Desde el ecologismo y el sindicalismo (al menos desde algunos sindicalismos) repetimos de forma insistente que una economía sostenible genera más empleo que la sucia. Esto es así para la agroecología frente a la agroindustria, el reciclaje frente a la incineración o el vertido, las energías renovables frente a las fósiles y nucleares, o el transporte público frente al privado. Sin embargo, es interesante profundizar un poco más en las implicaciones de este hecho.
Una primera reflexión sería entender por qué ocurre esto. En el caso del reciclaje y de la agroecología, un elemento central de la creación de más puestos de trabajo es que intentan cerrar los ciclos de la materia. Cerrar los ciclos es una actividad costosa que, para poder conseguirse, debe consumir una importante cantidad de esfuerzo (recuperación de materiales, recogida selectiva, reutilización, compostaje, etc.). Una forma de conseguirlo es a través de trabajo humano.
En el caso de las renovables, el mayor número de empleos se debe, entre otras razones, a su menor tasa de retorno energético (TRE) y menor factor de carga que las fuentes fósiles. Se conoce como TRE al cociente entre la energía conseguida y la empleada en conseguirla. Cuanto más pequeña es la TRE, menos energía neta queda en la sociedad. Por ejemplo, la solar fotovoltáica tiene una TRE especialmente baja en comparación con la de los combustibles fósiles. Una de las razones, aunque no la principal, de esa baja TRE es que necesita más energía humana invertida para generar la electricidad que las centrales fósiles. Esto es, crea más puestos de trabajo.
El factor de carga es el tiempo que una central está produciendo energía de manera efectiva. Es obvio que el factor de carga de las renovables, como consecuencia de la irregularidad solar o eólica, será menor que el de una central térmica que esté a pleno rendimiento. Esto implica que es necesario más personal para sostener la misma producción, aunque solo sea porque esa producción se alarga en el tiempo y es menos predecible.
Finalmente, centrémonos en el transporte. El transporte público genera más empleo porque se tiene que remunerar algo que en la contraparte sucia hace de forma gratuita el/la trabajador/a (conducir el vehículo). Por eso, potenciar el transporte público para sustituir verdaderamente al transporte privado supone muchos puestos de trabajo.
Las causas de esta mayor generación de empleo nos pueden llevar a las consecuencias. Si hay que poner trabajo en algo que da pocos réditos económicos (reciclaje), que tiene unas menores rentabilidades energéticas (renovables) o que implica remunerar algo que ya se había conseguido desviar hacia el mundo privado (transporte), eso implica una mayor dificultad para sostener la tasa de beneficios global (algo que, por otra parte, ya está ocurriendo). Y la búsqueda de la mayor tasa de ganancias posible, como sabemos, está en el centro del funcionamiento del capitalismo.
Para conseguir sostener sus beneficios, cada capitalista tiene que aumentar constantemente su productividad. Para ello, históricamente ha sido central la sustitución de trabajo humano por máquinas. Así, cambiar unas fuentes energéticas que requieren pocos empleos por otras que necesitan más, va en contra del funcionamiento “natural” del capitalismo.
Es cierto que esto es más complejo, pues la economía keynesiana argumentaría que más empleos significarían más capacidad de consumo de la población y, con ello, un mayor crecimiento de la economía y de la tasa de beneficios. Pero el keynesianismo es imposible en los momentos actuales: tuvo su ventana histórica en un momento de recursos materiales y energéticos abundantes que ya terminó y no volverá nunca. Además, el incremento del consumo tiene poco que ver con la sostenibilidad. No podemos olvidar que no existe la “economía desmaterializada” y cualquier economía que persiga el incremento continuado del consumo (aunque sea de servicios) es imposible que sea sostenible en un planeta de recursos finitos.
Así, todo parece indicar que la economía sostenible puede existir en el capitalismo mientras signifique un porcentaje relativamente pequeño de la actividad. No podemos hacer una mera extrapolación lineal de cuánto empleo generaría una sociedad sostenible porque, probablemente, no pueda ser asumido por el sistema económico actual. Por esta razón, y por muchas más, un mundo sostenible tendrá que ser un mundo no capitalista.
Algunas evidencias apoyan estas reflexiones. En el caso del transporte, la construcción de las ciudades alrededor del coche puede deberse a su mayor contribución al crecimiento frente a un modelo de transporte público. No se puede entender de otra manera la insistencia en un sistema de transporte sucio, que pone en riesgo la salud de las personas y que incrementa el cambio climático. Lo económico por encima de lo social y ambiental. Lo mismo se puede decir de la apuesta histórica por los vertederos y la incineración, en lugar de la recuperación y el reciclaje.
En el caso de las renovables, como explica Carlos de Castro y se muestra en el gráfico realizado por él mismo en su blog, una vez se atraviesa un umbral de potencia solar fotovoltaica instalada en distintos países el ritmo de construcción decrece.
Lo mismo parece estar sucediendo con la eólica. Desde la lógica de economía de escala, esto no es lo esperable, ya que al aumentar la demanda cada vez debería ser más rentable la construcción de placas y, con ello, hacer la energía solar fotovoltaica cada vez más competitiva. Las placas efectivamente han bajado en precios y aumentando sus prestaciones, pero todo apunta a que esto está siendo “compensado” por otros factores que van más allá de los políticos (no nos dejemos cegar por el caso español, pues esto parece ser una tendencia mundial). Uno de ellos puede ser el del empleo señalado en este artículo o, más en general, la incompatibilidad de un sector energético renovable mayoritario con el capitalismo actual.
En conclusión, la economía sostenible genera más puestos de trabajo que la sucia, pero solo convive bien con el capitalismo si es minoritaria. La sostenibilidad real requiere otro sistema económico, el defendido por la economía ecológica, feminista y solidaria.