La isla de La Palma es un “enorme volcán en medio del océano”. Y una parte de ese volcán está activo: tres erupciones en 72 años. 1949, 1971 y 2021. Tan poco tiempo entre ellas como para abarcarse en una vida humana, tan efímera en la escala geológica que rige para los volcanes. Josefa Hernández, de 88 años, ha presenciado las tres: “Me parecían ya mucho dos como para ver otro más”, relata. Sin embargo, los palmeros no viven cotidianamente pensando que, bajo sus pies o su casas, la Tierra y el magma se mueven.
“Esto no es Hawaii ni Islandia donde tienen volcanes activos durante décadas, aquí no. Esto explota, va a estar dos semanas o un mes y para hasta dentro de otros tantos años. Una vez que pase se tiende a olvidar”, cuenta Diego, uno de los vecinos que entraron a la población de Todoque a rescatar enseres antes de la llegada de la lava. A pesar de pasar por esta experiencia afirma que los habitantes de la isla no viven pensando en que, en algún momento, el suelo sobre el que viven puede entrar en erupción.
Josefa opina que “uno no se acostumbra nunca. Eso no se piensa”. Ella lleva toda su vida dedicada a la agricultura. El domingo 19 de septiembre a las 15.12 estaba regando sus aguacates cuando le avisaron de que el nuevo volcán de La Palma había entrado en erupción. La primera la había vivido con 16 años. “Llegué a casa después de ir a la playa para celebrar la noche de San Juan el 24 de junio de 1949 y me dijeron que un volcán había estallado. En ese momento, ¿qué sabía yo lo que era un volcán ni nada?”. Las Islas Canarias son una de las regiones volcánicas activas del planeta y el hogar de dos millones de personas que han tenido que aprender a convivir con la posibilidad de ver erupcionar el terreno donde, inevitablemente, se asientan sus viviendas.
Diego reflexiona y apunta a algunas razones sobre esta forma de encarar esa situación: “Una cosa como esta nunca se vivió porque cuando estalló, por ejemplo, el San Juan, en 1949 ¿cuántas personas vivirían aquí? Destruyó cuatro casas. El trauma hoy es la cantidad de viviendas destruidas”. El director del Instituto Europeo de Psicología Positiva, Juan Nieto, analiza que esta manera de actuar “es un mecanismo psicológico normal porque, aunque todos estamos en riesgo y tenemos peligros acechando, nuestro cerebro los obvia, incluso si tiene altas probabilidades de ocurrir”. Y añade que “es lo mismo que cuando nos ponemos a conducir. Si calculas las probabilidades de tener un accidente, no podríamos vivir”.
Jorge Luis, que es natural de Todoque, corrobora este sentir: “Qué va. Al final no lo tenemos ni en cuenta porque de la penúltima a esta última han pasado cincuenta años. Paciencia y que lo único que se pierda sea dinero”.
El psicólogo analiza que “estamos muy aferrados a cosas materiales y en estos momentos se experimenta una crisis material, pero casas habrá en el futuro. Yo diría que, al final, va a ser más relevante el plano emocional, de arraigo”. En este sentido, durante muchas de las evacuaciones, al tener la oportunidad de entrar unos minutos en las viviendas para recuperar pertenencias, los palmeros han buscado sus cosas con valor sentimental más que económico. “El arraigo y los vínculos sentimentales son la supervivencia del ser humano en cuanto a individuos y especie. Después de tener asegurada la vida, lo más importante es ese vínculo”.
“A mí me encanta la isla”
“A mí me encanta la isla. Con erupciones y sin erupciones”, confirma Fulgencio, un albañil de 59 años que está trabajando mientras el volcán expulsa su lava, explosiona y le envía una nube de cenizas. “Si no trabajamos, no cobramos”, dice mientras barre el hollín de una de las plantas del edificio en cuya construcción participa. La vivienda se está levantando en la calle Pintor Cándido Camacho López, en Tazacorte, a la espalda de la colada en su lento rumbo al mar. De hecho, esa vía está en el acceso a los núcleos urbanos evacuados.
Fulgencio es murciano, pero vive en La Palma desde hace 33 años, como atestigua su acento palmero. Su casa está en la parte baja de Los Llanos de Aridane. “No tenemos en la cabeza que puede estallar un volcán. Como usted no piensa que en Madrid pueda caer un avión o un meteorito”, contesta. “Claro que nos afecta, es una desgracia muy grande para todos, pero en el día a día, no. Si lo pensáramos no podríamos vivir”.
También en los Llanos de Aridane, Mónica confirma: “Nadie tiene eso en la cabeza. La vida se hace como en cualquier otro sitio”, dice mientras trabaja en el centro de evacuados. “Somos conscientes de que vivimos en una isla volcánica, pero no hacemos los planteamientos en función de eso. Las personas que pasaron la erupción en el 71 pues ya se han olvidado y, al estar la isla muy dedicada a la agricultura y la ganadería, pues da cierta sensación de menos riesgo que si fuera una tierra mucho más urbanizada”.
Josefa habla sentada junto a la casa que su familia construyó hace casi un siglo en Fuencaliente. Cree que este volcán, que aún no tiene nombre, es ''el peor de todos los que ha visto'' por el daño que está provocando a las familias y a sus propiedades. Cuando estalló San Juan pensó que no vería ''otra cosa igual'', pero llegó el Teneguía en 1971.
Charo también está en el centro de desplazados y contesta que “en Granada no están pensando en que pueda producirse un terremoto”. Y luego tiene un reflexión de futuro: “En la zona donde estalló el volcán San Juan, ahora hay fincas de tierras muy fértiles. Lo que nos da muerte ahora dará vida luego”. Pero ese pensamiento es para el futuro. “Hoy estamos desolados porque la destrucción de casas de amigos, de viviendas de 200 años...eso pues está marcando la diferencia”.
Sobre la cuestión de estar en una zona volcánica, Juan Nieto cuenta que, psicológicamente, los individuos realizan un balance hasta hallar un equilibrio “entre vivir en un lugar como La Palma y la posibilidad de padecer una erupción. Pero en Madrid también hay que ponderar si compensa respirar un aire altamente contaminado o con los niveles de estrés que implica la ciudad, que son muy lesivos”. El psicólogo considera que “con seguridad, a nivel colectivo, la sociedad de La Palma va a reconstruirse en torno al volcán”.
El ciclo vital de Josefa resume un poco la experiencia: también vivió la erupción submarina que afectó a uno de sus territorios vecinos, El Hierro. En octubre de 2011 la población de la localidad de La Restinga, al sur de la isla, tuvo que ser evacuada. La actividad sísmica terminó en marzo del año siguiente después de seis meses. Este volcán fue el primero registrado bajo el mar en los últimos 500 años.