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Los restos del dictador Francisco Franco salen del Valle de los Caídos cuatro décadas después
CRÓNICA
A la entrada del Valle de los Caídos del día uno después de Franco aguardaba una decena de cámaras de televisión a la caza de testimonios. Iba a ser la primera misa sin los restos del dictador, mudados ya a Mingorrubio. Acabaron sobreexplotados dos moteros (los ya célebres Rubén y Cristina) y un señor que viajaba en un coche gris, porque el resto de los ocupantes de los vehículos también éramos periodistas.
Al acabar la carretera que discurre entre el bosque, que también mandó plantar Franco para acompañar con árboles su monumento de celebración de la “gran cruzada”, se apareció la basílica. Tan húmeda, fría, gris y amenazante como antes del jueves. Todo sigue siendo franquista, imponente, colosal y decadente, aunque en el lugar haya comenzado la resignificación a golpe de radial y polea funeraria. Aunque no haya habido un proyecto de resignificación fino, se le ha quitado al Valle cierto peso de encima, especialmente a los familiares de los muertos, que ya no tienen que pensar que el represor descansa en un altar sobre los huesos de sus antepasados.
Nada es exactamente lo mismo desde el jueves, aunque todo es exactamente igual. La gran explanada de cemento ya no es la explanada desapacible donde paseaba Franco, sino el pavimento donde rodó por última vez en coche fúnebre, tras salir a hombros de sus nietos en un ataúd atado con cinchas fluorescentes escondidas y una tabla improvisada antiderrumbe. Las escaleras mordisqueadas por el tiempo que subieron tantas veces los franquistas no son solo peldaños, sino el lugar desde donde vigilaron los representantes del Estado que la momia de Franco salía para siempre el día 24 de octubre.
Dentro de la iglesia, excavada en la roca y con humedades visibles que amenazan con engullir todo el monumento, el brillo nuevo de catorce losas negras revelaba el principio de la nueva historia, dónde ya no está enterrado un dictador. El suelo es casi igual, pero ahora se ve un sambori o figura de tetris que cubre lo que antes fue lápida y decía “Francisco Franco”. Ahora no se dice nada. Una cinta para que nadie pise lo cementado y unos ladrillos relucientes como signo de un tiempo nuevo mientras alrededor todo sigue igual: los monaguillos, las sotanas, la simbología fascista, los muertos en fosas, el “ora pro nobis”.
En los primeros bancos se concentraron una veintena de católicos verdaderos, que saben cuándo levantarse, sentarse y santiguarse. El resto, otros 40, eran advenedizos, turistas o periodistas vigilados de vez en cuando por el personal civil de la iglesia, que quería evitar a toda costa fotos y vídeos.
El prior Cantera, a quien el Gobierno alertó la semana pasada de que sería detenido por desobediencia si boicoteaba la exhumación, apareció tras su derrota con la casulla como una estrella de rock. Se acercaron varios fans a darle las gracias. Entre ellos un señor muy católico que luego comentó con su vecino de banco que él apoyaba mucho al prior.
-“Es un reducto, es el camino para la Iglesia”.
-“No solo por ahora, sino para cuando vengan tiempos peores”, respondió el vecino.
Tiempos peores que sacar a un dictador con el mandato del Congreso de los Diputados y el permiso del Supremo, se entiende.
Cantera, falangista de origen y más franquista de corazón desde que Sánchez anunció la exhumación, abrió la misa hisopeando la iglesia en 360 grados, como señal de “desagravio” después que la basílica fuera clausurada por los “profanadores”, como reprochó la nieta del dictador a la ministra de Justicia. “Se ha hecho un uso de la basílica ajeno a sus fines”, explicaban más tarde fuentes de la abadía, donde viven dos decenas de monjes y una decena de niños cantores a cargo de los Presupuestos Generales del Estado. Se refieren a la exhumación del jueves, ya que allí no hubo misa, sino una operación funeraria contra la voluntad de la orden benedictina que ocupa el Valle por orden de Franco.
Cantera no hizo en esta ocasión homilía por los “caídos por España” como en otras ocasiones. Se limitó a una misa estándar, con sus lecturas, comunión y pasada de 'cepillo'. Solo el rezo de una plegaria a dios para que “alejes las insidias de este lugar sagrado” podía hacer pensar que el prior tenía en mente a alguien mientras rezaba por los “santos y mártires” enterrados bajo sus pies. Concretamente 33.000 seres humanos, de los cuales 12.000 fueron amontonados en fosas comunes por los propios monjes y allí siguen aguantando el peso del tiempo pese a las sentencias judiciales favorables.
Al acabar la misa se informó de que ya se podía ir a ver lo que habían venido a ver la mayoría de los presentes: la tumba que alojó el cuerpo de Franco.
-“Profanadores”, dijo un hombre muy disgustado por lo bajini ante las baldosas neonatas, entre decenas de visitantes.
No eran muchos. El martes de la reapertura solo había dos autobuses de turistas en el parking del monumento franquista, en el municipio de El Escorial y a 60 kilómetros de Madrid. Sabían que acababan de exhumar a Franco. Del resto del lugar sabían poco o nada.
-“Es el lugar de reconciliación de la guerra civil, ¿no?”, dice una mujer con acento extranjero.
Sin carteles explicativos es difícil pedir más a los visitantes, que intentaban hacer fotos a las losas nuevas, como los periodistas, mientras el personal de Patrimonio trataba de impedirlo con poco éxito. Un hombre ensayó una minúscula rebelión:
-“¡Pues la haré igual, en cuanto no mires!”.
Tantas ganas había de fotografiar la no tumba que acabó presentándose allí una pareja de la guardia civil, pero la cuerda protectora y el granito negro ya estaban, para entonces, inmortalizados en decenas de móviles furtivos.
Algunos niños cantores, que viven con los monjes y estudian en la escolanía, pasaron también al lado de las baldosas y miraron de reojo, pero después de una misa gregoriana cantada en latín y castellano de una hora estaban con otras cosas en la cabeza y se marcharon charlando.
-“Oiga, ¿ya no se pueden poner flores, verdad?”, preguntó una periodista a una guardiana del templo.
-“No” (dudoso).
Acto seguido, se pudieron ver rosas rojas y amarillas sobre la tumba de nadie. Un hombre de mediana edad y gran altura sostenía lo que podría ser el tallo del delito aún entre las manos, mientras daba un 'speech' acalorado sobre el dineral que se ganaron los trabajadores del Valle. En un momento dado amenazó con “comerse” a la periodista que le acababa de sacar una foto si la publicaba, tal era el hambre que tenía de dictadura.
La mayoría de turistas y fieles desalojaron el templo en quince minutos, aunque quedaron algunos en la capilla lateral donde está la sacristía, adonde fueron para rezar un poco más. En la puerta de esta pequeña sala, otro homenaje en letra dorada al franquismo: “Caídos por Dios y por España 1936-39”.
En ese cuarto destacaba la presencia del abad Anselmo, predecesor del prior Cantera, sin ganas de hablar y mucho menos de dar titulares: solo señaló sobre los periodistas que “todo esto ha sido una marabunta”, pero ahora manda Cantera y no hay más que decir, porque Cantera ya lo ha dicho todo en alto, aunque en esta misa ha decidido no decir mucho. Acto seguido, el señor de la primera fila muy católico le reiteraba al abad: “Estamos con ustedes continuamente”. Para más tarde minimizar la exhumación: “Es lo de menos, y lo de las flores es lo de menos, es simplemente el principio de que quieren acabar con nosotros”. Mientras, el señor de las rosas recorría la abadía para ver dónde dejaba más pétalos, si en las hornacinas, en el suelo, o encima de un mueble.
A la salida de la primera misa sin Franco llovía, y el Valle seguía siendo un lugar construido por un dictador para honrar a su bando. Seguía siendo la mayor fosa común de España y continuaba alojando a una orden benedictina anclada en los privilegios de un decreto de 1957. Estaba todo igual de siniestro pero faltaba una cosa: el cuerpo del artífice de la dictadura. En realidad era todo igual que antes del jueves. Pero catorce baldosas lo convirtieron en algo distinto.
Los restos del dictador Francisco Franco salen del Valle de los Caídos cuatro décadas después