La victoria en el referéndum británico del no a la UE se enmarca en un contexto en el que en varios territorios centrales están aumentando de forma importante las posturas nacionalistas de derecha y ultraderecha. Este es el caso de Quebec, Cataluña, Escocia o el propio Reino Unido, pero también de Francia, Austria, Alemania u Holanda. Lejos de ser una coyuntura, son movimientos que responden al momento histórico actual y deben leerse conjuntamente (aunque obviamente tienen sus especificidades). Suponen grandes riesgos de regresión democrática y social, no por el hecho del proceso independentista, sino de quien lo lidera. Compartimos algunas ideas sobre las causas del auge del nacionalismo insolidario británico expresado en el Brexit, que pueden ser extrapolables a otros territorios.
No hay precedentes de ninguna población que se haya marchado de un proyecto que consideraba que le beneficiase. El pueblo británico no es una excepción: la UE no le sirve porque le impone políticas neoliberales que le lesionan. También porque es un proyecto que tiene cada vez menos espacio en el marco internacional, es decir, que sirve cada vez menos para mantener las posiciones de privilegio a escala mundial de las que han disfrutado las clases medias y altas británicas. Ambos aspectos, han servido de trampolín a las posiciones nacionalistas de derechas que han protagonizado la campaña.
La UE fue ideada por los poderes económicos y políticos dominantes, y está detrás de muchas de las políticas que han generado tremendos problemas económicos, sociales y ambientales: la privatización de servicios públicos, la liberalización del movimiento de capitales, el aumento del poder del sistema financiero, las burbujas inmobiliarias, los rescates bancarios, las deudas ilegitimas, el desmantelamiento de sectores productivos y de la agricultura familiar, el desempleo y la precarización estructurales, la liberalización del sector energético dando lugar oligopolios y a la pobreza energética, etc.
Los Gobiernos británicos han participado activamente en esta construcción de la UE neoliberal a través del Consejo y de la Comisión Europea, como se detrae del papel de Leon Brittan y Peter Mandelson. Además, el centro financiero de la City londinense ha sido clave en los procesos de liberalización de los servicios y mercados financieros. Por lo tanto, son corresponsables de esta situación.
Pero no solo ha sido la UE quien a aplicado estas políticas en Reino Unido, sino que, tanto el partido laborista como el tory, han impuesto interna (y externamente) estas medidas regresivas desde el Gobierno de Margaret Thatcher. Por lo tanto, también hay causas políticas endógenas.
Estas políticas han provocado el hartazgo de la gran parte de la población, pues han causado: desempleo, pobreza, desigualdades, exclusión social, precariedad, recortes sociales, privatizaciones, corrupción, despilfarro, mala calidad ambiental, etc. Ha sido la clase humilde y trabajadora la que ha sufrido estas consecuencias, tanto dentro como fuera de la UE, frente al enriquecimiento astronómico de las fortunas financieras en La City. Es en estas circunstancias donde el populismo de ultraderecha encuentra el caldo de cultivo para crecer, promulgando el patriotismo y el odio hacia lo diferente.
Más allá de las razones políticas, también las hay ambientales. Una diferencia fundamental entre unas y otras es que, mientras las políticas dependen de la correlación de fuerzas sociales, las ambientales no son negociables: existen límites físicos al desarrollo de este modelo económico y social que estamos alcanzando.
Por ejemplo, el Reino Unido dejó de ser exportador neto de petróleo y gas alrededor de 2005 fruto del agotamiento de sus yacimientos. Esto ha agudizado la crisis en el país británico, pues los combustibles fósiles son un elemento totalmente central del crecimiento económico. En la medida que las políticas impuestas para “salir de la crisis” han sido regresivas desde el punto de vista social, este ha sido otro de los motivos del descontento popular.
En realidad, la situación energética británica es similar a la que se está produciendo a nivel global. Desde 2005, se ha atravesado el pico del petróleo convencional y, posiblemente, en 2015 fue el pico de todos los líquidos combustibles. Este es uno de los elementos centrales (pero no único) que explican la Gran Recesión actual. Esta crisis, lejos de ser coyuntural y solventable mediante medidas keynesianas o neoliberales, es estructural e insalvable: no volverá el crecimiento sostenido porque no hay base material para él.
Uno de los efectos de esta Gran Recesión es que la globalización económica se está cortocircuitando y la reactivación no va a volver más que coyunturalmente. De hecho, en 2015 fue el año en el que menos intercambios de mercancías a nivel mundial se realizaron desde que se inició la Gran Recesión en 2007/2008. En un contexto de este tipo, las políticas nacionalistas insolidarias, que son las que están liderando los movimientos independentistas, cobran más sentido.
Aunque hay más elementos que deberían considerarse, el Brexit ha de entenderse dentro de este contexto de políticas neoliberales y crisis ambiental. Confirma que estaban en lo correcto organizaciones como Ecologistas en Acción, que llevan años denunciado a la UE. Por ello, frente a las voces que reclaman que “Europa es la solución”, creemos que la UE es realmente parte del problema. Sin ir más lejos, las elites europeas muestran su rostro “humanitario” al centrar su preocupación por el Brexit en la caída de los mercados financieros, mientras miles de refugiados/as mueren o viven en condiciones infrahumanas. Estas personas son víctimas de la crisis final del capitalismo global y las razones de su desplazamiento tienen mucho que ver con las crisis energética y climática gestionadas con políticas insolidarias. Sin miradas globales y complejas, estamos abocadas/os a reduccionismos xenófobos.
El referéndum británico muestra que del territorio europeo requiere una transformación cultural y política que atienda a las desigualdades sociales y la degradación ambiental. Frente a la agenda de la derecha que ha marcado el Brexit, tenemos que construir un nuevo internacionalismo basado en valores feministas, democráticos, solidarios, y de justicia social y ambiental. Herramientas como el Plan B pueden ayudar a conseguirlo, siempre y cuando integren de manera profunda los límites del planeta. Es imprescindible desmarcarse y oponerse a los argumentos xenófobos e insolidarios que ha esgrimido el nacionalismo inglés a favor de la salida del Reino Unido de la UE, pero resulta necesario entender el sufrimiento humano que está en su base social.