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Proporcionar afecto, seguridad y honestidad, receta para las familias de acogida

Logroño —

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Logroño, 27 mar (EFE).- Las familias acogedoras de refugiados ucranianos deberían contar con una formación psicológica previa para proporcionar “afecto, seguridad y honestidad”, porque así ayudan a disminuir el estrés, según ha dicho a Efe la neuropsicóloga Raquel Balmaseda.

Esta profesora del Máster en Neuropsicología Clínica de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) ha analizado el impacto de la guerra sobre las personas a nivel cerebral y el proceso para su recuperación.

Los desplazados acogidos, y especialmente los niños, ha indicado Balmaseda, necesitan desarrollar con sus familias de acogida “un vínculo” en el que prime el afecto, para sentirse “queridos y seguros”.

Además, ha considerado que es importante tratar a los pequeños “con honestidad” y no mentir o ocultar cosas, especialmente a partir de los 7 años.

Otra recomendación de esta experta sevillana para rebajar el estrés es “reducir la incertidumbre”, por lo que propone articular mecanismos que ayuden a controlar la situación a partir de pequeñas rutinas.

Desde el punto de vista neurológico, el miedo intenso que provocan situaciones como la guerra en Ucrania provoca varios trastornos, entre ellos el estrés post-traumático.

“El miedo es una emoción básica y primitiva, cuya función es la supervivencia, por lo que supone una respuesta útil y adaptativa”, ha relatado.

Cuando un evento es vivido como algo traumático, se produce una disregulación entre las dos formas de grabar este hecho, “de modo que todo lo emocional se recoge de forma muy vívida y los aspectos más contextuales apenas se graban”, según ha explicado.

Este fenómeno se produce en situaciones complicadas, como un desastre natural, un accidente de tráfico o una agresión sexual, sucesos a partir de los cuales se puede generar un trastorno de estrés post-traumático, ha dicho, al igual que está pasando en esta guerra.

Las personas que sufren este trastorno reviven el hecho traumático con pensamientos intrusivos, flash-back y pesadillas; evitan situaciones que le recuerden a ese suceso; presentan una hipervigilancia o reactividad ante cualquier estímulo relacionado; y presentan alteraciones cognitivas, como atención y memoria.

Además, ha agregado que pueden sufrir problemas en su estado de ánimo, como ansiedad, depresión, sentimientos de culpa.

Entre las secuelas psicológicas que dejará la guerra, ha precisado que los combatientes pueden sufrir lesiones físicas y también daños cerebrales leves por exposición a la onda expansiva de las explosiones, que pueden provocar un síndrome post-conmocional con dolor de cabeza, acúfenos, insomnio, irritabilidad, cambios de humor y apatía, entre otros.

Por otro lado, la población civil sufre alteraciones emocionales como depresión, ansiedad y más vulnerabilidad ante situaciones estresantes, que provocan “respuestas más exageradas” que en personas que no han tenido un trauma previo.

Los niños, cuyo cerebro está en desarrollo, tendrán consecuencias posteriores a nivel físico, cognitivo, emocional y social tras vivir las circunstancias por un conflicto armado, que se manifestarán “a largo plazo, cuando las funciones cerebrales ya estén afectadas”, ha concluido esta experta.

Rebeca Palacios