navarra, Peio Oria. El papel del cambio climático “es un tema central a investigar”.

En su trabajo, Oria detalla que de los 25 días con acumulaciones de lluvia muy altas para la serie histórica 1965-2020 (percentil 99,9), cinco se agolpan entre septiembre de 2019 y enero de 2020. También destaca el elevado número de eventos [extremos] en lo que va de siglo XXI y la década 2010-2020“, describe.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lo dice de manera simple: “Si la lluvia es poco intensa, habrá menos escorrentía y más infiltración. Si la lluvia es más intensa habrá más escorrentía”

Al final de este ciclo, la orografía y el urbanismo han confluido para que la escorrentía violenta tras precipitaciones fuertes produzca avenidas e inundaciones. En España los tramos de terreno que son especialmente vulnerables a las inundaciones suman 12.000 kilómetros, según la clasificación del Ministerio de Transición Ecológica. Además, la expansión urbanística con poco control ha colocado cerca de 50.000 construcciones sobre cauces y áreas de peligro.