Vivimos malos tiempos para viajar. La pandemia ha puesto patas arriba nuestra noción de movilidad. Desde el confinamiento domiciliario hasta los cierres perimetrales. Del “no toques eso que te puedes infectar” al “no podéis comer más de cuatro personas en el interior”. Hemos pasado por muchos estados y la mayoría de ellos están vinculados a las restricciones.
Aún así, hay quien ha seguido viajando. Por trabajo y con documentos legales. O por necesidad de ver a los suyos y saltándose las restricciones. También hay quién habrá viajado usando drogas (legales y prescritas o de las otras). Yo no he hecho ninguna de las dos cosas. Tengo dos niñas pequeñas, un trabajo que me encanta pero es precario y un cuerpo de casi 40 años que me envía señales al poco de someterlo a alguna anomalía diciéndome: “eh, controla, que si no mañana…”.
Es por todo esto que la aparición de noticias vinculadas a una App que dice generar viajes psicodélicos me parecía prometedor. El problema es que, entre el lógico escepticismo periodístico y los prejuicios de estar ante una magnífica campaña de marketing, abordé la experiencia pensando que no iba a funcionar. Además, ese día había llevado el coche al taller de su concesionario para un arreglo y me tuvieron esperando mucho más tiempo de lo pactado.
“Es un baile de sensaciones”, “había como fractales”, “realmente se siente como accediendo a otra dimensión”, “perder la sensación de control sobre tu cuerpo”, “de repente accedes a todo el sinsentido que hay en tu cabeza”. Son testimonios de usuarios del prototipo de esta App que se llama Lumenate. Fundada por dos ingenieros británicos (Tom Galea y Jay Conlon) el proyecto intentó financiarse a través de Kickstarter y no lo logró porque su campaña coincidió con el inicio de la pandemia.
El funcionamiento de la Lumenate es el siguiente: hay que encontrar un lugar oscuro y tranquilo en el que vayamos a probarla. Estar cómodos y tener cascos para poder escuchar las instrucciones (en inglés de momento) o la música. Cerrar los ojos y situar el móvil al revés de su posición habitual para que la linterna apunte hacia nuestra cara, a unos 15-20 centímetros de distancia. La versión gratuita ofrece distintos tipos de viajes inmersivos, la mayoría de ellos relacionados con la meditación, el autoconocimiento o la exploración de nuestros deseos acerca de un futuro transformador.
En la web defienden la ciencia detrás del proyecto: “Aunque analizamos varias formas de meditación, respiración, tecnología de sueños lúcidos, privación sensorial e hipnagogia, un método en los márgenes de la investigación científica produjo efectos subjetivos mucho más allá que los demás. Este método fue el de la inducción sensorial”. De hecho, el concepto en que se basa la Lumenate no es nuevo.
Tal y como documenta el periodista David Hillier, “Se dice que el profeta Nostradamus recibió sus visiones mientras miraba al sol, mientras que en 1819 el científico checo Jan Purkinje registró fenómenos visuales mientras agitaba una mano entre una luz de gas y sus ojos”. Además, los experimentos con luz estroboscópica siempre han sido del interés de arte y ciencia. Como la “Dream machine” inventada por el artista Brion Gysin y el científico Ian Sommerville tras leer “El cerebro viviente” de William Grey Walter.
Además hay bastantes estudios que abordan el tema desde una perspectiva científica. Ben Bessa, psiquiatra e investigador de la Universidad de Bristol defiende que detrás de la App hay una propuesta comprobada y declaraba a Forbes que “tiene una base científica y está basado en las evidencias”. De hecho, las luces parpadeantes se han usado para combatir el Alzheimer, por poner un ejemplo.
Mi viaje
Esperé a que las dos niñas estuvieran dormidas y me metí en el salón a oscuras. Me puse cómodo en el sofá y abrí la App. Decidí escoger uno de los itinerarios que se llama “Exploración calmada”. De 15 minutos. Una voz calmada me daba instrucciones mientras empezaba a escuchar una banda sonora acorde con la experiencia. Una cosa a medio camino entre electrónica low fi y la banda sonora de Inception. “Respira profundamente dos veces y relájate”. Hasta ese momento todo permanecía a oscuras.
De repente la voz desaparece y la música comienza a subir de volumen. Comienzan los parpadeos de luz. Al principio son algo incómodos porque mis ojos reaccionan de formas que no puedo controlar. Es como el impulso de cerrarlos...pero ya los tengo cerrados. Esa sensación pasa relativamente rápido porque los parpadeos de luz generan unas imágenes abstractas. Casi siempre en tonos anaranjados, amarillos, rojos o marrón oscuro. Dependiendo de la intensidad.
Sin querer me dejo llevar por mi propio imaginario: fui adicto a los videoclips en los 90 y parte de los 2000, he estudiado Comunicación Audiovisual y he asistido a conciertos donde un Videojockey propone patrones abstractos para acompañar la música. También he usado el Windows Movie Player para poner música, por supuesto. Pronto me siento como si estuviera dentro de un videoclip, viendo imágenes que parecen más la representación de una ensoñación que la ensoñación en sí misma. En ese espacio abstracto me relajo y comienzo a visualizar otras imágenes.
Soy yo camino del concesionario para dejar el coche. Me resulta decepcionante. ¿Pruebo una App para que me dé un subidón y termino viendo imágenes a cámara lenta de mi mismo mientras entrego las llaves del coche y me dispongo a invertir 45 minutos absurdos en una sala de espera? Es como la versión cinematográfica de algo que he vivido en el día. Es curioso pero es “épica mal”. Algo sucede. La vivencia real es que me hicieron esperar mucho más de lo pactado. Pero en mi viaje algo cambia radicalmente. En la sala de espera veo una cristalera. No se ve bien porque hay plantas pero puedo reconocer a una mujer vestida de blanco. Es Yolanda Diaz.
Esta imagen me entusiasma porque supone algo innovador que puedo contar. Pero esa excitación me sustrae rápidamente del concesionario, me devuelve a una imagen mucho más explícita de lo que estoy viendo (luces parpadeantes) y empiezo a pensar en cómo podría enfocar este artículo. De repente recobro conciencia de mi propio cuerpo también. Me duele la espalda y el cuello, quiero estirar las piernas, me incomoda sujetar el móvil. Justo coincide con que las luces se bajan y la música se pone más calmada aún. Sigo con los ojos cerrados. Me acomodo y trato de concentrarme para volver al videoclip.
Empiezo a ver muchas cosas de golpe. De nuevo me remite a una representación audiovisual. Es como una colección de GIFs de mi propia vida donde se mezclan cosas del pasado con cosas del…¿futuro? Estoy en una presentación de un libro de Blackie Books. Hay gente que me felicita, pero no sé si porque el libro es mío o por otra cosa. Estoy en una frutería esperando y me preocupa que no quede hinojo. Estoy boca abajo en el fisio sudando mientras me aprieta el glúteo medio. Estoy haciendo una bajada de pared, pero la fallo. Estoy viendo correr a mis hijas en la playa. Estoy en Canarias. Veo a mis padres. Veo al abuelo Miguel, al abuelo Enrique y a mi abuela Tata.
Me asoma una lágrima y lo noto pero lucho por no salir del viaje. Me veo cuando no me costaba ser feliz. Puedo ver las naranjas del abuelo Miguel a las 6 de la mañana. Me la trae al cuarto, me la bebo y sigo durmiendo. Veo los macarrones de abuela Tata en el salón de su casa en Santa Cruz, mientras abuelo Enrique comenta los posibles fichajes del Madrid. Veo que estoy con mi hermano, frente al Amiga 500, jugando al Rick Dangerous. Luego al Sensible Soccer. Luego al Maniac Mansion. Bajo a jugar un partidito a la placita con Jesús o Alejandro. Lo veo todo con muchísimo detalle. Los parpadeos se acaban y la música va desapareciendo.
Al quitarme los cascos me doy cuenta del reto que supone compartir una experiencia tan personal y que puede suscitar dudas. No es magia ni nada chamánico. Lumenate propone una experiencia sensorial semejable a estar en un concierto o en una discoteca y cerrar los ojos. Pero la App también está cargada de una retórica cuyo discurso se acerca mucho a la autoayuda y al “si quieres puedes”.
Soy consciente también de que la predisposición es importante. En mi caso y tras 15 meses sin ver a mi abuela la que aún vive, a mis padres y sin poder revisitar los lugares que he pisado siendo niño y que construyeron mi identidad, esta experiencia me ha ayudado a viajar sin moverme de mi casa. No ha sido un viaje psicodélico, es cierto. Pero...sí ha sido un viaje entre todas las memorias e imágenes que hay apiladas en mi cerebro.