El escenario de cambio climático al que nos enfrentamos es vertiginoso y el tiempo de reacción realmente escaso. Los líderes mundiales se comprometieron en la cumbre de París en 2015 a mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 ºC con respecto a los niveles preindustriales. Para alcanzar este objetivo es necesario, según el Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), conseguir una completa descarbonización de la economía. Tenemos que dejar de emitir CO2 y otros gases de efecto invernadero de larga prevalencia. Según Kevin Anderson, uno de los más reputados climatólogos a nivel mundial, esto pasa por un abandono inmediato de los combustibles fósiles y una revolucionaria transición en la forma en la que usamos y producimos la energía.
El próximo 22 de abril, coincidiendo con la celebración del día de la Tierra, tendrá lugar una ceremonia de alto nivel para la firma del acuerdo de París en Nueva York. Allí acudirán nuevamente líderes mundiales, cuatro meses después de alcanzar el Acuerdo, a sellar su compromiso con el mismo. A partir de ese momento, los países deberán comunicar a Naciones Unidas sus instrumentos de ratificación y los compromisos de reducción de emisiones. En nuestro caso, será la Unión Europea en bloque la que presente el compromiso, marcado en la estrategia 2030, de una reducción doméstica de emisiones del 40% respecto a los niveles de 1990, una contribución de las renovables de un 27% en el mix energético, y una mejora de un 27% en la eficiencia energética[1].
Entre las renovables y el gas, la UE elige el gas
Entre las renovables y el gas, la UE elige el gasAl margen de consideraciones relativas a la debilidad de estos objetivos si los ponemos en relación con el panorama climático antes descrito, lo cierto es que en cualquier caso no se corresponden con las acciones políticas que la UE está tomando.
La UE está haciendo una apuesta de forma predominante por el gas natural frente a las renovables. El gas cubre actualmente una cuarta parte de la demanda energética europea, siendo la UE el mayor importador de gas del mundo. La aprobación en febrero de 2016 de una batería de documentos estratégicos de la Comisión en materia energética, perpetúan la dependencia de este combustible, y dejan un papel mucho más residual a la eficiencia energética o las renovables.
Arias Cañete, comisario del ramo, argumenta que “no se puede tener renovables y eficiencia de la noche a la mañana” (sic), y defiende esta apuesta porque dentro de que es un combustible fósil, el gas es menos sucio que el carbón; el gas sirve de respaldo a las renovables cuando no hay sol o viento; Y el gas puede jugar un papel en la descarbonización del transporte.
Vayamos por partes. El argumento del gas como combustible limpio es muy discutible. Si bien las emisiones de CO2 durante la combustión son menores que las del carbón o el petróleo, todo parece indicar que las fugas de metano en todo el ciclo de vida del gas natural no están siendo bien medidas y contabilizadas. Y el metano es un gas con un potencial de calentamiento climático 86 veces mayor que el CO2 durante los primeros 20 años de prevalencia en la atmósfera. Varios estudios científicos argumentan que las ventajas climáticas derivadas de las menores emisiones de CO2 estarían siendo totalmente anuladas cuando no sobrepasadas por estas, con lo que estaríamos haciendo un pan como unas tortas.
En relación al gas como respaldo para compensar las fluctuaciones en la generación de energía renovable, este combustible indudablemente puede jugar un papel complementario. Sin embargo, lo que se está produciendo es un desarrollo competitivo; algunos estudios concluyen que el aumento en la producción de gas y la consecuente bajada de los precios de la energía también desplazará a alternativas más amables con el clima como las energías renovables. Al mismo tiempo este desarrollo está conduciendo a un aumento en el consumo global de energía primaria, debido a una reducción de los incentivos de ahorro energético. La propia Agencia Internacional de la Energía reconocía en su último informe que la transición a las renovables podría retrasarse si los precios de los combustibles fósiles permanecen bajos en el largo plazo.
Y en lo referente al empleo de gas en el transporte, un reciente estudio concluye que el incremento del uso del gas natural como combustible para el transporte por carretera es altamente ineficiente a la hora de reducir tanto las emisiones de gases de efecto invernadero como la contaminación atmosférica para casi todas las categorías de vehículos. Apostar por el gas para el transporte conllevará un aumento de los costes económicos, sociales y ambientales.
La UE lleva varios años alentando la construcción de las interconexiones del gas en Europa. Son varios los proyectos de grandes gasoductos para la importación que cobran atención en un momento u otro dependiendo de la geopolítica. Por sus dimensiones e impactos destaca como proyecto estrella el Corredor Sur, una enorme tubería de 3500 km que pretende alimentar de gas durante décadas a Europa desde Azerbaiyán vía Italia, y que se espera esté terminada en 2020.
También gas de 'fracking'
También gas de 'fracking'En los documentos que acompañan a su propuesta de Seguridad del Suministro de Gas, la Comisión afirma que en 2035 la producción doméstica (en la UE) de gas no convencional podría alcanzar el 25%. Esta previsión optimista no parece compadecerse con el ritmo al que avanzan los proyectos de fracking en Europa, lastrados entre otras cosas por una decepcionante geología y una vívida oposición social. Los bajos precios del gas, actualmente en mínimos históricos, no harán sino ralentizar aún más el desarrollo de esta industria en el continente. En cualquier caso muestran la voluntad de la UE de apostar por esta tecnología.
Pero el gran apoyo político se produce en lo relativo a las importaciones. Al calor de las negociaciones del Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversión (TTIP) con EEUU, la Unión Europea se ha embarcado en la promoción y construcción de gasoductos y terminales para la importación de Gas Natural Licuado (GNL), combustible que se prevé provenga, entre otras fuentes, del esperado excedente de gas de fracking estadounidense. La “Estrategia europea para el Gas Natural Licuado y el Almacenamiento de Gas” supone un auténtico empuje a la importación de gas natural, con recomendaciones de inversiones milmillonarias en infraestructuras de gasoductos y capacidad de almacenamiento y regasificación. Por tanto, estar en contra del fracking hoy en Europa pasa por estar en contra de la política europea del gas.
En febrero de 2016, EEUU exportó el primer cargamento internacional de gas de lutitas en forma de GNL, tras levantar una prohibición establecida desde 1975 a las exportaciones de gas. Europa es uno de los destinos claros a futuro de estos cargamentos. Son varias las empresas europeas, entre ellas las españolas Iberdrola, Gas Natural Fenosa, o Endesa, que ya están firmando contratos a veinte años con empresas americanas para el suministro de gas.
Un camino equivocado
Un camino equivocadoEsta apuesta por el gas es equivocada por partida doble. Por un lado, la demanda europea de gas está cayendo año tras año de forma dramática. Por tanto, las inversiones millonarias que se están haciendo, basadas en expectativas hinchadas, no se corresponden con necesidades reales y conducen a una sobrecapacidad en el beneficio privado de unos pocos.
Por otro lado, las inversiones en infraestructuras de gas (gaseoductos, regasificadoras,...) son decisiones con largos plazos de amortización y que nos condenan a más décadas de cambio climático. Todas estas decisiones que la UE toma hoy, será prácticamente imposible revertirlas mañana. La UE podría bajar sus necesidades de importación de gas natural si optara, por ejemplo, por un plan drástico de eficiencia energética en edificios o de fomento de las renovables. El impulso político que la UE está dando al gas aborta sin embargo esta posibilidad y va en dirección opuesta a lo que el objetivo del Acuerdo de París exigiría.
[1] A más largo plazo, según su estrategia para una economía baja en carbono, la UE se plantea reducir un 60% para 2040, y al menos un 80% para 2050.
El escenario de cambio climático al que nos enfrentamos es vertiginoso y el tiempo de reacción realmente escaso. Los líderes mundiales se comprometieron en la cumbre de París en 2015 a mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 ºC con respecto a los niveles preindustriales. Para alcanzar este objetivo es necesario, según el Grupo Intergubernamental de Expertos para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), conseguir una completa descarbonización de la economía. Tenemos que dejar de emitir CO2 y otros gases de efecto invernadero de larga prevalencia. Según Kevin Anderson, uno de los más reputados climatólogos a nivel mundial, esto pasa por un abandono inmediato de los combustibles fósiles y una revolucionaria transición en la forma en la que usamos y producimos la energía.
El próximo 22 de abril, coincidiendo con la celebración del día de la Tierra, tendrá lugar una ceremonia de alto nivel para la firma del acuerdo de París en Nueva York. Allí acudirán nuevamente líderes mundiales, cuatro meses después de alcanzar el Acuerdo, a sellar su compromiso con el mismo. A partir de ese momento, los países deberán comunicar a Naciones Unidas sus instrumentos de ratificación y los compromisos de reducción de emisiones. En nuestro caso, será la Unión Europea en bloque la que presente el compromiso, marcado en la estrategia 2030, de una reducción doméstica de emisiones del 40% respecto a los niveles de 1990, una contribución de las renovables de un 27% en el mix energético, y una mejora de un 27% en la eficiencia energética[1].