Cuando Donald Trump utiliza su smartphone durante la madrugada cualquier cosa puede pasar. A esas horas ha amenazado a países o mandatarios extranjeros, cargado contra la prensa o incluso anunciado cambios en su Administración antes de comunicárselos a los interesados. A las cinco de la mañana de este martes (hora de la Costa Este de EEUU) ha vuelto a suceder, esta vez con el mandatario encolerizado al sufrir en sus carnes las consecuencias de uno de los grandes problemas de la red actual.
Trump se ha buscado a sí mismo en Google. Los resultados que el buscador le ha ofrecido no le han gustado nada. Según ha comentado después, una mayoría de lo que ha aparecido en su smartphone eran noticias “malas” con él de los “muy peligrosos” medios de izquierdas del país. Esto le ha servido para elaborar una teoría de la conspiración de andar por casa sobre cómo “Google y otros eliminan las voces conservadoras y esconden las noticias buenas”.
Entre sus exclamaciones, abreviaturas y palabras en mayúscula, Trump ha dado de bruces con una realidad que muchos han denunciado antes que él: “Controlan lo que podemos y lo que no podemos ver”. Está en lo cierto. La opacidad del algoritmo de Google es prácticamente total, tanto para el presidente del país más poderoso del mundo como para cualquier otro usuario de Internet. “¡Es una situación muy grave!”, ha escrito, no sin razón. Los resultados que Google ofrece en las búsquedas están sesgados. Pero no en el sentido que él cree.
Es muy improbable que el algoritmo de búsqueda de Google se rija por motivos políticos, como ha denunciado Trump. “Las búsquedas no se emplean para marcar una agenda política y no damos preferencia a ninguna ideología”, ha querido justificar la compañía. No en vano, el buscador es una empresa privada que se lucra con el negocio de la publicidad y también por vender al mejor postor la posibilidad de aparecer en las primeras posiciones en su lista de resultados. Sin embargo, no hay forma de fiscalizar cómo funciona realmente.
Esta situación que Trump ha constatado en agosto de 2018 es algo de lo que expertos y activistas por las libertades digitales han alertado durante años y que no afecta solo a Google. Es común a las multinacionales digitales estadounidenses, como Facebook, Apple, Microsoft o Apple. Estas han proporcionado herramientas que terminado dando forma al Internet actual y se usan para ejercer libertades fundamentales como la de expresión o la de acceso a la información, pero tienen sistemas cerrados que se gobiernan sin supervisión de los poderes públicos y los ciudadanos.
La fórmula usada para presentar la información queda oculta en todas ellas. Apenas nos estamos asomando al impacto real que esto tiene en las sociedades, pero sabemos que las está cambiando. Esa situación, que Trump califica ahora de “muy grave”, es la que permitió a su equipo de campaña manipular los contenidos que veían los usuarios de Facebook y pagar por intoxicar a su favor el debate político en la plataforma, que un gran porcentaje de estadounidenses utiliza como única vía para informarse.
A escala mundial, también es la misma que ha provocado los escándalos de vigilancia masiva o los hackeos secretos de gobiernos a sus propios ciudadanos, que la ONU denuncia que son cada vez más frecuentes.
Son esos sistemas cerrados los que, usados para la extracción de datos personales y su venta para fines publicitarios, han convertido a las grandes tecnológicas en las empresas más valiosas del mundo, muy por encima de las petroleras. Esta madrugada, el presidente de EEUU ha amenazado a Google y ha prometido que se encargará del problema que genera su dominio sobre la información que consumen los ciudadanos. Suerte con eso, Donald.