El curioso sistema que usan los cocos para llenar su interior de agua

Más de un náufrago ha salido adelante gracias a un coco verde. Con una simple sacudida y un corte limpio, se abre un mundo donde el agua no se busca bajo tierra ni se recoge del cielo: se cultiva dentro de un fruto. Ahí, resguardada por tres capas, se esconde una reserva líquida que ha alimentado tanto a turistas deshidratados como a exploradores sin recursos.
Su sabor no es lo importante. Lo asombroso es cómo llega allí, cómo un árbol consigue llenar una cavidad interna con agua que no viene del mar, ni de la lluvia, ni de ningún lugar evidente. Lo hace en silencio, mientras el coco madura colgado a varios metros del suelo.
Un sistema de tuberías vegetales
El responsable es el sistema vascular del cocotero, un entramado de tejidos que impulsa el agua absorbida por las raíces hasta la copa. Desde allí, una parte de ese líquido acaba en el interior del fruto. No es un capricho de la naturaleza ni un accidente botánico. Es un proceso estructurado en el que interviene el xilema, el tejido que transporta agua desde el suelo hasta cada rincón del árbol.
El líquido que llega al coco no es cualquier agua: es un filtrado natural cargado de minerales, azúcares, vitaminas y compuestos útiles tanto para el fruto como para quien lo bebe.

Antes de convertirse en un caparazón marrón lleno de pulpa blanca, el coco es una cápsula verde de entre seis y ocho meses de edad que puede albergar hasta un litro de agua. Esa cantidad empieza a disminuir cuando la carne del fruto se va formando, ya que el endospermo, primero gelatinoso y luego sólido, absorbe parte del líquido para desarrollarse. A medida que el coco madura, el contenido se reduce hasta quedar en cantidades mínimas. Por eso, los cocos jóvenes son los que se beben; los maduros, los que se rallan.
La estructura de este fruto no tiene desperdicio. El coco es una drupa, como el melocotón, con tres capas bien diferenciadas: el exocarpo verde, el mesocarpo fibroso y el endocarpo leñoso que protege la carne y el agua. Dentro del endocarpo, el líquido se mantiene aislado del exterior y se transforma en una fuente nutritiva para el embrión que está en formación. No es un depósito pasivo. La cavidad del coco funciona como un entorno cerrado donde el agua sirve para nutrir el desarrollo interno.
Cuando el entorno importa más de lo que parece
Lo curioso es que no todos los cocoteros producen la misma cantidad de agua. Las variedades altas generan más que las enanas, y el entorno también influye. Un suelo pobre o salino da frutos con menos líquido y de calidad inferior.
La lluvia tiene un efecto directo: cuanto más llueve, más agua puede circular hasta el fruto. En cambio, durante las sequías, la cantidad disminuye. Además, si el árbol está enfermo o en malas condiciones, los cocos son más pequeños y retienen menos.

Según el estudio publicado por O. Adoyo Gaston en el African Journal of Food Science, donde se analizaron distintas variedades cultivadas en la costa keniana, “el sistema radicular del cocotero alcanza profundidades de hasta cinco metros, lo que permite una absorción eficiente de nutrientes minerales presentes en el agua subterránea”. Este detalle explica por qué la calidad del agua de coco depende tanto del entorno como de la salud del árbol.
Para mantener esta producción natural, es esencial cuidar tanto los suelos como el agua subterránea. Las prácticas agrícolas sostenibles, como el uso de compost orgánico y el control de plagas mediante cultivos asociados, ayudan a conservar la fertilidad. También se está promoviendo el riego por goteo y el uso de acolchados para preservar la humedad. Son medidas básicas, pero fundamentales para que esa cápsula verde siga haciendo lo que hace: crear agua desde dentro.
Aunque el coco parezca un simple fruto tropical, su capacidad para generar agua desde sus raíces hasta el corazón del fruto lo convierte en un ejemplo de eficiencia biológica. Allí donde crece, no solo sirve como alimento o bebida: puede marcar la diferencia entre resistir o rendirse.
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