Hace seis meses comenzó la vacunación contra la COVID-19 en España y en toda la Unión Europea (UE). Lo hizo antes de lo que algunos esperaban, gracias al desarrollo acelerado de las vacunas. Ya ha pasado medio año desde un comienzo torpe, con apenas 300.000 dosis (entonces solo de Pfizer/BioNTech) llegadas a la semana, mucha desigualdad entre comunidades (a algunas, pese a las previsiones, les pilló con mala planificación) y centrado solo en vacunar a los más urgentes, que eran los sanitarios, los grandes dependientes y los usuarios y trabajadores de las residencias de ancianos. Ahora, a principios de julio, llegamos a recibir en 7 días 6 millones de dosis procedentes de cuatro compañías, y más del 50% de españoles tiene una dosis. Por el camino ha habido tropezones y errores, pero los sanitarios y científicos coinciden en que la campaña ya se puede calificar de éxito. El Ministerio también ha celebrado esta semana el proceso que ellos coordinan pero que ejecutan las comunidades autónomas.
Para entender que se califique de éxito hay que poner los datos en contexto. Hace unos días, España igualó porcentualmente en cuanto a personas con una dosis a EEUU, país que comenzó antes la inmunización, y que lo hizo con más suministro que nosotros. Allí están teniendo problemas de reticencia vacunal que aquí no existen: el 83% de españoles quiere pincharse en cuanto pueda, o ya lo ha hecho. Hace además unos tres meses que en España casi el 100% de los mayores de 80 años tiene la pauta completa; la media de la UE sigue en el 80%. También tenemos proporcionalmente más gente con pauta completa (el 38%) que Alemania, Francia o Bélgica, entre otros países de nuestro entorno. En febrero, los cálculos indicaban que, si queríamos llegar al objetivo del 70% de la población cubierta en verano, las enfermeras y enfermeros tenían que poner 2 millones de inyecciones a la semana. A 2 de julio, ponen de media 3,7 millones a la semana. Por último –y lo más importante–, para entender que se califique de éxito hay que fijarse en los efectos: la cuarta ola de casos de coronavirus no produjo una ola de muertes porque las vacunas estaban funcionando.
La campaña ofrece un buen balance por ahora, pero no ha concluido. Hay que llegar a ese 70% de inmunidad de grupo marcado por la UE antes de que termine agosto; completar al grupo de 60 a 69 años, que por edad aún es de riesgo pero que por los plazos de su vacuna de referencia (AstraZeneca/Oxford) tiene en su mayoría aún solo una dosis; y alcanzar a los jóvenes, que no tienen prácticamente protección y ahora mismo concentran los contagios.
Los únicos no sorprendidos con los números son los sanitarios y personas implicadas en la gestión. Todos repetían, el invierno pasado, que lo que necesitaban eran dosis, porque el sistema, con gran capilaridad debido a los centros de Atención Primaria, tenía capacidad para llegar a los objetivos marcados. Lo demuestran con cada campaña de la gripe: este otoño también pusieron 10 millones de vacunas contra ese otro virus en apenas dos meses. Uno de esos sanitarios y gestores es Amós García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología, coordinador en Canarias de la campaña, y firmante en la estrategia nacional. “La campaña ha superado las expectativas considerablemente”, defiende. Y destaca: “Ha sido y está siendo la campaña más compleja de nuestra historia. En la vida se ha hecho esto: vacunar a casi la totalidad de la población con vacunas diferentes a las que habíamos tenido hasta ahora –baja temperatura, envase multidosis...– y con un dispositivo que obligaba a salir del ámbito sanitario. Ha sido muy complicado”.
García Rojas enumera los motivos por los que se enfrentaban a un reto inédito. En primer lugar, “antes de la llegada de la vacuna, casi el 50% de los ciudadanos era reticente a vacunarse. Ha habido que trabajar mucho en comunicación”. En segundo, “la disponibilidad del producto. Ha habido momentos espantosos, no nos han llegado las vacunas en las cantidades previstas ni contratadas”. Especialmente ha ocurrido con AstraZeneca y Janssen/Johnson&Johnson, que han enviado mucho menos de lo contratado por problemas en sus fábricas, pero también Pfizer y Moderna incumplieron a veces en los primeros meses de 2021. En tercero, sigue García Rojas, se ha hecho “con profesionales extremadamente agotados en medio de una pandemia”. En resumen: “Llegar a los porcentajes que hemos llegado te indica algo importantísimo: que el sistema funciona. Y que los sanitarios hacen un ejercicio brillante de responsabilidad”.
Los puntos flacos
Incoherencia en la comunicación, desigualdades entre comunidades, incumplimiento de compañías
José Antonio Forcada, presidente de la Asociación Enfermería y Vacunas, que también es parte de la estrategia nacional, está de acuerdo en que se han superado las expectativas. Pero “si hubiesen llegado todas las vacunas comprometidas, estaríamos ahora mismo incluso por encima de los datos actuales”. También apunta que las desigualdades entre comunidades se han limado algo, pero no se limitaron a enero sino que persisten. Madrid es la que porcentualmente menos ha puesto: el 84,2% de las dosis recibidas. Asturias, la que más; supera el 97,7%. “Sigue habiendo problemas de planificación y de gestión y por eso algunas autonomías, como Madrid, van más lentas”, apunta Forcada.
En todo caso, para Forcada lo peor han sido las “incoherencias” en cuanto a limitaciones de edad, sobre todo con AstraZeneca. Primero, por los datos disponibles, se adjudicó solo a menores de 60 años; luego, con más evidencia pero de manera muy cuestionada, solo a mayores de 60 años, recomendando a los menores que la tenían ponerse Pfizer de segunda dosis. Pero también con Janssen: “De manera general, solo se pone a mayores de 40 años, pero luego vacunan con ella a la Selección de fútbol, donde hay chicos de 17 años. Esas cosas hacen mella”. También está siendo un error grave, en su opinión, que siga sin completarse el grupo de 60 a 69 años, por mantenerse la pauta entre dosis de AstraZeneca en 12 semanas. Podría haberse decidido que se adelantara, ya que 12 semanas se considera lo ideal pero el fabricante permite que se acorte. “Va muy lenta y está retrasando, debería ser la prioridad una vez que vieron que con dos dosis había más protección para la variante Delta”. Otras críticas esta primavera han consistido en que entre los grupos con patologías de riesgo priorizados se ha incluido a muy pocos pacientes en riesgo, apenas 365.000, pese a las peticiones de muchas asociaciones.
La campaña ha tenido distintas fases. Todos los sanitarios consideraban que la parte “fácil” era la primera, en residencias, sanitarios y grandes dependientes en sus casas, porque era una población localizada y entre la que hay gran aceptación; todos tenían muchas ganas de vacunarse. La segunda, a partir de marzo, iba a ser más difícil, porque ya incluía a una población más móvil, con menos miedo a la enfermedad, y a la que se obligaba a desplazarse al centro de salud o a centros de vacunación masiva; pero esta parte también ha coincidido con el aumento de la llegada de viales. “Cada grupo ha sido distinto”, dice María José García, portavoz del sindicato de enfermería SATSE, “la primera, mucho más concentrada y fácil de localizar. No implicaba nada más que acudir. Esta segunda parte ha sido más problemática, pero también ha ido a distinta velocidad por la llegada de vacunas. La autocita también ha ayudado a que la gente falle menos. Sí apelamos ahora a la responsabilidad: si no se puede acudir, no se puede dejar el hueco, es mejor avisar y nadie se va a quedar sin vacuna, se le cambiará el turno”.