ANÁLISIS

Los “ganadores” de la vuelta de los talibanes: China, Pakistán y Rusia aumentarán su influencia

Andrew Roth / Hannah Ellis-Petersen / Vincent Ni

Moscú / Nueva Delhi / Londres —
17 de agosto de 2021 22:42 h

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La precipitada y poco ordenada marcha de las tropas estadounidenses de Afganistán, junto con el regreso de los talibán tras veinte años fuera del poder, va a aumentar de manera sustancial la influencia que las potencias regionales tienen sobre Kabul.

Con distintos niveles de entusiasmo, Rusia, China y Pakistán están creando las condiciones para una transición suave buscando puntos de contacto con las autoridades talibán. Pero también temen que el regreso talibán vuelva a transformar a Afganistán en un nido de grupos terroristas extranjeros que pueda llevar a cabo atentados en sus propios países.

Imran Khan, primer ministro de Pakistán (país que durante mucho tiempo ha sido acusado de ayudar a los talibanes afganos), dijo que los talibanes habían “roto las cadenas de la esclavitud mental en Afganistán”. “Los talibanes han liberado a su país de las superpotencias”, dijo también el líder de un importante partido político religioso. 

China está dispuesta a desarrollar “relaciones de buena vecindad, amistad y cooperación con Afganistán”, según dijo una portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores del país. También recordó la promesa talibán que aseguraba que Afganistán no se convertirá en un escenario de “actos perjudiciales para China”.

Moscú, cuya política exterior gira en gran parte en torno a la lucha contra el terrorismo internacional, reaccionó al regreso talibán con una fría dosis de realpolitik. “Si comparamos la capacidad de negociación de los compañeros y los socios, hace tiempo que entendí que los talibanes son mucho más capaces de llegar a acuerdos que el gobierno títere de Kabul”, dijo este lunes Zamir Kabulov, enviado presidencial ruso a Afganistán, en la televisión estatal.

Pakistán

De todos los vecinos, Pakistán parece el más entusiasta en su bienvenida al Gobierno talibán. La esperanza pakistaní es que el Gobierno talibán le dé más influencia y ventajas en Kabul y así convertirse en un fuerte aliado en la región, alineado con sus valores islámicos.

Khan tiene motivos personales y políticos para alegrarse por la caída del Gobierno afgano. No fue el único en su país en considerar como un triunfo la victoria talibán. También la celebraron públicamente clérigos influyentes y altos cargos de la jerarquía militar pakistaní. Siraj ul Haq, jefe del partido islamista pakistaní Jamaat-e-Islami, lo mencionó en un discurso como una “victoria histórica sobre una superpotencia” que crearía “un gobierno islámico ejemplar en Afganistán”.

Pakistán tiene una larga y porosa frontera con Afganistán. Durante años ha sido un santuario para los líderes talibanes y sus familias y es donde los combatientes suelen recibir entrenamiento y atención médica.

Pakistán niega haber proporcionado ayuda militar a los talibanes afganos y sostiene que en las negociaciones de Doha abogó por la paz. Pero muchos creen que su principal prioridad ha sido mantener de su lado a los talibán. Lo que muchos temen es que el resurgir talibán envalentone a los ya poderosos grupos islamistas radicales de Pakistán y haga al país más vulnerable al yihadismo.

“Los pakistaníes no saben lo que les está por llegar”, escribió en Twitter la abogada y escritora pakistaní Ayesha Ijaz Khan.

Rusia

Rusia lleva tiempo criticando la intervención de Estados Unidos en Afganistán, por lo que el Kremlin ha recibido la noticia del espectacular fracaso de Washington con mucha satisfacción.

Hace más de tres décadas, la Unión Soviética evacuaba a sus últimos tanques en Afganistán por el Puente de la Amistad, dirección a Uzbekistán. Esta semana fueron los señores de la guerra afganos y sus milicianos, aliados de Estados Unidos, los que se veían obligados a huir por el mismo puente. 

Para Vladimir Putin, el antiterrorismo ha sido una piedra angular de su política exterior, llegando a compararlo con la lucha contra el nazismo. En Siria y en Libia, la justificación de Rusia para apoyar a líderes autoritarios es su utilidad para frenar al aumento del radicalismo y del caos.

En Afganistán, sin embargo, el cálculo es otro y lo que está en juego es una realpolitik más cerebral. Rusia ha calificado a los talibanes de grupo terrorista pero parece dispuesta a abrir contactos con ellos mientras pueda garantizar la seguridad de sus propios diplomáticos y evitar que los militantes lancen ataques contra Uzbekistán y Tayikistán, sus aliados en Asia Central.

Zamir Kabulov, enviado presidencial ruso a Afganistán, llegó a plantear la posibilidad de que Rusia reconociera al Gobierno talibán “en función del comportamiento de las nuevas autoridades”, un gran premio para los talibanes que también significaría que Moscú se ve como un posible intermediario tras la retirada de las naciones occidentales.

Por ahora, los rusos no han hecho ningún movimiento. Las fuerzas talibán han “asegurado la protección del perímetro exterior de la embajada rusa”, dijo este lunes Kabulov. 

El embajador en Afganistán, Dmitry Zhirnov, dijo que a Rusia le habían prometido que “no caerá ni un pelo [de las cabezas] de los diplomáticos rusos”. También, que se habían programado nuevas conversaciones para este martes. 

En caso de que fracasen las negociaciones, Moscú también se está preparando para una mayor inestabilidad en la región. En el último mes, ha hecho maniobras con Uzbekistán y Tayikistán, además de ejercicios militares con China para “demostrar la determinación y la capacidad de Rusia y de China para luchar contra el terrorismo”. Hacerlo justo cuando los talibán se precipitaban hacia la victoria no fue casualidad.

China

China había mostrado su incomodidad con la intervención militar de Estados Unidos en Afganistán, pero su “irresponsable” retirada también le ha parecido digna de crítica.

Según Andrew Small, del centro de estudios estadounidense German Marshall Fund, en los últimos años Pekín había empezado a considerar como un mal menor la presencia continuada de Estados Unidos en Afganistán. “Pero a juzgar por la reunión del mes pasado entre los talibanes y el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, Pekín parece haber estado bien preparada, quizá incluso mejor que los propios Estados Unidos”, dijo.

El lunes, las agencias de propaganda chinas aprovecharon la oportunidad para desacreditar la política exterior de Estados Unidos, pero Pekín está siguiendo una línea de extremada prudencia en su política hacia el nuevo régimen talibán. China entiende que la cuestión afgana es un atolladero donde ya se estrellaron grandes potencias como Reino Unido, la Unión Soviética, y Estados Unidos. 

Los medios estatales chinos califican a Afganistán de “cementerio de imperios” y Pekín no quiere terminar mezclada en el “Gran Juego” del centro del continente euroasiático.

Es un enfoque que demuestra el habitual pragmatismo de China. “Lo que China podría hacer es participar en la reconstrucción durante la posguerra y proporcionar inversiones para ayudar al desarrollo futuro del país”, publicó el domingo el periódico chino en inglés The Global Times citando a un veterano experto del gobierno chino.

La portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Hua Chunying, dijo que Pekín recibía con satisfacción la promesa de los talibán de no tolerar “que ninguna fuerza utilice el territorio afgano para realizar actos perjudiciales para China y su deseo de que China se involucre más en el proceso de paz, reconstrucción y desarrollo económico de Afganistán”.

Pekín lleva muchos años preocupada por su región uigur, en Xinjiang (extremo occidental del país), y ha exigido a los talibanes que se abstengan de acoger a grupos uigures en su territorio. Según Small, ese “fue el principal motivo por el que Pekín se reunió con el mulá Mohammed Omar en el año 2000, y seguirá encabezando la lista de preocupaciones de China tras la toma de posesión de los talibán el domingo”.