Meredith Whittaker, presidenta de Signal: “La encriptación es una profunda amenaza para el poder”
Meredith Whittaker practica lo que predica. Como presidenta de la Fundación Signal, es una de las voces más reconocidas en su defensa de la privacidad para todos. Pero no se limita a proferir palabras vacías.
En 2018, irrumpió en la escena pública como una de las organizadoras de los paros y protestas en Google, movilizando a 20.000 empleados del gigante de las búsquedas online en una protesta doble, contra el apoyo de la empresa a la vigilancia estatal y la gestión de la compañía de los casos de acoso sexual.
Incluso ahora, después de media década en el ojo público, con discursos en el Congreso, cátedras universitarias y puestos de asesoramiento en agencias federales a sus espaldas, Whittaker sigue firme en su preocupación por la privacidad.
No es raro que los empresarios desvíen cortésmente la respuesta cuando, para elaborar el CV que suele acompañar este tipo de estas entrevistas, se les pregunta por su salario. Algo menos habitual es que se nieguen en redondo a hablar sobre su edad y su familia. “Como defensora de la privacidad, Whittaker no responde a preguntas personales que puedan servir para deducir sus contraseñas o ‘respuestas secretas’ para su autenticación bancaria”, explica un empleado tras la entrevista. “¡Ella anima a los demás a seguir su ejemplo!”.
Cuando dejó Google, Whittaker compartió internamente un memo en el que dejaba claro que se comprometía a trabajar en la implementación ética de la inteligencia artificial y a organizar una “industria tecnológica responsable”. El texto decía: “Está claro que Google no es un lugar donde pueda continuar con este trabajo”. Esa claridad, y la negativa a comprometer sus ideales, han dado lugar a Signal.
La Fundación Signal, creada en 2017 con 50 millones de dólares de financiación aportados por el cofundador de WhatsApp, Brian Acton, busca “proteger la libre expresión y permitir una comunicación global segura a través de la tecnología de privacidad de código abierto”.
En 2018, la Fundación tomó el mando del desarrollo de su propia app de mensajería, también llamada Signal, y Whittaker se incorporó en el novísimo cargo de presidenta en 2022. Llegó justo a tiempo para empezar a defender Signal, y el sistema de cifrado en general, frente a una oleada de ataques provenientes de Estados nación y empresas de todo el mundo.
Legislaciones como la británica Ley de Seguridad en Línea (OSA) y el reglamento de la UE sobre abuso sexual infantil contenían lenguaje que podía ser utilizado para prohibir o descifrar comunicaciones privadas, mientras que las propuestas de Meta de activar el cifrado de extremo a extremo para Facebook e Instagram provocaron una feroz reacción de políticos como Priti Patel, por entonces ministra de Interior del Reino Unido, que calificó los planes de “catastróficos”.
Esos ataques no son nada nuevo, dice Whittaker cuando nos reunimos en las oficinas del Observer. “Podemos remontarnos a 1976, cuando [Whitfield] Diffie y [Martin] Hellman intentaban publicar el artículo que introdujo la criptografía de llave pública, que es la técnica que nos permite tener una comunicación encriptada a través de internet. Los servicios de inteligencia intentaron impedirlo.
“A lo largo de los 80, existió un profundo malestar por la idea de que la NSA [Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos] y el GCHQ [el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno, uno de los tres servicios de inteligencia de Reino Unido] perdieran el monopolio de la encriptación, y en los 90, esta acaba controlada bajo tratados de armas: son las ‘guerras criptográficas’. No se podía enviar un código por correo a alguien en Europa; porque hubiera sido considerado exportación de municiones”.
Pero el enorme impulso comercial de Internet obligó a suavizar las restricciones, al menos hasta cierto punto. “Se empezó a permitir la encriptación de las transacciones y las grandes empresas pudieron elegir exactamente qué encriptar. Al mismo tiempo, la administración Clinton respaldó el monitoreo de publicidad digital como modelo de negocios, por lo que existían incentivos para recopilar datos sobre los usuarios con el fin de aumentar las ventas”.
Según Whittaker, la vigilancia ha sido una “enfermedad” desde los inicios de Internet, y la encriptación es “una profunda amenaza para el tipo de poder que se constituye a través de estas asimetrías de información”. Por eso, no cree que la lucha vaya a terminar pronto. “No creo que estos argumentos sean de buena fe. Hay una tensión más profunda aquí, porque en 20 años de desarrollo de esta industria tecnológica metastásica, hemos visto cómo cada aspecto de nuestras vidas se ha convertido en objeto de vigilancia masiva, perpetrada por un puñado de empresas que se han asociado con el Gobierno de Estados Unidos y otras agencias de los países pertenecientes a la alianza ‘Cinco Ojos’ para recopilar más datos sobre nosotros de los que jamás ha tenido acceso ninguna entidad en la historia de la humanidad.
“Así que si no seguimos protegiendo estos pequeños resquicios de privacidad y, en última instancia, ampliándolos -tenemos que dar algunos codazos para conseguir un poco más de espacio aquí-, creo que nos aguarda un futuro mucho más sombrío del que ya tenemos, a menos de que consigamos mantenernos firmes y ampliar el espacio para la privacidad y la libre comunicación”.
Las críticas a las comunicaciones cifradas son tan antiguas como la tecnología en sí: permitir que cualquiera hable sin que el Estado pueda intervenir en sus conversaciones es una bendición para delincuentes, terroristas y pedófilos de todo el mundo.
Pero Whittaker sostiene que son pocos los críticos de Signal que parecen ser coherentes en sus preocupaciones. “Si realmente nos preocupásemos por ayudar a los niños, ¿por qué las escuelas de Reino Unido se están cayendo a pedazos? ¿Por qué se otorgó a los servicios sociales sólo el 7% del financiamiento sugerido para poder dotar de todos los recursos a los organismos que trabajan por detener los abusos?”.
A veces las críticas son más inesperadas. Recientemente, Signal se vio arrastrada a las guerras culturales de Estados Unidos después de una fallida campaña de difamación desplegada por la derecha para deponer a Katherine Maher, la nueva directora ejecutiva de la National Public Radio, el servicio de radiodifusión pública de Estados Unidos. La campaña se extendió a Signal, donde Maher integra el consejo de administración. Elon Musk se involucró, promoviendo en la red social X teorías conspirativas que sostienen que la aplicación Signal —que él mismo alguna vez había promocionado— tiene “vulnerabilidades conocidas”.
Las acusaciones fueron “un arma en una guerra de propaganda para difundir desinformación”, dice Whittaker. “Vemos líneas similares de desinformación, que a menudo parecen diseñadas para alejar a la gente de Signal, vinculadas a las escaladas en el conflicto de Ucrania. Creemos que estas campañas están diseñadas para ahuyentar a la gente de Signal hacia alternativas menos seguras, que pueden ser más susceptibles de hackeo e interceptación”.
La misma tecnología que suscita las críticas de la fundación la ha hecho popular entre gobiernos y militares de todo el mundo que necesitan proteger sus propias conversaciones de las miradas indiscretas de hackers estatales y otros.
Whittaker ve esto como una nivelación: Signal es para todos.
“Signal funciona para todos o no funciona para nadie. Todos los ejércitos del mundo usan Signal, todos los políticos que conozco usan Signal. Todos los directores ejecutivos que conozco usan Signal, porque cualquiera que tenga algo realmente confidencial que comunicar reconoce que almacenarlo en una base de datos Meta o en un servidor de Google no es una buena práctica”.
La visión de Whittaker es singular y no admite distracciones. A pesar de su interés por la IA, no se atreve a combinarla con Signal y se muestra crítica con aplicaciones como WhatsApp, de Meta, que han introducido funciones basadas en IA.
“Estoy muy orgullosa de que no tengamos una estrategia con IA. Tendríamos que mirarnos a la cara y preguntarnos: ¿de dónde proceden los datos para entrenar los modelos, cuál es el origen de los datos de entrada? ¿Cómo daríamos forma una estrategia de IA, dado que toda nuestra atención se centra en preservar la privacidad y no vigilar a la gente?”.
Sea lo que sea lo que depare el futuro en términos de tecnología y actitudes políticas hacia la privacidad, Whittaker se mantiene firme en que sus principios son una cuestión existencial.
“Mantendremos la misma línea. Preferiríamos cerrar antes que socavar o dar marcha atrás en las garantías de privacidad que ofrecemos a la gente”.
Traducción de Julián Cnochaert.
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