El pasado viernes 8 de junio en la ciudad estadounidense de Dallas, la policía empleó un robot Remotec Andros Mark V-A1 para algo para lo que en principio no había sido diseñado: matar a un hombre. La línea Andros Mark V son robots de 362 kilos pensados para la manipulación y desactivación a distancia de bombas y trampas explosivas, y para ello están dotados de cámaras, orugas para desplazarse a poca velocidad (apenas 5,6 km/h) y un completo surtido de accesorios para su pinza de rotación total que incluyen rompecristales, sierra circular, taladro, escopeta (pensada para detonar artefactos explosivos) o hasta un lanzagranadas. También disponen de altavoces y micrófono para actuar como conducto de negociaciones; el control se ejerce vía inalámbrica o cable eléctrico o de fibra óptica, y es 100% teledirigido. Esta serie en particular está en servicio en varios departamentos policiales de norteamérica (Dallas, Los Angeles, Toronto) y también en el ejército estadounidense e israelí.
En Dallas, el robot, que pertenecía a la escuadra de desactivación de explosivos, actuó al revés de su diseño original usando un truco desarrollado por los soldados estadounidenses en Irak y Afganistán: colocar en la pinza del manipulador una bomba (alrededor de medio kilo del explosivo militar conocido como C-4 en este caso) y usar la máquina como dron suicida. El apaño funcionó y acabó con la víctima designada; parece que el robot podrá ser reparado.
Fue la primera vez que se utilizó un dron asesino para matar a alguien en el territorio de los EEUU, y el precedente ha desatado una incómoda polémica. Porque si bien el uso de aviones teledirigidos armados lleva años siendo común por parte de las fuerzas armadas estadounidenses en sitios como Irak, Afganistán, Pakistán, Yemen o Somalia nunca la policía había usado semejante tipo de armas contra civiles, y menos dentro del país. Aunque en estos escenarios, bélicos o no, los ataques se cuentan por centenares y los muertos por miles, sospechosos de terrorismo y daños colaterales.
Sistema teledirigido letal
La víctima esta vez fue Micah Xavier Johnson, el tirador que esa misma tarde había atacado con saña a agentes de la policía de Dallas que protegían una manifestación; en el transcurso del tiroteo resultó herido y fue acorralado por los agentes en el segundo piso de un parking, desde donde habló durante horas con los negociadores de la policía. Su modo de actuar, las armas que llevaba y su comportamiento y formación indicaban que estaba dispuesto a morir matando: para las autoridades el asalto de su posición hubiese sido un riesgo inasumible para los agentes encargados, y por eso optaron por el dron-bomba.
Dadas las circunstancias parece una decisión razonable, pero de todas formas abre una nueva era: la del uso policial de sistemas teledirigidos letales en el mantenimiento del orden en el territorio nacional. La importancia del incidente es obvia: algunos especialistas han destacado los riesgos de la improvisación, llevada a cabo sin contar con adecuados procedimientos de control, mientras que otros se han preocupado por el valor como precedente para futuras situaciones similares. Otros analistas defienden que no hay una gran diferencia entre abatir a un sospechoso peligroso mediante una bomba teledirigida o mediante un rifle con mira telescópica.
Hay que destacar que en este caso, como en los ataques a gran distancia con máquinas del tipo Predator/Reaper, estamos hablando de sistemas teledirigidos en los que hay una persona controlando el aparato en todo momento; estamos todavía muy lejos de robots autónomos que toman por sí mismos la decisión de disparar. Incluso sistemas como los robots terrestres capaces de patrulla autónoma Guardium con los que Israel controla la frontera de Gaza o las torres de vigilancia mecánicas Samsung SGR-1 que usa Corea del Sur en principio necesitan la orden de una persona para abrir fuego. Este mismo procedimiento es el estándar en las versiones armadas de robots militares estadounidenses. Los ejércitos del mundo no han desplegado, que se sepa, robots autónomos con la posibilidad de decidir por sí mismo disparar a alguien. Mucho menos, por tanto, las policías civiles: estamos aún muy lejos de Robocop.
No será la última vez
Por otro lado se puede argumentar que ya existen robots autónomos capaces de matar, desde minas programables que atacan sólo cuando se cumplen ciertas características a misiles que pueden cambiar de blanco por sí mismos o incluso desarmarse si pierden el objetivo contra el que han sido disparados. La desconfianza que surge en casos como el de Dallas tiene que ver con nuestro desconocimiento sobre los avances en el armamento moderno y el hecho de que esta tecnología no se despliega, habitualmente, en entornos civiles occidentales. Pero a partir de ahora la posibilidad está abierta: los robots teledirigidos están incorporados a la práctica policial, incluso en su versión letal, y los fabricantes esperan ampliar este mercado. Será necesario que la sociedad asuma esta realidad y empiece a pensar de qué modo se controlará esta tecnología en el mundo civil.
Porque esta primera vez no será la última. Si se pueden usar este tipo de herramientas para eliminar a un peligroso francotirador el salto conceptual para usarlas al detener a un terrorista o un asaltante de banco no es tan grande; como dispositivos de vigilancia quizá pero con una carga explosiva por si acaso... Y de ahí a diseñar sistemas capaces de disolver manifestaciones, de controlar puertas de entrada o fronteras (internas o externas) la evolución será natural. Armados con dispositivos letales o no letales, con mayor o menor grado de autonomía los sistemas teledirigidos y semiautónomos han llegado hasta el trabajo policial. Habrá que desarrollar normas y procedimientos para asegurar el control y la proporcionalidad; para decidir en qué circunstancias, para qué y hasta dónde se pueden utilizar este tipo de sistemas, quién tiene la potestad de tomar las decisiones y de qué manera se documentan para poder revisarlas después.
Si hay algo que la humanidad ha aprendido con el paso de los milenios es que cuanto más lejos (físicamente y psicológicamente) está la persona de las consecuencias de sus actos, más fácil es ejecutarlos. Matar a distancia es más fácil que hacerlo cara a cara, y usar armas a mucha distancia más sencillo todavía. En una democracia es necesario introducir procedimientos reglados de control para evitar que estas herramientas, útiles como pueden ser en casos muy concretos, sean usadas cuando no son imprescindibles. O se convertirán en herramientas peligrosas para la ciudadanía y no sólo para los peores criminales en los casos más extremos, que es como debería ser.