La capacidad de acumular poder que tienen las grandes tecnológicas es un problema global. Convierten a las personas en usuarios y sus derechos en términos de uso, mientras que para el resto de empresas sus ecosistemas terminan pareciéndose mucho a un monopolio en el que aceptas sus condiciones o sales de la red. Es un dilema al que enfrentan tanto Europa como EEUU y China. La tesitura en el caso del gigante asiático es tener su propio Silicon Valley para que compita con el americano o mantener la ascendencia del partido comunista sobre la población. El Partido Comunista de China ha decidido proteger su poder.
El drástico cambio de rumbo respecto a la política de laissez faire de los últimos años ha sido un torpedo para las aspiraciones de su propio sector. El Hang Seng, el índice tecnológico de la bolsa de Hong Kong, ha caído un 40% desde febrero tras una serie de movimientos del gobierno, que ha frenado a sus compañías e impedido que compitan de tú a tú con las de EEUU en los mercados internacionales. Las más afectadas han sido aquellas cuyo modelo de negocio podía alterar la escala de poder en la sociedad china.
“El debate es el mismo que tenemos en Europa, aunque se dé en un régimen autoritario. Si le quitas todo el barniz autocrático y de partido-Estado del gobierno chino, que es muy importante por supuesto, la cuestión de fondo es idéntica: hasta qué punto las grandes empresas tecnológicas pueden influir sobre la economía y la sociedad fuera del control del Estado, y lo que eso puede generar”, expone Mario Esteban, investigador principal de Asia-Pacífico del Real Instituto Elcano, en conversación con elDiario.es.
Mantener el control económico
Si se habla de control y poder, hay que hablar de dinero. Es paradigmático que todo empezara con Ant Group, una firma de tecnología financiera digital. La compañía gestiona el sistema de pago online más importante de China, pero es mucho más que eso. Gran parte de sus servicios se basan en los microcréditos, seguros y más de 6.000 productos de inversión que se pueden contratar desde su app en un instante y que se aprueban o deniegan sin intervención humana, gracias al gran número de datos financieros que acumula de cada usuario.
Es una empresa sin equivalente en la sociedad occidental que tiene pillada a buena parte de la sociedad china, sumando 1.000 millones de usuarios de un total de 1.300 millones de ciudadanos chinos. Su concepción fue idea del hombre más rico del país, el magnate del comercio electrónico Jack Ma. Ma es también el fundador de Alibaba, que actualmente es la séptima empresa más valiosa del mundo según el ranking de la consultora Kantar.
Ant Group había preparado su salida a la bolsa en Hong Kong y Shanghái para noviembre de 2020. Se preveía que fuera la mayor compra pública de la historia, por encima de la que protagonizó la petrolera saudí Aramco en 2019. Las estimaciones apuntaban que conseguiría unos 35.000 millones de dólares por el 11% de sus acciones. Dos días antes de su llegada a los parqués, las autoridades chinas frenaron toda la operación y llamaron al orden a Ma.
Poco antes de la salida a bolsa de Ant Group, Ma había afirmado que el sistema bancario chino se ha quedado obsoleto y era demasiado dependiente de las instituciones centrales. Es decir, del Partido Comunista. La consecuencia es que casi un año después Ant Group aún no ha tocado los parqués y todo indica que no lo hará hasta que se reformule como una de esas empresas tradicionales dependientes de los reguladores que Ma abogó por dejar atrás.
“Es el ejemplo más claro de la política de refuerzo del Partido Comunista de China frente a otros actores influyentes, sobre todo del sector tecnológico, que ha llevado a cabo presidente Xi Jinping. Y eso que Jack Ma siempre ha tenido muy buena relación con el partido”, explica a elDiario.es Esteban, del Real Instituto Elcano.
Lo que al principio parecía una actuación excepcional con una empresa estratégica, se ha demostrado más tarde como el primer movimiento de una nueva política de estado dirigida a mantener estas empresas bajo control. En abril de 2021 esa estrategia continuó con una multa histórica contra Alibaba por monopolio, de 2.800 millones de euros. En mayo abrió una investigación por prácticas abusivas contra toda la plana mayor tecnológica china, como Tencent (videojuegos y entretenimiento), Baidu (el Google chino) o ByteDance (propietaria de TikTok). En julio llegó uno de los golpes más duros con la prohibición de descargar DiDi, el Uber chino, desde las tiendas de apps del país.
La caída en desgracia de DiDi también resuena a medida ejemplarizante. Las autoridades chinas aseguraron que se debió a que la app de transporte violaba la protección de datos. No obstante el veto llegó justo después de que la empresa se saltará la recomendación del Partido Comunista de no cotizar en ninguna bolsa que no fuera la doméstica. Una semana después del debut de DiDi en Wall Street se produjo el veto. El valor de la empresa, que también opera en varios países sudamericanos, se ha hundido cerca de un 50%.
La “prosperidad común”
China no quiere que sus multinacionales tecnológicas dependan financieramente del exterior y así se lo ha hecho saber (DiDi, la más castigada, ya había recibido inversiones muy importantes de Apple y Uber). Son medidas de seguridad nacional parecidos a los vetos de Trump contra las tecnológicas chinas. Pero las acciones del gigante asiático también tienen una carga de profundidad dirigida a defender el papel del régimen ante sus ciudadanos, algo que se ha dejado ver en su intervención en el sector de las apps educativas.
El sector de la educación privada digital ha sido muy boyante en China en los últimos años. La formación que puede proporcionar el Estado es muy desigual en función de la región, por lo que muchas familias invierten en un refuerzo que llega vía app. Hay multitud de ellas, especializadas en todas las materias. Las suscripciones pueden llegar a ser cuantiosas, como los 1.000 euros al año que vale VipKid, una app que ha llegado a conectar a 70.000 profesores norteamericanos para que enseñen inglés a niños chinos.
El régimen se ha dado cuenta de que esto es un peligro. No puede construir una narrativa que defiende la meritocracia y la igualdad de oportunidades si la sociedad es cada vez más desigual
“El régimen se ha dado cuenta de que esto es un peligro, un problema de fondo, de largo plazo. No puede construir una narrativa que defiende la meritocracia y la igualdad de oportunidades si resulta que la sociedad es cada vez más desigual”, explica a elDiario.es Claudio Feijoo, codirector del campus Sino-Hispánico de la Universidad de Tongji (Shangái). “El caso de la educación es muy claro porque se montan clubs en los que las personas que tienen más dinero pueden pagar mejores aplicaciones, con profesores nativos de EEUU. Tienen más oportunidades”.
Según un informe de FastData, las apps educativas llegaron a tener 200 millones de usuarios en China. Controlar el sector es una de las medidas que Xi Jinping ha encuadrado dentro de la “prosperidad común” en la que también encuadra las actuaciones contra las grandes tecnológicas. No obstante, detrás de esta política también hay un componente de seguridad nacional, puesto que el régimen también considera una amenaza la exposición de los menores a la influencia extranjera a través de estas aplicaciones.
Preparados para “tiempos duros”
Una tercera pata de este cambio de rumbo y en la que también China ha ido más lejos que Europa o EEUU ha sido la regulación de los videojuegos. Aunque todavía no lo ha impuesto, el régimen ha anunciado que establecerá un límite para los menores de edad de de tres horas semanales de juegos online, que los medios oficiales chinos definen como “opio espiritual” y droga electrónica“. El resultado fue el mismo, con las compañías del sector, con mucho peso a nivel internacional, desplomándose en bolsa.
“La narrativa china ya ha puesto en marcha un concepto del comunismo de Mao que es 'la lucha del pueblo'. Ellos piensan que para poder sobrevivir a la confrontación que viene con EEUU, que prevén que será muy dura porque en algún momento los americanos pondrán toda la carne en el asador y serán muy agresivos”, detalla Feijo, también autor del ensayo El gran sueño de China. Tecno-Socialismo y capitalismo de estado (Tecnos). “Por eso uno de los elementos clave para ellos es estar preparados; que la sociedad, sobre todo la gente joven, esté dispuesta a esa lucha. No quieren gente acomodaticia”.
El experto explica que las medidas contra la “droga electrónica” de los videojuegos van en la misma línea que la lucha del gobierno contra una corriente conformista que se está extendiendo en la sociedad china. “Hay una tendencia nihilista que se resume con una expresión que se puede traducir como es todo tan complicado que yo paso, me tiro al suelo, me quedo tumbado. Hay una parte de la población que se está viendo sobrepasada por la competitividad extrema y que ha empezado a conformarse con sobrevivir. Esto al régimen no le gusta”, continúa.
“El Gobierno chino piensa que el consumismo en el que se ha criado la nueva generación china es un problema. En el fondo es otra de sus contradicciones, porque no quieren gente acomodaticia, pero tampoco les gusta que sea levantisca y que critique al sistema”, concluye.