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Belén Remacha

17 de abril de 2021 22:14 h

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El lunes 12 de abril de 2021, tres meses y medio después del primer pinchazo histórico a Araceli Hidalgo en Guadalajara, el 90,8% de los usuarios y trabajadores de residencias y centros institucionalizados de España estaban vacunados completamente frente a la COVID-19. En Madrid eran el 91,4%, 46.794 personas. Ese día, a la vez que ya estaba en marcha la campaña más masiva en vacunódromos como el Wizink Center y con la mayoría de la población mayor de 80 protegida, Cruz Roja completó con la segunda dosis de Pfizer a unas 60 usuarias que todavía faltaban en una residencia cerca del metro Colombia, en la capital. Eran 60 monjas, la mayoría ex sanitarias, y cerca de una decena de trabajadoras del Centro Nuestra Señora de los Ángeles.

“Esto es una liberación”, decía esa mañana María Fermina (también llamada Sor Pureza), de 86 años, dos en la residencia y muchos como enfermera en un centro psiquiátrico. Sentada en la sala de reuniones presidida por un retrato del papa Francisco y esperando su dosis, tiene muchas ganas de hablar y de “seguir conociendo cosas. Un poco de ambiente. No me voy a ir a parrandear ni nada, solo cosas que competen a mi edad y situación. Tengo ilusiones, pero no de grandes cosas”. El 6 de marzo de 2020 se cerraron las puertas de este centro, y desde entonces la reclusión las convirtió en virtuales monjas de clausura. “Hemos salido al jardín”, dice María Fermina. ¿Se les ha hecho larga la espera hasta la segunda dosis, viendo tantos centros por televisión ya vacunados? “Bueno, ya sabíamos que teníamos que esperar”, contesta con resignación. Esa es la sensación general entre todas: alegría, con prudencia. “Gracias que lo podemos contar”, resume en una frase Sor Magdalena. 

El responsable del equipo de cuatro profesionales de Cruz Roja que ha acudido, Álvaro Carmona, explica que lo que están haciendo mayoritariamente este mes son “vacunaciones de rescate”. Esto es: volver a centros en los que ha habido movimientos (ingresos, salidas, entradas) estos meses y en los que quedaba gente por vacunar, o en los que ha habido brotes de COVID recientes y no pudieron inmunizar a todos los ancianos porque no se recomienda en esa situación. Cada mañana desde finales de diciembre tienen un listado de centros que visitar. El tiempo en el que estén en cada uno depende de la situación de los usuarios (más movilidad, menos) y del número. Cruz Roja, con doce equipos similares, se encarga de parte de la vacunación en Madrid desde que Isabel Díaz Ayuso subcontrató el servicio; fue la primera comunidad en privatizarlo.

En el Centro Nuestra Señora de los Ángeles no se hace “vacunación de rescate”. El 6 de marzo de 2020 cerraron las puertas porque hubo un primer caso de COVID-19. Una hermana comenzó a tener síntomas, se confirmó la infección, y se extendió a ocho más, que estuvieron aisladas en una planta. Al contrario que en tantas residencias españolas, los lugares donde más ha golpeado la crisis sanitaria, nadie falleció, y desde entonces se han mantenido libres del virus. “Aquí tampoco es que vengan muchas visitas, pero antes sí que alguna, sobre todo de sus hermanos, que son mayores, de la misma edad más o menos que ellas. Desde marzo aquí no ha entrado nadie. Otros años sí que se las llevaban de vacaciones, el pasado verano no pudo ser y este esperamos que sí”, explica una de las responsables del centro, la hermana Inés López. “Esperaremos los 15 días reglamentarios tras la segunda dosis y luego esperamos que al menos aquí en casa nos podamos quitar la mascarilla”, añade, como preguntando al equipo de Cruz Roja si así está bien.

La primera dosis de Pfizer llegó al fin el 22 de marzo, después de unas gestiones de Inés López. En realidad, unos días antes habían comenzado a llamar una por una a las hermanas desde el centro de salud. A la primera, a Sor Ángela, una navarra que tiene 103 años y apenas habla pero sonríe mucho. “Empezaron a llamarnos del ambulatorio, de manera individual, nos consideraron población general por ser mayores de 80 años. Y yo dije que de ninguna manera. Si se tienen que vacunar 20, 30, 40, yéndose una por una, sin vehículo propio… imposible. Afortunadamente, las gestiones sirvieron y nos vacunan a todas a la vez”.

A dos trabajadoras del centro que no son monjas, Carmen y Toñi, sí que se les ha hecho algo más larga la espera. Les “asombraba” seguir pendientes mientras leían en prensa que se iba terminando con las residencias. “Me pareció raro por cómo era, gente tan mayor sin vacunar en un centro libre de COVID desde hace muchísimo tiempo. No por nosotras, sino por las hermanas. No queremos que vuelva el virus, porque si empiezas con una, quieras o no…”, comenta la primera. “Aquí se crea un vínculo muy especial”, cuentan sobre las usuarias, y no por la condición de religiosas de las mujeres. “No hay ninguna diferencia con otras residencias en las que hayamos trabajado. Nunca te preguntan si eres creyente o si no”.

Para los trabajadores de Cruz Roja, estos que llevamos de 2021 no han sido unos meses habituales. “Habíamos participado previamente en campañas de vacunación de la gripe, pero lógicamente ni a este volumen ni a este ritmo”, explica Carmona. Rosa, que se encarga de llevar el registro de inyecciones, describe estos meses como “una experiencia y un follón”. La intensidad del día depende de cuántas vacunas tengan en ese momento, pero mínimo siempre van a un centro y “el viernes estuvimos en cinco. No sé contar a cuántas personas hemos vacunado. Muchísimas. Nos hubiese gustado que fueran aun más”.

En el Centro Nuestra Señora de los Ángeles no han tenido “ningún problema”, pero es que no suelen. Se han encontrado en general con muy pocas negativas a vacunarse, que además se registran antes del momento del pinchazo. “Lo que nos preguntan sobre todo últimamente es si es AstraZeneca, por el ruido que está habiendo. Pero nosotros siempre estamos poniendo Pfizer, así que no aplica”, añade el compañero de Rosa, Carlos. Pero en todo caso, “hay muchas más dudas de trabajadores que de residentes. Algunas con muchísimo sentido, cosas básicas sobre efectos secundarios o sobre si pasa algo por haber pasado la COVID. Otras más extrañas, que si el microchip, que si les va a esterilizar…”.

“Pero las personas mayores están tan felices de vacunarse para recuperar su vida con sus familias que no tienen ningún inconveniente en que les pongamos lo que sea”, sigue Rosa. “Este trabajo es muy emocionante. Nos reciben como si fuésemos gente muy importante para ellos”. Su tocaya, vacunada esa mañana de mediados de abril, parece confirmar ese recibimiento con su resumen de la jornada: “Me lo han hecho con cariño y me va a resultar. A ver si esto se acaba de arreglar”.

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