No, no se trata de la serie de animación de Matt Groening, pero si alguien se ha preguntado alguna vez de dónde le viene el nombre a este exitoso producto televisivo, la respuesta está en una exposición del año 1939. Como parte de la Exposición Universal de Nueva York (1939-1940) una exhibición llamada Futurama se propuso mostrar cómo sería la vida pasadas dos décadas. El pasado 30 de abril se cumplieron 75 años de su inauguración.
Se diseñó un escenario en el que había carreteras de 14 carriles, llenas de miles de coches que evitarían chocarse mediante un sistema de radiocontrol. Los rascacielos tendrían 400 metros de altura y un helipuerto en la parte superior, mientras que en las zonas urbanas los peatones caminarían por vías levantadas encima de las calles por donde circularían los coches. En el campo tendría lugar una revolución científica, los cultivos estarían protegidos mediante productos químicos de las plagas y la polinización se impulsaría artificialmente.
Todo esto se imaginaba en 1939, en la cúspide del progreso científico que se venía desarrollando desde el siglo XIX. Las exposiciones universales habían surgido como un reflejo del optimismo por la ingeniería y los avances técnicos, con el objetivo de mostrar y asombrar al público con las últimas invenciones. La de Nueva York de 1939-1940 es la primera que no se recrea en los logros ya conseguidos sino que se aventura a prever cómo será el futuro. El lema de la exposición fue Construyendo el mundo de mañana.
Ente todas las exhibiciones dentro de la Expo de Nueva York la que más atrajo la atención del público fue Futurama. Se trataba de una gran maqueta que se veía como una especie de diorama descomunal, donde los espectadores recorrían el campo y la ciudad de 1960 como si lo hicieran desde un avión. Los 3.300 metros cuadrados de maqueta, llenados con medio millón de edificios, un millón de árboles de 13 especies diferentes y 50.000 coches en miniatura, se montaron en el pabellón de General Motors. El artífice de la obra fue el diseñador industrial Norman Bel Geddes.
‘Bienvenido al mundo de mañana’
“Welcome to the world of tomorrow” es la primera frase que se pronuncia en la serie de televisión Futurama y es un guiño al lema de la exhibición de 1939, pese a que en la traducción al castellano se cambie el ‘mañana’ por un ‘futuro’ más adaptable. De la misma manera que Fry ve su nuevo mundo a través del cristal, la maqueta animada que creó Norman Bel Geddes mostraba las maravillas del futuro dentro de 20 años.
Las ciudades aparecían rediseñadas por completo, con cambios en la arquitectura, rascacielos por doquier y peatones caminando a una altura por encima de la circulación de los coches. Las áreas industriales, comerciales y residenciales estaban separadas para mayor eficiencia y comodidad. Abundaban los parques grandes en medio de las urbes y los rascacielos de más de 400 metros de altura tenían un lugar para que helicópteros y otros vehículos con autogiro aterrizaran en su tejado.
Bel Geddes previó que el movimiento de personas y bienes era imprescindible para la vida moderna y la prosperidad. Asimismo concibió el coche como el medio de transporte masivo en el futuro, algo asombroso en un tiempo en el que poca gente contaba con un vehículo y prácticamente no existían las autopistas. En consecuencia diseñó un sistema de autopistas que comunicaría todo Estados Unidos soportando velocidades de más de 160 km/h.
También imaginó la construcción de un enorme número de viviendas cómodas para los trabajadores, que cada vez contarían con más tiempo libre, motivo por el que proliferarían los parques de atracciones. Por otro lado, plantas hidroeléctricas con presas darían electricidad a cientos de kilómetros a la redonda. En Futurama los avances técnicos y científicos modifican radicalmente las prácticas agrarias. Los cultivos están protegidos artificialmente de insectos y todo tipo de enfermedades, la polinización se impulsa de forma artificial para aumentar la productividad y la fruta se cultiva en invernaderos individuales.
Un vislumbre de modernidad antes del desastre
Lo que vendía Futurama era simple y llanamente modernidad, el entusiasmo más apasionado por el progreso y cómo éste dibujaría el futuro. Todavía la situación era dura en Estados Unidos, con la población asomando apenas la cabeza tras la Gran Depresión, y la exposición suponía mirar al futuro con un enfoque esperanzador. Era una promesa de una vida mejor, auspiciada por la ciencia y los avances técnicos. Se formaban largas colas de hasta cuatro horas para entrar en la exhibición. Según el semanario Bussiness Week, 30.000 personas acudían diariamente.
La Expo de Nueva York estuvo abierta desde 1939 hasta 1940, cuando el desastre de la Segunda Guerra Mundial ya había estallado en Europa. Al abrir sus puertas, la Expo de Nueva York y Futurama desprendían un ideal sofisticado, animoso, pero cuando terminó, pese a que Estados Unidos aún no había entrado en la guerra, el escenario era más bien sombrío. Los detalles a los que antes se había restado importancia ahora tomaban sentido en toda su envergadura. Alemania no acudió a la exposición universal, mientras que la Unión Soviética abandonó su pabellón antes de que concluyera el evento. Por entonces países como Francia, Polonia o Bélgica habían sido sometidos por el Ejército alemán.
Los sueños que se cumplieron y los que no
Futurama tuvo el sabor de la ciencia ficción atado a una propuesta creíble. Este cóctel contribuyó al asombro de los visitantes y posteriormente su estética latió en el cine y en la publicidad de las próximas décadas. Bel Geddes acertó en algunas prospecciones, erró en otras y se quedó corto en otras tantas. Mientras que los helipuertos y las grandes autopistas existen hoy día, su sistema en los coches para evitar accidentes mediante radiocontrol va en la línea de la experimentación con los vehículos autónomos, con sus comunicaciones V2V (vehicle to vehicle).
El diseñador industrial prevé con antelación los problemas de tráfico que se generarían en el futuro y en Futurama propone sus soluciones. Entre estas medidas están separar la circulación de vehículos de las zonas de peatones o controlar el tráfico para establecer velocidades mínimas y máximas según corresponda. En la exhibición también había lo que a todas luces parecen excentricidades que han quedado anticuadas, como un aeropuerto circular con un hangar giratorio, que puede orientarse en la dirección del viento.
Pronto todos los aviones serían lo suficientemente potentes como para no necesitar el viento a su favor en las maniobras de despegue y aterrizaje. Este patinazo anecdótico recuerda al argumento de la novela El túnel, del alemán Bernhard Kellermann, donde se confrontan el optimismo entusiasta por el progreso inmediato con el pragmatismo que ofrece el paso del tiempo.
Imágenes: Oldcarbrochures.com, FastCompany, Wikipedia