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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Trump contrata a un ejército de abogados para defenderle

Dicen que el poder aísla. Que en la cima, los líderes deben asumir solos el peso de sus decisiones. Pero no es el caso de Donald Trump. Porque Trump no está solo. Desde que ha llegado a la Casa Blanca se ha rodeado de un ejército de abogados encargados de defenderle a toda costa y levantar un muro legal contra denuncias, pleitos, meteduras de pata, investigaciones e incluso una eventual destitución.

De momento Trump tiene en nómina a seis letrados y acaba de contratar a un séptimo. Está Jay Golderg que lleva más de veinte años defendiendo el imperio inmobiliario del magnate y que llegó a tener de cliente al gánster Meyer Lansky (del que luego se inspiró Francis Ford Coppola para crear el personaje de Hyman Roth en la segunda parte de El Padrino), también se ocupó del divorcio con Ivana y luego del de Marla Maples, la segunda mujer de Trump; Marc Kasowitz es otro abogado que en su momento defendió los casinos de Trump y ahora se dedica a defenderle de las investigaciones sobre Rusia.

Trump tiene también a Sheri Dillon, que compareció con él ante la prensa el pasado enero con una montaña de papeles para asegurar que el recién elegido presidente cedía el control de sus negocios a su hijos. Está también Jay Sekulow, un ardiente defensor de la ultra-derecha cristiana que aparece frecuentemente en Fox News. Y John Dowd, un ex marine, que calificó un artículo publicado en el Wall Street Journal sobre uno de sus clientes de “putiperiodismo”. Ty Cobb, un veterano abogado de Washington con un bigote a lo Hercule Poirot, acaba de sumarse al equipo para reforzar el flanco ruso. Y por último está el consejero legal de la Casa Blanca Donald McGahn, que resulta ser el hijo de uno de los antiguos socios de Trump en Atlantic City.

Todos estos abogados tienen una consigna muy clara: atacar. No dejar títere con cabeza. Cualquiera que sea el litigio, la acusación, el problema, la estrategia es acusar al contrincante hasta que se rinda y desgastarlo en los tribunales.

La Casa Blanca ha adoptado la misma táctica. Durante un momento el equipo legal de Trump estuvo investigando a los asesores de Robert Mueller, el ex jefe del FBI encargado de averiguar si la campaña electoral contó con filtraciones rusas, para buscar esqueletos en el armario o posibles conflictos de intereses. Los republicanos aconsejaron al presidente que abandonara la idea de desacreditar a Mueller por la que se podía montar.

En este momento los ataques llegan de todas partes.

Trump tiene pendientes dos denuncias contra su persona que los jueces han admitido a trámite. La primera es en Kentucky. Tres personas que asistieron en marzo de 2016 a uno de sus mítines alegan que el candidato alentó a sus simpatizantes a atacarles cuando gritó a la asistencia “que los echen de aquí”. Los tres asistentes habían venido con pancartas a protestar contra el aspirante a presidente.

La otra denuncia ha sido interpuesta en Nueva York en enero de este año por una de las candidatas del programa “The Apprentice”, que Trump presentó durante más de diez años. La demandante acusa a Trump de haber hecho comentarios derogatorios durante la campaña después de que ella le acusara de acoso sexual en 2007.

Trump ha intentado alegar que por ser presidente goza de inmunidad. Aquí es cuando surge el fantasma de Bill Clinton y el legado de sus escándalos sexuales. En 1997, la Corte Suprema decidió que una ex funcionaria de Arkansas podía denunciar a Clinton por presunto acoso sexual. La empleada se llamaba Paula Jones. Durante una declaración ante los abogados de esta última el entonces presidente mintió sobre su relación con la becaria Mónica Lewsinky. Y el resto es historia. El Senado finalmente perdonó a Clinton y éste pagó 850.000 dólares a Jones en 1998 para que se callara. Pero el precedente legal ha dejado vulnerable al inquilino de la Casa Blanca ante ciertos pleitos.

A las denuncias personales se añaden los ataques judiciales por sus actuaciones como presidente. Denuncias interpuestas por grupos de defensa del medio ambiente, por varios estados (entre ellos Hawái y California) por las medias contra los refugiados o las medias migratorias, o denuncias de asociaciones a favor de una mayor transparencia en el gobierno. Trump ha respondido a los ataques con un tuit de los suyos: “Nos veremos en los tribunales. La seguridad de nuestra nación está en juego.”

Trump está acostumbrado a las batallas legales. Poco antes de que el magnate asumiera la presidencia, el diario USA Today investigó las quejas presentadas en los tribunales contra su imperio inmobiliario. Encontró la apabullante cifra de más de 4.000 denuncias a lo largo de 30 años de negocio, unos 11 pleitos por mes. “¿Hay alguien que sepa de denuncias más que yo?” reconoció el propio Trump en un mitin en enero de 2016, “tengo un doctorado en denuncias.”

En el caso de un proceso de destitución (“impeachment”) también vuelve a resurgir el precedente de Bill Clinton. El New York Times ha encontrado un documento firmado por Kenneth Starr, el investigador especial que se ocupó (se ensañó, dicen los demócratas) el asunto Lewinsky. En el documento, Starr argumenta que “es constitucional y legal para un gran jurado procesar a un presidente en ejercicio por actos criminales graves que son contrarios a sus funciones oficiales” porque “en este país, nadie, incluso el presidente Clinton, está por encima de la ley.”

Seguro que los abogado de Trump no opinan lo mismo.

Dicen que el poder aísla. Que en la cima, los líderes deben asumir solos el peso de sus decisiones. Pero no es el caso de Donald Trump. Porque Trump no está solo. Desde que ha llegado a la Casa Blanca se ha rodeado de un ejército de abogados encargados de defenderle a toda costa y levantar un muro legal contra denuncias, pleitos, meteduras de pata, investigaciones e incluso una eventual destitución.

De momento Trump tiene en nómina a seis letrados y acaba de contratar a un séptimo. Está Jay Golderg que lleva más de veinte años defendiendo el imperio inmobiliario del magnate y que llegó a tener de cliente al gánster Meyer Lansky (del que luego se inspiró Francis Ford Coppola para crear el personaje de Hyman Roth en la segunda parte de El Padrino), también se ocupó del divorcio con Ivana y luego del de Marla Maples, la segunda mujer de Trump; Marc Kasowitz es otro abogado que en su momento defendió los casinos de Trump y ahora se dedica a defenderle de las investigaciones sobre Rusia.