Durante años sufrió en silencio, buscando respuestas, intentando sobrevivir. Mientras tanto, su agresor disfrutaba de su destino como formador del seminario de Astorga y párroco. Un líder en su comunidad. A finales de los 80 F.J.L sufrió abusos durante meses por parte de José Manuel Ramos Gordon, en el seminario de La Bañeza. Unos abusos que el sacerdote, ahora jubilado tras un ‘castigo ejemplar’ de un año que no llegó a cumplir, repitió en otros lugares, con otros chicos, que también callaron. Pero F.J.L jamás perdió la memoria.
Hasta que, después de la publicación del ‘caso Romanones’ (la mayor trama de abusos a menores en la Iglesia española, cerrada en falso por la Justicia y culminada la pasada semana con la vuelta a sus funciones de los tres sacerdotes suspendidos ‘a divinis’ por Roma), F.J.L consiguió hacer llegar al Papa Francisco su historia. Bergoglio ordenó al obispo de Astorga, Juan Antonio Menéndez, reabrir la investigación. Se trató del primer caso de abusos a menores en la Iglesia española que fue reabierto, gracias a la tenacidad de esta víctima. Las otras víctimas de abusos también denunciaron y se creó un pequeño grupo que, quién sabe, quizá sea el germen de la primera asociación de víctimas de la pederastia clerical en nuestro país.
Apenas varias decenas de casos han llegado a los juzgados, apenas una docena de sacerdotes han sido condenados por pederastia en España. Sin embargo, a juzgar por las voces que empiezan a surgir, todo parece indicar la existencia de una ‘conspiración de silencio’ para lavar los trapos sucios en casa. Granada, Gaztelueta, Astorga, Córdoba, Vigo… parecen ser sólo la punta del iceberg.
Tres años después de hacer públicos los abusos sufridos, F.J.L sigue mostrando las “cicatrices para toda la vida” de los abusos de Ramos Gordon. Y lo hace “engañado” por los responsables de la diócesis, que aducen que su caso, una vez juzgado, ya no puede ser reabierto. Ahora le niegan a una indemnización que, asegura, le ofrecieron en un principio y que ascendía a 300.000 euros. ¿Compensación a lo padecido o un nuevo pacto de silencio? “Me comunicaron actuaciones que iban a llevarse a cabo y que no se llegaron a hacer, como abrir un proceso contra aquellos que supieron y no actuaron, o un procedimiento de reparación que tampoco se realizó”, recuerda.
¿Qué ocurrió en La Bañeza? “Corrompieron continuadamente de la manera más ruin y sucia nuestra infancia, aprovechándose de unos niños que no entendían y que callaban por miedo, satisfaciendo así los instintos más bajos y rastreros de un cura depravado que abusaba de nosotros por las noches y que muy poco le importaba verte roto de dolor. Te acostabas e intentabas dormir a la espera de que no te tocase a ti esa noche. Jamás se me irá de la mente el asco y la repugnancia que sentía cuando él abandonaba el dormitorio”. Pese a que denunció los abusos a otros tutores, Ramos Gordon continuó dando clase e, incluso, durante el proceso canónico, siguió teniendo acceso a menores. “Eso sí que me parece imperdonable”, explica.
Como el resto de víctimas que han logrado asomarse desde las puertas de su infierno y denunciar, F.J.L asegura que lo hizo por sí mismo, pero, sobre todo, “para evitar que nuevas víctimas cayeran en manos de este depredador”. Una lección para aquellos que se empeñan en ver motivaciones espurias en las víctimas de abusos. Tras la implicación personal del Papa en el caso de Granada, fueron muchas las víctimas que atisbaron la esperanza de que, al fin, la Iglesia –y la Justicia civil, en aquellos casos en los que los delitos no hubieran prescrito–, les atendiera.
“Voy a seguir haciendo todo lo que esté en mi mano. No estoy solo, la unión hace la fuerza, sé que esto no va a terminar aquí. Esto solo ha sido un paso, sé que saldrán a la luz más casos de pederastia y alguien tendrá que hacer algo al respecto”, admite F.J.L, quien no obstante teme que la institución –que durante cinco años tuvo oculto su protocolo de actuación ante los abusos sexuales a menores, y que todavía hoy no ha designado a una persona de enlace entre las víctimas y la Iglesia– no dote de personal suficiente a los organismos eclesiales para que se puedan investigar todos los casos.
Sólo en Roma, cada año llegan unos 3.000, que se agolpan en cajas en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe. La reforma de la Curia del Papa Francisco, que pretendía dotar de un personal propio a la Comisión Antiabusos creada por Bergoglio, avanza demasiado lenta. Y muchas víctimas no aguantan el silencio.
F.J.L lo superó, y luchó por conseguir que su historia, la de todas las víctimas de abusos, fuera escuchada. La Iglesia española, que está comenzando a reaccionar, todavía tiene mucho camino por recorrer. Y mucho por reconocer en su particular ‘Memoria histórica’.