El Brexit nos aburre y vamos sonámbulos hacia el desastre
Justo antes de Navidad, pasé un día en Cowley, el barrio obrero de la periferia de Oxford donde una fábrica de BMW fabrica el Mini, ese gran símbolo británico. Todos los años, la planta cierra las puertas para un “período de mantenimiento” que por lo general coincide con las vacaciones de verano de las escuelas locales. Preocupada por la futura relación del Reino Unido con la Unión Europea (UE), la compañía ha previsto para este año un cierre más largo de lo habitual. También lo ha programado para que ocurra un día después de la fecha formal de salida de la UE. Según la empresa, para “minimizar riesgos de posibles interrupciones en el suministro de piezas a corto plazo si se produce un Brexit sin acuerdo”.
Uno podría imaginar que en los alrededores de la fábrica la gente andaría preocupada por las calles y con una sensación de emergencia. No me sorprendió encontrar todo lo contrario. Después de que BMW rechazara mi petición de visitar la fábrica, pasé unas cuantas horas recogiendo testimonios por la calle. Mis preguntas sobre el Brexit eran recibidas con una indiferencia exasperante, como si el tema apenas despertara interés en la gente.
Los que sí hablaron de la fábrica me aseguraron que jamás se iría de Cowley. Un par de incondicionales del Brexit mencionaron a Winston Churchill y sugirieron que celebrar otro referéndum sería atentar contra la democracia. Pero la mayoría de los entrevistados confirmó lo que dicen las últimas encuestas: tanto los que quieren dejar la UE como los que quieren quedarse están aburridos del Brexit. Cuando les sacan el tema hacen muecas y ponen los ojos en blanco.
Un auténtico embrollo
“Es un incordio”, me dijo uno. “Nadie parece saber qué está pasando; solo hablan de eso en todos los canales; ya estoy harto”. También dijo que en 2016 había votado por salir de la UE. ¿Se le ocurría alguna forma de salir del embrollo actual? “Ya no sé cómo responder a eso”, dijo. “Lo han complicado tanto”. Durante un momento de la conversación, mi entrevistado pareció inclinarse por seguir en la UE. Luego derivó hacia la otra postura.
En esta semana que comienza es importante tenerlo en cuenta, con el drama parlamentario por el Brexit a punto de alcanzar su punto álgido. Por mucho que pataleen en Westminster, para millones de británicos el Brexit es algo que ocurrió hace dos años y medio. Desde entonces se ha convertido en un ruido indescifrable de divisiones del equipo de gobierno, uniones aduaneras y todo tipo de enigmas que hacen explotar Twitter pero dejan indiferente a la mayoría de las personas. Es la prueba de un enorme fracaso político, también para el supuesto partido de la oposición: el debate está tan lejos de la opinión pública que parece imposible encontrar una solución para el malestar del país.
Para los que lo ven de fuera, debe ser lo más parecido a una ridícula decadencia colectiva. El momento es decisivo, está repleto de riesgos gigantescos y definirá nuestro futuro durante las próximas décadas. Pero el ambiente es de aburrimiento público generalizado. En parte se debe, por supuesto, a que aún no se han materializado las consecuencias reales del Brexit, haya o no acuerdo. Pero hay cosas mucho más trascendentes en juego: rasgos ancestrales que en Inglaterra son especialmente profundos y cambios mucho más recientes en la forma en que la política llega a la ciudadanía.
Tanto para bien como para mal, durante mucho tiempo Inglaterra ha sido el país donde la revolución comienza cuando se termine la próxima cerveza. En su mayor parte, los políticos son vistos con escepticismo y el lema nacional perfectamente podría ser ‘Cualquier cosa mientras sea para una vida tranquila’. El voto por el Brexit pareció romper momentáneamente esas reglas, pero eso fue solo una equis en una papeleta. No hizo falta que pasara mucho tiempo antes de que la gente volviera a ser como siempre.
Ahora nos encontramos en el peor de los mundos, autolesionándonos porque se nos dice que esa es la voluntad de los votantes cuando millones de esos mismos votantes parecen haberse desconectado del tema por completo.
La falta de compromiso popular ha empeorado por la velocidad a la que circula hoy la información y por una cultura política en la que las noticias de todos los días se han convertido en una especie de ruido blanco: cualquier noticia, si no todas, puede ser falsa. Muy pocas informaciones parecen generar arrastre. Cada vez que un representante sectorial o profesional con mucho que perder por el Brexit aparece en televisión advirtiendo por las consecuencias de salir de la Unión Europea, la única y altamente predecible reacción es esta: ‘Es solo una opinión’. Cualquier persona que haya discutido con amigos o familiares por el tema del Brexit reconocerá la secuencia.
Dicen que la salvación para el acuerdo de Theresa May reside en los ‘aburridos del Brexit’ (también llamados ‘bobs’, por sus siglas en inglés). Cansados del tema y desconfiando de los que les advierten por los males del Brexit, los bobs podrían ser en efecto cruciales. Incluso si Theresa May pierde la votación parlamentaria del martes, un número suficiente de sus rivales en la derecha y en la izquierda podría entender que los votantes no comparten su pasión y darse por vencidos. Si eso sucede, el futuro inmediato de la política británica seguirá tan dominado por el Brexit como ahora. Con su constante charla tecnocrática sobre acuerdos comerciales y cosas por el estilo, Westminster seguirá profundizando la alienación de los votantes.
¿Otro referéndum?
Pero hay otras posibilidades, por supuesto. Si lo que termina ocurriendo es un Brexit sin acuerdo, tal vez el caos resultante sacuda por fin a Inglaterra de su aturdimiento. Si lo que viene es otro referéndum, y los partidarios de quedarse mejoran al fin la poco competente campaña que los llevó al desastre en 2016, esta vez la gente podría escuchar lo que se debería haber hablado desde el principio sobre el Reino Unido y su lugar en el mundo: los incuestionables beneficios de tener una economía abierta; los complejos y a menudo frágiles acuerdos comerciales que mantienen a la economía en marcha y a las personas con empleo; o el hecho de que la nuestra no es una historia de aislamiento con relación a Europa sino de estar en el corazón de su historia.
Escribo esas palabras y me doy cuenta de lo poco probable que es ver a cualquiera de nuestros políticos actuales haciendo que la gente lo escuche. Incluso si termina el gobierno de May y hay elecciones generales, podríamos seguir fácilmente con la sensación de que la política no conecta con los votantes ni se ocupa de las tensiones profundas de Gran Bretaña.
Los votantes que Jeremy Corbyn necesita de su lado son también los que lo ven con más escepticismo. Los líderes laboristas han evitado hasta ahora cualquier tipo de conversación seria sobre el tema del Brexit (por no hablar de sus complejas implicaciones sobre el tipo de país que Reino Unido quiere ser). Incluso si el Laborismo lograse ganar, los delirios y engaños que nos pusieron en este aprieto podrían seguir enconándose.
Cuando uno piensa en conceptos como un “desastre nacional” se imagina coches en llamas y muchedumbres violentas. Pero algo tan dramático es poco probable en una nación de sonámbulos, poco interesada en sus políticos y eternamente imperturbable por las advertencias. Más allá del ruido y la furia de la actualidad, una vieja letra de Pink Floyd cantada con el nítido acento del sudeste inglés resume el que podría ser nuestro destino: “Resistir mientras uno se desespera en silencio, esa es la manera inglesa”.
Traducido por Francisco de Zárate