“Las probabilidad es tan alta que una mujer tiene que asumir que si todavía no ha sido violada, probablemente lo será en el futuro. Y que si ya la han violado, puede volver a ocurrir. El fantasma de la violación es indisociable a la condición de mujer”. Este fragmento de Violación Nueva York de Jana Leo en el que la autora relata su violación me sirvió para saber que no estoy sola, que muchas callamos, que llevamos al ámbito privado un problema global.
Sufrí abusos sexuales por parte de un padrastro y me violaron unos desconocidos. Todo ocurrió en un periodo de tiempo de dos años. Dos puñetazos en todo el estómago que han condicionado mi forma de ser y de moverme en el mundo. Nunca denuncié, y solo hace unas semanas, diez años después, me he atrevido a contárselo a mi pareja.
Los abusos de la pareja de mi madre consistieron en tocamientos por las noches mientras él se masturbaba. Tocaba mi culo y mis pechos, y yo, que creo haberme despertado todas las noches que lo hizo, me hacía la dormida. Los abusos se extendieron durante algo más de un año y medio y también llegaron a mi hermana, menor que yo, que dormía en mi mismo cuarto.
No sé si ella fue consciente en algún momento, su sueño siempre ha sido infinitamente más profundo que el mío. La cuestión es que ninguna de las dos lo hemos denunciado nunca. Tampoco lo hemos hablado entre nosotras.
No fue mi única experiencia de abusos, aunque sí la que más arrastro a día de hoy por las consecuencias en mis relaciones familiares. Supongo que el hecho de que, de alguna manera siga vinculado a mi vida, es el padre de mi hermano menor, ha ahondado el trauma. También el vínculo de esa experiencia con mi hermana. Era la hermana con la que menos me llevo y con la que más relación tenía. A día de hoy nos limitamos a felicitarnos los cumpleaños. Nunca le he dicho que la admiro y que la quiero. También ha afectado a la relación con mi madre, con mi hermano. Me alejé inevitablemente de ellos y a veces me siento una extraña en esa que fue mi casa.
Sobre la violación apenas tengo un recuerdo claro de lo que sucedió. Por eso, quizás siento, también en estos momentos en que escribo, que es imposible que nadie me crea, que nadie va a darle ninguna credibilidad a mi relato. Quizás por eso también es de lo que más me cuesta hablar.
Una noche, en una discoteca, un chico se me acercó para charlar. Apenas recuerdo nada más entre ese instante y el siguiente en el que me vi tumbada en una cama mientras él y otros dos o tres se turnaban para penetrarme. A día de hoy, ni siquiera les pongo cara. Solo recuerdo que no podía moverme, que apenas me salían las palabras, que no quería estar ahí.
En aquel momento no supe ponerle nombre a lo que me había sucedido. Me sentía responsable. No me resistí lo suficiente, me decía. Algo debí hacer mal para llegar a esa situación, ¿qué otra cosa podía ser? Solo con el tiempo, indagando, descubrí que la violación después de que te droguen es una práctica extendida.
Me alejé de mi familia. De mis amigos. Dejé la universidad. Intenté suicidarme. Dos cajas de sedantes, que hoy sé que tenían una concentración muy pequeña de lo que sea que te mata. La que era mi compañera de piso me salvó, aunque para ella fue muy traumático y nunca más hemos vuelto a hablar después de aquello.
Pesadillas y falta de confianza
Soy una persona con muchos problemas. Muy frágil, pero a la vez muy fuerte. Fui capaz de salir de la espiral de depresión en la que caí. La manera es ponerse metas, y que éstas sean lo suficientemente importantes como para encerrar el trauma en lo más profundo de tus sentimientos. Conseguí acabar la carrera con la segunda mejor nota de la clase y durante ese tiempo no pensé en lo que había pasado. La consecuencia evidente de aquello es mi manera de relacionarme con las personas desde entonces. Te encierras en un mundo en el que eso pasa a ser un mal sueño, pero a la vez impide cualquier tipo de conexión profunda con otra persona. Cuando estrechas relaciones y un “¿cómo estás?” de alguien al que empiezas a querer como amigo o como pareja resulta desgarrador. Y es imposible confiar en nadie.
A día de hoy, vuelvo a estar en tratamiento psicológico y psiquiátrico. Diez años después, cuando he conseguido tener una profesión que me gusta y vivir de ella, el mundo se ha vuelto a desmoronar. Nunca superé lo que ocurrió, lo guardé en un cajón que se entreabría de vez en cuando. Las metas, los sueños por ser alguien mejor consiguieron contenerlo. Pero una vez eso se consigue, vuelve para recordarte que no basta para que se aleje.
Nunca lo había verbalizado hasta ahora y, cuando empiezo, el nudo en la garganta seguido de unas lágrimas incontrolables son la reacción física a ese dolor.
Tengo, por ejemplo, una pesadilla recurrente que consiste en que mi madre llega con su expareja y me dicen que han vuelto. Acto seguido pierdo los papeles y le pego puñetazos en el pecho y lloro y le grito que me ha desgraciado la vida pero ninguno de los dos puede escucharme.
Nunca denuncié. Ni siquiera se me pasó ni un instante por la cabeza. Lo único que me pregunto en estos momentos es qué habría pasado si lo hubiera hecho. Y entonces entiendo que habría sido incapaz de afrontar la exposición pública que eso supone. La exposición que veo que tienen las valientes que se atreven a hacerlo.
Cuando vives algo así te conviertes en una superviviente. Hay días que me cuesta levantarme de la cama, otros que hasta me cuesta respirar. Nunca he conseguido confiar en alguien, ni siquiera confío en mi pareja, el hombre con el que vivo. Él lo tiene teorizado. Según dice, tiendo a tener reacciones alérgenas con las personas que me rodean y me quieren. Cuando tienes alergia a algo, realmente es una sobrerreacción de tu cuerpo a algo que considera que es es dañino para ti, aunque realmente no lo es.
Extrapolado a mi persona, cuando parece que la cosa va bien, que todo está correcto, me alejo bruscamente, busco excusas que me demuestren que las relaciones profundas son peligrosas para mí. Poner la venda antes de la herida es la expresión popular.
Era la pareja de mi madre, el padre de mi hermano. Cuando empezó a abusar de mí hacía nueve años que le conocía. Formaba parte de mi familia, convivía conmigo. Me había llevado a la playa, a la feria, al colegio.
Ni siquiera sé aún por qué estoy contando esto en este espacio. Supongo que me he animado en este contexto en el que las mujeres estamos diciendo basta y estamos denunciando lo que hasta ahora se había normalizado, lo que hasta ahora habíamos entendido que debíamos dejar en nuestra privacidad. Pero te afecta, te afecta a ese estar en el mundo. A lo mejor lo hago a la desesperada como terapia de choque para sanarme. No lo sé. En todo caso, creo que debemos empezar a pensar que si son tan pocas las que denuncian y es una decisión tan complicada, igual deberíamos dejar de dudar de las que son valientes y se atreven a exponerse al trauma de ser doblemente victimizadas.
Esta historia forma parte de la serie Rompiendo el Silencio, con la que eldiario.es quiere hablar de violencia y acoso sexual en todos los ámbitos a lo largo de 2018. Si quieres denunciar tu caso escríbenos al buzón seguro rompiendoelsilencio@eldiario.es.Rompiendo el Silencio
*Nombre ficticio