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La violencia de los incendios forestales convierte a 2021 en uno de los años más destructivos de la década

Raúl Rejón

28 de octubre de 2021 22:31 h

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Aunque tras el verano pasen un poco al olvido, la campaña de alto riesgo de incendios solo se dio por cerrada el 15 de octubre. Finalmente, la temporada ha sido tan virulenta como para que 2021 haya pasado en unos meses de los últimos a los primeros puestos de la década en cuanto a destrucción con 85.900 hectáreas. Era el séptimo curso el 18 de julio y ya es el cuarto. Estaba bastante por debajo de la media en hectáreas arrasadas y ahora la ha superado. Todo eso con un 25% menos de siniestros que el promedio.

Esa virulencia ha dejado su huella en los registros históricos. El incendio de Navalacruz (Ávila) de este verano ha sido el séptimo más destructivo del último cuarto de siglo con 21.300 hectáreas arrasadas. Además, en lo que va de curso, se ha abrasado más monte que en varios años completos como 2020, 2019, 2018, 2016, 2014 o 2013, según las estadísticas del Ministerio de Transición Ecológica.

El 18 de julio España parecía tener más o menos controlados los incendios forestales. Habían ardido poco más de 35.000 hectáreas de monte y estaba lejos de la media para esas alturas del año, que se situaba en las 44.400 hectáreas. Un 20% más.

El 24 de julio, la Junta de Castilla y León afirmaba durante la presentación de un helicóptero antincendios que sus servicios de extinción eran “de los más eficaces y eficientes” porque conseguían que el 74% de los incendios se quedaran en conatos (menos de una hectárea de extensión) por su rápida respuesta. El operativo “llega muy rápido”, decía el consejero de Medio Ambiente, Juan Carlos Suárez-Quiñonez. Luego llegó el incendio de Navalacruz (Ávila), que se llevó 21.300 hectáreas de monte. El peor registrado en esa comunidad autónoma en una zona que carece de parque de bomberos comarcal.

Para el 1 de agosto la cifra alcanzaba 40.200 hectáreas, según informaba el Ministerio de Transición Ecológica que subrayaba a su vez que se estaba por detrás del promedio decenal en superficie afectada y arbolado quemado.

Desde entonces, las llamas consumieron más terreno que todo el año junto: 45.700 hectáreas. Casi dos tercios los destruyeron el fuego en Ávila de mediados de agosto y el de Sierra Bermeja (Málaga) en septiembre.

La nueva realidad

El verano de 2021 ha exhibido así todas las nuevas características que definen el fenómeno de los incendios en el siglo XXI, condicionado por la crisis climática. Por un lado, aunque haya menos incendios e incluso la mayoría de los siniestros se atajen muy pronto (hasta un 66% del total no pasa de conato), la fuerza de los fuegos que no se extinguen en los primeros momentos es cada vez mayor.

Contribuye a este fenómeno la subida global de temperaturas del planeta por el efecto invernadero, que se deja notar en los ecosistemas forestales. Hay más calor y menos humedad, sobre todo en los países de la cuenca mediterránea. La vegetación, ya sea el sotobosque o los árboles, está más seca. Va a arder más si le llega una chispa.

A España le alcanzó una ola de calor continental el 11 de agosto. Las temperaturas extremas (con varios récords registrados) barrieron la Europa mediterránea de este a oeste, disparando el riesgo de incendio. Muchas semanas después, este octubre, la Junta de Andalucía aún ha debido extender el periodo de máximo peligro en sus montes hasta el 31 de octubre por “las altas temperaturas y las bajas precipitaciones acumuladas”.

A la crisis climática se le añade la multiplicación del urbanismo poco controlado en áreas de monte, que ha creado una mezcla urbano-forestal donde hay poca protección ante las llamas y las viviendas se incrustan entre el arbolado sin un perímetro de seguridad. En caso de incendio, la prioridad de Emergencias es poner a salvo las vidas humanas (mientras las llamas pueden seguir acumulando combustible).

La organización WWF define así este fenómeno: “Los medios de extinción se ven forzados a cambiar de estrategia: dejan de atacar el frente del incendio forestal para pasar a defender las propiedades. Primero van las personas, luego los bienes y, por último, el monte”.

Todo eso, traducido a 2021, significa que se han registrado menos incendios, pero no menos superficie quemada. Un peldaño más en la escalera de fuegos devastadores que llegan a superar esa capacidad de extinción a la que aluden las administraciones.

Hasta el 17 de octubre, en España se han declarado 20 grandes incendios forestales, aquellos que superan las 500 hectáreas, lo que está, también, por debajo del promedio decenal. Sin embargo solo esos fuegos han consumido el 55% de todo lo calcinado. Y dos de ellos bastaron para carbonizar un tercio del total.

Después del gran fuego de Navalacruz, en septiembre se declaró un incendio en la Sierra de Bermeja de Málaga que puso sobre la mesa el concepto de incendio de sexta generación que dibuja el nuevo panorama. Siniestros “con autonomía”, como “si tuvieran vida propia” o, incluso, “actuaran con inteligencia”, exponía el profesor de Análisis Geográfico de la Universidad Autónoma, Luis Galiana. Estas llamas consumieron más de 7.000 hectáreas de una zona que algunos intentaban que acabara dentro de un parque nacional.

Sierra Bermeja también enseñó al público lo que es un pirocúmulo, la nube que crea el inmenso calor de estos grandes incendios superintensos y que eleva elementos incandescentes, los transporta y los deja caer a distancia, lo que puede multiplicar los focos de fuego. Otro concepto al que la nueva situación climática obliga a acostumbrarse.

Ese incendio prendió el 8 de septiembre. Pudo dominarse el 14 de ese mes gracias a la llegada de un frente lluvioso tras considerarse “incontrolable”. Las autoridades han declarado “extinguido” ese incendio el 24 de octubre, 46 días después de iniciarse.