Google y Facebook se transforman para no ser cómplices de los bulos del coronavirus (y sientan un importante precedente)

Julia Carrie Wong

The Guardian —

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Entra en Google. Teclea “coronavirus” y dale a enter. Los resultados que aparecerán tienen muy poco que ver con cualquier otra búsqueda. 

No hay anuncios. No recomiendan ningún producto. No hay vínculos a páginas que hayan logrado vencer la batalla de la optimización del motor de búsqueda. Encontrarás, sobre todo, páginas de información de gobiernos, organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación respetados.  Los algoritmos y contenidos generados por usuarios no aparecen por ningún lado. Los verificadores ejercen de cancerberos.

Silicon Valley ha actuado ante la “infodemia” con claridad. Ha optado por información oficial y proveniente de fuentes tradicionales. En redes sociales, Facebook, Twitter, YouTube, Reddit, Instagram y Pinterest, los resultados de cualquier búsqueda relacionada con Covid-19 responden a una pauta similar. 

Instagram ofrece una pantalla emergente que ruega encarecidamente a los usuarios en Estados Unidos que vaya a la página de internet de los Centros para prevención y control de enfermedades (CDC) y a los del Reino Unido que vayan a la página del sistema nacional de salud (NHS). Que opten por fuentes como esas en lugar de mirar los memes e imágenes etiquetadas con #coronavirus.

En Facebook, un “Centro de información” dedicado al tema incluye una mezcla de datos seleccionados e información médica oficial. En Pinterest, las únicas infografías y memes autorizadas sobre temas como “Covid-19” o “hydroxychloroquine” son las relacionadas con organizaciones médicas oficiales como la Organización Mundial de la Salud. 

Lo que sucede contrasta fuertemente con el modo en que las redes sociales se han relacionado con la información sin contrastar en el pasado. Las plataformas con sede en Estados Unidos, que siguen el comportamiento de inspiración libertaria inspirado por Silicon Valley y protegido por la Primera Enmienda de su constitución, se habían mostrado hasta ahora contrarias a adoptar posiciones editoriales proactivas o a censurar mensajes que pudieran ser considerados políticos. 

Han tenido que recibir presiones, protestas, carantoñas, empujones y ser puestas en evidencia antes de tomarse a sí mismas en serio y decidir actuar frente a los discursos de odio, la propaganda contra las vacunas o los insultos contra las víctimas de los tiroteos en lugares públicos. 

Respecto al coronavirus, han competido por mantener un comportamiento responsable y ser consideradas fuentes de información verídica. Pero eso no significa que la desinformación no sea capaz de reaccionar, adaptarse y seguir circulando. Sobre todo en redes sociales. 

Una investigación desarrollada por el Instituto Reuters de la Universidad de Oxford que ha examinado la difusión de 225 afirmaciones falsas o engañosas sobre coronavirus muestra que el 88% aparecieron en redes sociales frente al 9% recogidas por la televisión o el 8% publicadas en medios de comunicación.  Cerca del 30% de los adultos en Estados Unidos creen que el coronavirus fue desarrollado en una laboratorio, según una encuesta realizada por el Centro de Investigación Pew. Una teoría de la conspiración que vincula en falso el 5G con la pandemia de coronavirus ha tenido consecuencias en el mundo real. De ella han nacido amenazas y acoso hacia ingenieros de telecomunicaciones y cócteles molotov contra algunas torres telefónicas. 

Carl Bergstrom, profesor de biología de la Universidad de Washington que estudia y ha publicado sobre desinformación, cree que la actuación por las empresas de redes sociales es insuficiente y llega tarde. “Han construido este ecosistema que tiene que ver con el compromiso y permite la difusión viral y nunca han puesto interés en la precisión”, explica. “Ahora, de repente, tenemos una crisis global seria y quieren ponerle tiritas. Es mejor que no hacer nada, pero elogiarlos por hacerlo es como elogiar a Philip Morris por poner boquillas a los cigarrillos”. 

Algunas de las medidas más radicales adoptadas por las empresas tecnológicas incluyen una nueva política de Twitter para borrar información incorrecta que contradiga los consejos emitidos por las autoridades de salud pública. Se refiere por ejemplo a tuits que promueven que la ciudadanía no siga las recomendaciones respecto a la distancia social. WhatsApp ha puesto límites estrictos al reenvío de mensajes. 

En opinión de Claire Wardle, de la organización sin ánimo de lucro First Draft, las plataformas creen que pueden ser mucho más agresivas con la información errónea respecto al coronavirus de lo que lo han sido con la desinformación política. “No hay dos bandos con el coronavirus, por eso no tienen gente en el otro bando diciendo: 'Queremos esto', como sucede con el movimiento antivacunas o la manipulación política”, explica Wardle. “Se sienten más libres para actuar”.

También es relativamente sencillo y directo para las plataformas seleccionar fuentes de confianza y con autoridad como la Organización Mundial de la Salud, el Sistema Nacional de Salud (del Reino Unido) los Centros para prevención y control de enfermedades (CDC) y que nadie los vea políticamente comprometidos. 

Pero Wardle critica las empresas tecnológicas por no estar mejor preparadas para la crisis. Facebook ignora desde hace tiempo a los conspiracionistas que se organizan a través de su plataforma como por ejemplo el movimiento antivacunas y los seguidores de QAnon o aquellos que creen que el 5G es dañino. La desinformación alrededor del coronavirus es rampante entre esas personas. 

“Lo triste es ver esas conspiraciones moverse entre grupos de vecinos o familiares” agrega Wardle. “Son como chispas que salen de grupos más grandes y se mueven en todas direcciones. Ahora, todo el mundo tiene tanto miedo que es como si acercáramos la mecha a las chispas. Acaba saliendo llama”. Aunque la naturaleza científica de la crisis podría facilitar de algún modo las presiones políticas respecto a la moderación de algunos de los discursos relacionados con la misma, también plantea una serie de retos. Como el coronavirus es nuevo, cada día se descubre algo nuevo que puede incluso modificar lo que se sabía antes. 

Bergstrom describe esta confusión como un “vacío, una incertidumbre”. Es decir, “cualquier autoridad razonable rechazará ofrecer respuestas cerradas” a algunas preguntas sobre la pandemia “no porque quieran confundirte sino porque no saben”. 

Otro factor que lo complica todo es que habitualmente las fuentes de confianza no nos están ofreciendo información fidedigna. “Hemos visto al gobierno de Estados Unidos, especialmente a la Casa Blanca, convertirse en un transmisor relevante de desinformación”, dijo Bergstrom.  Facebook y Twitter han borrado publicaciones de algunas personas poderosas y relevantes como el presidente brasileño Jair Bolsonaro por difundir desinformación sobre el coronavirus. Pero la prueba real respecto a su actitud será ver si actúan contra la manipulación que extiende Donald Trump. 

“Nos hemos preparado durante años para esta pandemia pero no nos dimos cuenta de que tendríamos que luchar en dos frentes”, dijo Bergstrom. “Uno contra la pandemia y otro contra la desinformación y el odio y el miedo que amplifican e inflaman algunos oportunistas políticos”. 

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