La semana pasada Amazon presentó por primera vez un informe de transparencia publicado por su vicepresidente Stephen Schmidt en en el blog de Amazon Web Services. Se unía así a otras compañías tecnológicas como Google o Facebook, que ya han informado de los datos que ceden de sus usuarios únicamente cuando hay requerimientos de los tribunales.
De esta manera, la empresa de Jeff Bezos, que aducía cumplir con el 66% de las citaciones judiciales, intentaba dar un paso más en pos de la transparencia, tan criticada para esta empresa como para el resto de las tecnológicas que en los últimos tiempos se han hecho acreedoras de los datos de buena parte del planeta. De hecho, según denunció la ONG Transparencia Internacional (TI) en noviembre del año pasado, el 80% de las compañías, entre ellas tecnológicas como Samsung, Apple o Google, no logra el aprobado en esta cuestión.
Porque, en realidad, mientras que los usuarios ofrecemos casi una radiografía de nosotros mismos cada vez que accedemos a estas webs, ¿qué sabemos de ellos? Más allá de la usabilidad de estos datos, en el área de negocio la oscuridad es total.
En el caso de Amazon nunca da sus cifras reales de ventas –en cuanto a los ebooks es una entelequia- ni de su cuenta de resultados en cuanto a los dispositivos vendidos –dato que sí ofrece Apple por otra parte-, ni de su fiscalidad, por lo que también ha sido investigado por la Unión Europea. A ello ahora se ha sumado además otra investigación por las condiciones que impone a los editores. Por este motivo, como señala el autor del blog Antinomias del Libro y veterano del sector editorial, Manuel Gil, “estos informes, no ya sólo de Amazon, son lavados de imagen, marketing para primos. Como los reportajes de sus grandes almacenes en los grandes medios. Es un márketing puro y duro y aparentar lo que no eres”.
La opacidad de Amazon siempre ha estado relacionada con los temas fiscales, pero a finales del pasado mes de mayo señalaba que a partir de 2015 declarará sus ingresos en cada país europeo. Lo hacía debido a la entrada en vigor del nuevo IVA digital, por lo que las cifras deberán empezar a cobrar más sentido. Parecía un poco extraño que la empresa hubiera facturado 46 millones de euros en España en 2014 y 110 millones en 2011 antes de pasar sus ventas electrónicas por Luxemburgo.
Un sector opaco, en general
Sin embargo, los conocedores del mundo editorial y digital reconocen que Amazon no es el único culpable de esta política de negocio opaca -también en España- y de que intenten buscarle los resquicios al sistema.
“¿Acaso conocemos las ventas reales de Planeta o Santillana? Su política de transparencia es como la de toda la industria, falsa. Si la industria nunca ha promovido mecanismos para conocer los datos reales, que nos ayudarían a todos… Todos estos debates que surgen me suenan a lamento permanente que son para generar una sobreprotección de la industria que no sirven para nada”, aduce a su vez Joaquín Rodríguez, autor de Los futuros del Libro. En conclusión, si Amazon ha entrado en este juego es porque la propia industria, y sobre todo a raíz de la entrada del libro electrónico, se lo ha permitido.
La cuestión aparece, por ejemplo, con el número de los libros electrónicos autopublicados o de las propias editoriales. Nunca se saben las cifras reales. No las dan distribuidoras como Amazon, pero tampoco Bubok u otras empresas españolas dedicadas a este negocio como La Casa del Libro. Con una diferencia, estas compañías sí han tenido que rendir cuentas ante el fisco español, pese a que no todas en el negocio lo hacen. “Al final lo que ocurre es que este es un sector en el que tienes a un montón de empresas que son personales por lo tanto no están obligados a declarar las cuentas en el registro mercantil. Y todo eso lo que provoca son distorsiones”, recalca Gil.
La responsabilidad del usuario
Si bien estamos ante un problema estructural más que de una sola empresa –o simplemente las tecnológicas- el interrogante mayor se abre con la cesión de datos de los usuarios, que en este caso, generan una plusvalía. Ante ello, hay dos posicionamientos, uno es el que exige saber con detenimiento su uso, y el otro, como entiende Joaquin Rodríguez, radica en la responsabilidad del propio usuario.
A menos que entren factores sociológicos –formar parte de la manada- o de visibilidad de negocio, como han manifestado en ocasiones pequeñas marcas (o sellos editoriales).
Lo que se recalca a fin de cuentas es que, aunque la opacidad es seña de identidad de estas empresas, la solución no pasa por pedirles a ellas únicamente la transparencia y enfocar en ella todos los problemas de los que adolece la industria. “Es cuestión de todo el engranaje industrial. Por ejemplo, los distribuidores alemanes sólo compran a librerías locales. ¿Por qué no ha ocurrido eso en España? ¿Por qué no se pusieron los mecanismos antes?”, se pregunta Rodríguez. La respuesta lleva a casos como el de la batalla entre Hachette y la distribuidora, que después de un tira y afloja de meses, se llegó a un acuerdo en el que tampoco estaban claros los porcentajes de venta para cada cual. Y Hachette agachó la cabeza.
¿Y en cuanto a los datos que cedemos no es preocupante por cómo puedan ser utilizados por otros poderes? “A los usuarios esto al final les da igual. No les importa. Esto no va a dañar en nada a la imagen de Amazon ni a ninguna de estas empresas”, zanja Gil.
Puedes consultar el Amazon Information Request Report en su documento original. Amazon Information Request Report